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Pedacito de Patria efímera

Si lo que cuenta la historia es cierto, el primer partido de Béisbol se jugó en Chile un 4 de julio de 1917 o 1918, aún está en duda el año, en la ciudad de Tocopilla al norte del país.

Un norte que, como de costumbre en esa época, estaba colmado de migrantes de múltiples rincones y pueblos del mundo, y en el cual una pequeña colonia de ingleses decidió celebrar un partido de béisbol para festejar la libertad de Estados Unidos ese 4 de julio.

Al pasar los años, este deporte si bien no haya gozado de la popularidad que tiene en Cuba, Venezuela, Puerto Rico o República Dominicana, tampoco ha sido ignorado por completo. Se ha extendido a gran parte del territorio nacional hasta llegar en la década de los 90, a la región del Bio Bio, con una pequeña competición llamada la Copa del Sur. Desde entonces no se jugó más este deporte hasta el 2018, cuando migrantes provenientes de zonas caribeñas rebautizaron la Copa del Sur como Liga del Pacífico Sur (LPS) que conforman un total de 7 equipos con jugadores de diferentes nacionalidades.

Este proyecto titulado «Pedacito de Patria Efímera» no pretende hablar de estadísticas beisboleras, ni de la historia del béisbol en Chile, sólo pretende explicar lo que significa para unos migrantes tener un pedacito de patria aunque sea fugaz.

Para mí y cada uno de esos jugadores, el domingo al mediodía cuando se juega la LPS, es como viajar en el tiempo. 

Como migrante indocumentado en este hermoso territorio al sur de Latinoamérica, comencé una búsqueda de la identidad perdida, un cuestionamiento por no tener certeza de quién soy, de dónde vengo y para dónde me dirijo.

Lo cierto es que el béisbol se ha convertido en una válvula de escape para mi desdicha, es mi vacuna para cuando el gorrión me acecha, (el término gorrión en Cuba es para referirse a cuando se extraña mucho algo o a alguien).

También sé que le pasa lo mismo a los otros compañeros.

Es el domingo cuando la magia ocurre. En el momento en el cual el sol austral se encuentra en su punto más tropical, la transfiguración da inicio.

Un repartidor de pizza deja a un lado su mochila para convertirse en un gigantesco Cátcher parecido a un robot de la película Transforme, por otro lado, un panadero se transforma en la autoridad del juego convirtiéndose en el árbitro, las familias se vuelven grupos de fanáticos escandalosos con carteles y mucha algarabía como en cualquier partido de la MLB. Esta magia de la metamorfosis subjetiva es la que me hace vivir esta novela de lo real y maravilloso de la vida. 

Es como viajar en el tiempo cuando estoy fotografiando el béisbol, fotografías que son el recuerdo de mi infancia y adolescencia, en los años en los cuales este deporte ocupaba gran parte de nuestra vida. El domingo al mediodía, cuando comienza la pasión, yo emprendo un viaje a mi pasado, regreso a casa, y cada jugador pasa a interpretar el papel de Grabiel, Yuro, Alexito, El negro, Diosmede, Armando y muchos otros amigos que jugábamos descalzos y sin camisa bajo un sol de 36 grados. Jugábamos este entretenido deporte con una pelota confeccionada de trapos viejos y un bate cortado de un árbol de güira de la finca de Papi Silveira. Luego, después de terminar de correr, saltar y gritar, corríamos hacia el hermoso río contramaestre y nos bañábamos durante horas, contemplando el verdor de la sierra maestra, el canto del sinsonte y la belleza de la carta Cuba.

Tener esta oportunidad de revivir momentos hermosos y de conocer e investigar sobre la historia del béisbol en este país hermano, patria adoptiva, es muy reconfortante. También lo es descubrir que, la fotografía se vuelve una especie de terapia para sanar el dolor migratorio, porque si de algo estoy seguro es que ninguno de nosotros está aquí por voluntad propia. Estamos obligados por diversas razones a abandonar lo que más amábamos en el mundo: nuestra identidad, la cual tratamos de rescatar y revivir día tras día con mucha dificultad en una sociedad que, según cuentan muchos de estos jugadores, sería individualista, xenófoba y racista.

Les invito a disfrutar de esta serie fotográfica que más allá de la técnica, la nitidez o una buena exposición, va con el alma, con lágrimas y sonrisas. 

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