NUEVA YORK: Es de carácter fuerte Patricia Ariza. Se percibe por sus gestos, su mirada directa, su voz profunda. La directora de teatro colombiana quien es considerada una de las voces más importantes del teatro latinoamericano, ha sido galardonada en Nueva York, con el importante premio LPTW Gilder/Coigney International Theatre 2014 que entrega LPTW (The League of Professional Theatre Women). De semblante serio, un rostro esculpido que nos recuerda a otro gran director, al italiano Edoardo De Filippo, quien, al igual que Patricia, se ha dedicado con pasión al teatro dando voz a los más necesitados, Ariza empieza nuestra entrevista con unas palabras que resumen su vida entera:
– Yo soy teatro de tiempo completo – para luego agregar – Empecé muy jovencita con Santiago García, un gran Maestro, indiscutible leyenda del teatro colombiano-.
Y sin duda lo es. Galardonado en 2012 con el premio del Instituto Internacional de Teatro de la Unesco que lo declaró Embajador Mundial de Teatro, García fundó el Teatro La Candelaria. Junto con él estaban Patricia Ariza y un grupo de artistas e intelectuales colombianos. Era muy joven Patricia en ese entonces pero, aún así, ya sabía lo difícil que podía ser la vida y también sabía que el teatro sería su salvación, la tabla a la cual aferrarse en un mundo dominado por la violencia. El Teatro la Candelaria va a cumplir 50 años y Patricia está preparando un libro sobre su historia. “Yo estuve allí desde sus comienzos y para la celebración de los 50 años quiero botar la casa por la ventana”. También crearon la Corporación Colombiana de Teatro. Grande ha sido la contribución de Ariza y García a la expansión del movimiento teatral de su país, “que – nos dice con orgullo – es muy vigoroso y fuerte”.
Hace unos 25 años empieza el Movimiento Teatral de Mujeres con el Festival de Mujeres en Escena. “Otro espacio que hemos conquistado, nosotras las mujeres – comenta mientras una sonrisa le ilumina los ojos – Antes no había casi directoras, ahora las cosas han cambiado. Hay muchas, aunque seguimos siendo demasiado pocas”.
– ¿Qué diferencia a las mujeres, directoras de teatro, de los hombres?
– Nosotras estamos proponiendo otro tipo de teatro. Después de 23 años del Festival de Mujeres en escena, puedo decir que nosotras hacemos un teatro distinto, no lo califico de peor ni de mejor, sino sencillamente distinto. Muchas mujeres hemos trabajado como actrices, siguiendo el esquema de la dramaturgia de otros. Cuando finalmente nos sentimos dueñas del escenario nuestras propuestas son diferentes. Las mujeres tienen una sensibilidad social más profunda. Es un teatro que ahonda de manera más compleja en las relaciones entre lo privado y lo público. Las mujeres también trabajamos más con los rituales, amamos los rituales –.
Para Patricia Ariza el teatro no es solamente el medio con el cual expresar ella misma su más hondos sentimientos, sino el espacio donde se puede devolver dignidad y voz a los que nunca la tuvieron, a los que pasan desapercibidos, cual sombras que muchos prefieren no ver para no tener que enfrentarse con realidades incómodas.
Sus obras surgen de los dramas humanos, hablan de dolor y de violencia pero también de fuerza y de valor. Integra en la escena a personas distintas, de esas que nunca pensaron pisar una tabla pero que tienen saberes que les enseñó la vida. Al hablarnos de esa experiencia vemos refleja en ella la alegría de los recuerdos.
– Trabajar con los habitantes de la calle, con las chicas y chicos del rap, ha sido una experiencia muy importante para todos nosotros. Se ha transformado en una permuta de saberes porque esas personas conocen cosas maravillosas que ni yo ni los otros sabemos, nos han enriquecido a todos.
Uno de los trabajos más importantes y persistentes es el que desarrolla junto con las víctimas del conflicto colombiano. Su teatro acompaña a los desplazados, comparte sus duelos, su fuerza y su dolor. Ariza vive como herida en carne propia la violencia absurda y persistente que desde hace medio siglo deja estelas de sangre en su país.
