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Juan Luis Landaeta

Patria o Muerte: el entierro de una estatua

La imagen que recuerdo es bastante clara. Un Hugo Chávez calvo, escapando de sí mismo y de la enfermedad que lo asediaba, al comparar, entre inocente e irresponsable, el tumor que le habían extraído con una pelota de béisbol. Fue durante esa misma entrevista, hecha por el periodista y ex candidato presidencial José Vicente Rangel que Chávez dejó filmada para la historia de la televisión venezolana una de sus últimas estridentes citas: ¿Un cáncer?, ¿qué es un cáncer para Chávez?

Patria o Muerte (Tusquets, 2015) es una novela, sobre todas las cosas, venezolana y necesaria. Lo primero, tanto en cuanto Barrera no es un jovenzuelo con delirios latinoamericanistas intoxicado de autores extranjeros. El lenguaje de la voz que hila esta historia es decididamente venezolano. Llano. Puntual. Irónico. Hay demasiada narrativa que parece huir con pavor (o miedo) a la posibilidad de no esforzar el intento ficcional hacia esas lides. Lo segundo, porque Patria o Muerte no es un sermón ni una clase de filosofía política. Tampoco es, como todo el mundo espera (con la misma estúpida sed que clama un “súper presidente que todo lo resuelva”), la gran novela del chavismo. No y no.

Para todos los venezolanos, el recuerdo de esos tres meses entre la última cadena de Hugo Chávez (designando, si fuera el caso, a Nicolás Maduro como sucesor…) y el momento en que el propio Maduro anunció la muerte del presidente Chávez resulta por lo menos curioso, a la distancia sospechoso y con detenimiento, una burla. Nadie sabía qué pasaba. Aquel hombre que acaparó horas y semanas de transmisiones, el mismo que nos habló de su diarrea, su vocación de pelotero, su “esta noche te doy lo tuyo” hacia la primera dama, por favor, el mismo hombre que despidió decenas de trabajadores de PDVSA con un pito en la boca, hacía mutis por el foro de una manera tan fría e impersonal, que solo podría hablarse precisamente de un silencio funesto.

Desde aquella fotografía que no dudo ya sea aceptada por todos como un montaje, leyendo el Granma con sus hijas, hasta los poderosos informes de sesiones de trote y trabajo. Bluf. Pura paja, como diría Sócrates. El asunto es que ese vilo, esa extraña ansiedad por una repentina aparición del Comandante en las pantallas de TV aclarando, o revirtiendo una vez más todos los rumores, es en un buen sentido la sensación que ronda y da fondo a los personajes de la novela de Barrera Tyskza.

Un acercamiento cotidiano hace que a través de profesionales, adultos y niños se viva la experiencia. Empezando porque el país no sabía qué sentir. Unos compasión y otros culpa. Unos, un júbilo maldito que les costaba disimular y otros, pues un dolor que incluso llevó a un par de suicidios. Las discusiones de una sociedad católica (al menos que va a misa y eventualmente pide perdón), los avatares de la vida económica fruto del modelo de la administración chavista, el amor, cómo no, el amor, y desde luego la violencia son algunos de los hilos que el narrador mueve para construir una novela acertada en su sensatez y en su despojo total de pretensiones.

El espacio de este texto se abre ante un desconcierto, el de treinta millones de personas sometidas a una realidad, cuyo artífice, otrora omnipresente, no percibe ni conoce u omite. El poder, sufriente o sedado, de un hombre en una isla, que aun en reposo es mentado por el látigo de un asesinato, una truculenta ley de propiedad horizontal o un profesional sin empleo en el país que gobierna.

Para cerrar con una nota de anhelo: transcurre en Caracas. El ardor hiriente de una capital amenazada por el odio y la confusión. Me alegra que precisamente haya sido Barrera Tyszka (autor junto con Cristina Marcano de Hugo Chávez sin uniforme) quien “nos” pensara durante aquellas semanas que todavía nadie se explica.

Semanas en las que aquel hombre de la televisión se redujo a la posibilidad de que su última aparición no lo fuera. Lo demás lo sabemos: un baño de pueblo para un féretro vacío, un vacío igual de grande en las estancias del poder. Puede llevarse o pretenderse una muerte heroica, pero nunca volveremos a ver el entierro de una estatua.

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