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Paradojas entre la realidad y la ficción de la política exterior venezolana

La política exterior venezolana ha estado plagada por más desaciertos que aciertos. La mayoría de las veces juntándose la mala suerte con la incapacidad de nuestros diplomáticos.

Han ocurrido cosas tan ilógicas como: en uno de los episodios más importantes de nuestra historia diplomática, el laudo arbitral de 1899 en donde Venezuela reclamaba como territorio propio la Guayana Esequiba, el congreso decidió que debíamos estar representados por tres juristas bien criollitos: tres estadounidenses llamados Melville Weston Fuller, Severo Mallet Prevost y Davis Josianh Brewer. Evidentemente el resultado de este laudo fue un fracaso rotundo para Venezuela.

No todo ha sido tan malo. En los siguientes años hubo gente majestuosa representándonos en las principales esferas internacionales: Juan Pablo Pérez Alfonso el padre de la OPEP, Simón Alberto Consalvi como Canciller, Arturo Uslar Pietri como representante de Venezuela ante la OIT y embajador de Venezuela en los Estados Unidos.

Sin embargo, durante la mal llamada Quinta República, la política exterior de Venezuela ha sido como ver a un avión cayendo en cámara lenta sin posibilidad de que haya sobrevivientes. Para quienes estudiamos Relaciones Internacionales y algún día soñamos con representar a nuestro país ante el mundo, ver la carnicería que se ha hecho con el Ministerio de Relaciones Exteriores hace añicos cualquier sueño de querer pertenecer al servicio exterior venezolano.

La falta de personal capacitado, más deterioro institucional y el amiguismo reinante en nuestras instituciones ha ido menoscabando el manejo político venezolano en la esfera internacional, pésimo ejercicio del soft power y los pocos logros que se han tenido es porque han sido financiados por el petróleo.

El apoyo de las islas en organizaciones como la OEA o la ONU es gracias a Petrocaribe, el vergonzoso apoyo de los países Latinoamericanos a las atrocidades que se viven en Venezuela es gracias al bloque UNASUR fuertemente apoyado en convenios preferenciales. Pero ahora Venezuela es un país prácticamente en quiebra, sin capacidad para seguir financiando petro-alianzas, pero aún sin significar algo importante para el resto de los países de la región que están sumidos en resolver los conflictos internos ocasionados por la caída de los commodities, desbalances conómicos y protestas. Si algo tiene de mérito el ex ministro de planificación y finanzas Jorge Giordani es el haber dicho muy sinceramente “somos el hazme reír de América Latina” así que nadie va a mover un dedo por ayudar a Venezuela.

Por mal que estemos en la realidad, en un plano ficticio a los venezolanos nos está yendo mucho mejor.

Desde que se popularizó en Venezuela las simulaciones y competencias que recrean los órganos de las Naciones Unidos y otras organizaciones de Naciones Unidas el nivel de éxito ha sido gigante y hoy los estudiantes venezolanos que participan en estas competencias son referentes mundiales de excelencia, diplomacia, excelentes debatientes y negociadores, sobrepasando a estudiantes de Harvard, Oxford, Cambridge entre otras grandes. Esta semana cerró la temporada de competencias de Naciones Unidas y las universidades venezolanas se alzaron como los mejores en todos.

¿Qué hace a nuestros estudiantes tan buenos en la política exterior y a nuestro gobierno raspado en esta materia?

Los estudiantes viven una preparación exhaustiva de más de un año en donde deben aprender infinidad de convenios, acuerdos, noticias, teorías, nombres complejos de armamentos, oratoria, manejo de teorías de relaciones internacionales y negociación. A la par, se viven las injusticias propias del día a día, se deben hacer miles de actividades para recaudar fondos, pasar las de Caín para comprar los boletos, luego sufrir para que CADIVI les dé los dólares y luego rezar para que lo poco que les aprobaron les alcance para cubrir sus gastos en los lugares donde se llevan a cabo estas actividades que, por lo general, resultan ser ciudades costosas como Boston, New York, Seoul o Taipei.

Después de semejante esfuerzo, el hecho de llegar a estas conferencias es un tema de orgullo. De pensar en “CADIVI, no pudiste conmigo. Aquí estoy”. Para muchos es un juego, pero para un estudiante que sacrificó sus fines de semana durante más de un año es un tema de honor y de dar lo mejor de sí en el único lugar donde podemos representar a Venezuela, ya que las otras puertas están cerradas a la diversidad, al dialogo y a aquellos que no se vistan de rojo.

Aún le queda mucho por aprender a los estudiantes, pero con todo y eso, tienen mucho más que enseñarles a nuestros diplomáticos actuales en términos de esfuerzo, perseverancia, respeto, diplomacia y creatividad.

La mayor amenaza para Venezuela no son los de afuera, sino los mismos venezolanos.

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