Ella misma es una sobreviviente. En los tiempos en los cuales los paramilitares se dedicaron a exterminar físicamente a los miembros del Partido Unión Patriótica, en el cual ella militaba, la muerte la rozó de cerca. La violencia había ya acompañado su infancia y su adolescencia.
Al recordar un momento en el cual el padre, en un arrebato de dolor y rabia, quemó el dinero de su sueldo de obrero, Patricia nos dice: “Fue un acto de gran dignidad, un gesto con el cual quiso protestar contra la explotación. Mi padre era un artesano que entallaba madera, y por necesidad tuvo que emplearse como obrero en una fábrica de muebles”.
– ¿Y de tu madre qué recuerdas?
– Mi madre… – queda un momento suspendida en sus reflexiones – Pienso que tardíamente debo hacerle un reconocimiento por su perseverancia y su audacia escondida. Mi padre era el protagonista, el simpático, pero ella tomaba las decisiones audaces, la de cambiar de lugar o educar a los hijos. Lo hacía de manera más anónima, como nos toca muchas veces a las mujeres.
En los años del genocidio contra los integrantes de la Unión Patriótica le allanaron casa y teatro y vio morir a amigos que eran como hermanos. A pesar de todo no se considera una víctima. “Fueron momentos muy dolorosos y tristes. A veces me parecen un recuerdo lejano, algo que nunca ha pasado, que pertenece a la ficción. Mataron a personas a quienes yo quería muchísimo, pero no me considero una víctima sino más bien una sobreviviente. Hay millares de personas que sufrieron y sufren más que yo. Mujeres que han vivido una violencia más terrible y encarnizada, personas a las que les han matado a sus hijos, a toda su familia. La violencia en Colombia es una tragedia humanitaria”.
– Y las mujeres son las que más sufren las consecuencias de la guerra y de los destierros-.
– Las mujeres son las que cargan con los duelos mientras los hombres se matan en la guerra. Más del 70 por cierto de la población de los desplazados está conformado por mujeres, son ellas las que cuidan a los niños, a los enfermos y a los ancianos, ellas quienes, con sus pocos haberes y muchas veces sin poder enterrar a sus muertos, deben enfrentar el desarraigo que significa perderlo todo y tener que comenzar de cero -.
Tras una pausa, perdida en sus pensamientos, agrega en una voz que es casi un susurro “Son Antígonas errantes”.
– ¿Sientes que con el teatro logras llegarle a la gente y llevar un mensaje de paz?
– Yo creo que sí, creo que a través del teatro hemos logrado transformar la percepción de los espectadores pero también las nuestras, porque uno nunca sabe de antemano qué va a pasar con una obra. Unir a las víctimas con los artistas ha sido algo muy interesante y sorprendente para todos. Hemos encontrado a personas con grandes saberes. En el escenario han podido expresarse de manera digna y muy poética también-.
– ¿Qué opinas de los pasos que está dando el Presidente Santos para lograr la paz?
– Santos es un hombre de la elite tradicional colombiana pero ha abierto espacios a la paz. Yo voté por él en las últimas elecciones, no es un voto incondicional, sino más bien crítico y vigilante. Sé que pertenece al sector social que ha sido responsable de todo lo que pasa en Colombia pero sé también que, siendo Presidente, ha abierto un camino para llegar a la paz. No es algo fácil. La paz en Colombia tiene muchos enemigos, enemigos poderosos porque la guerra mueve mucho dinero-.
– ¿Hasta qué punto la cultura y las mujeres pueden ser factores de paz?
– La paz necesita de cambios sociales importantes. Es necesaria una reforma profunda que incluya la cultura y las artes en el proceso de paz. Y las mujeres son fundamentales-.
– ¿Tu miedo más profundo?
Queda suspendida en un silencio. Percibimos que sus silencios son más densos que las palabras, en esos momentos despojados de palabras ella busca un contacto consigo misma. De regreso de uno de esos viajes en su interior, nos dice:
– El miedo siempre está allí. Trabaja en cada uno de manera diversa. En este momento tengo miedo de que no se logre la paz. Me produce pánico pensar en lo que puede pasar en Colombia si no se logra. Esta es nuestra última oportunidad.
– ¿Y tu mayor esperanza?
– Lograr que en las reformas sociales que hay que hacer paralelamente al proceso de paz, se incluya a las mujeres.