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Adrian Ferrero

Para una dignidad del semejante

Me interesa en el presente artículo reflexionar sobre la dignidad, esto es, una categoría o dimensión ética. Una condición para que un sujeto (varón o mujer) puedan de modo inclusivo sentir que son respetados en su integridad y en su totalidad como seres humanos. Y también me interesa para esta reflexión concentrarme solo en una cierta clase de escritores: los escritores con formación académica. Ello está justificado, en principio, porque el escritor de esta índole adquiere saberes, es capaz de una producción teórica refinada, sofisticada, con más recursos que el autodidacta. No digo que esta circunstancia se dé en todos los casos ni sea un condicionante excluyente, pero sí es cierto que un escritor que ha atravesado las aulas universitarias se ha familiarizado con un tipo de conocimientos que lo han puesto en relación con un modo de pensar que no pertenece al concreto sino al abstracto. En buena medida el trabajo académico favorece, porque brinda el acceso a una cierta metodología del trabajo intelectual con casos paradigmáticos de autoridades, de ejemplos, circunstancias en las cuales la producción teórica en directa relación con las humanidades suele revestir mayor eficacia, pero sobre todo mayor desarrollo en el sujeto. De modo que pondré el acento en estos escritores. Escritores que han pasado por la Universidad (preferentemente por la Universidad pública, laica y gratuita, que en Argentina tiene una larga tradición) y que han realizado estudios de posgrado. En algunos casos muchos de ellos han podido llevar adelante total o durante una etapa de sus vidas una trayectoria académica, tanto mejor. Ello refuerza los argumentos que a continuación me propongo desarrollar.

En tal sentido, la producción de textos literarios puede tener lugar en forma preliminar o luego de haber ingresado a las aulas. Pero, para poner algunos casos paradigmáticos, Susan Sontag, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre comenzaron sus carreras académicas antes de producir sus obras mayores. Es más: antes de ser escritores publicados. Esto es: en primer lugar llegó la formación académica de excelencia para que luego, en la medida en que se producía la culminación de los estudios, ellos eligieran por lo general abandonar las cátedras y asentarse como escritores independientes.

Pero más allá o más acá de estos casos ejemplares, la poética es muy amplia. Hay enormes escritores que jamás han pisado las Universidades. Y son de una jerarquía superlativa. Tampoco carecen de capacidad teórica. No obstante, estoy aquí interesado en quienes han producido también estudios de género, teoría crítica en lo relación a lo sociológico, a la crítica sociológica, al estudio de los medios masivos, al trabajo con la enfermedad desde un punto de vista intelectual y humanístico, a otros que han incursionado en la pobreza o riqueza, en la geopolítica, en las ciencias políticas, la censura, la persecución del diferente, entre otros temas. De modo que estoy atento, como ven a un cierto tipo de escritor capaz de captar todo un abanico de problemáticas graves, serias, para muchos angustiantes. Generadoras de sufrimiento destructivo. De discriminación o exclusión, como las minorías sexuales o quienes padecen enfermedades terminales como el cáncer o el HIV, que por cierto tiene tratamiento. También estoy atento aquí a fenómenos que generan falsas consciencias, alienación o bien hurtan o inhiben la el pensamiento crítico.

Ya ven. Este es un temario que va mucho más allá de consagrarse a la poética. Es cierto, se alegará (y con razón): un escritor es perfectamente capaz de escribir cuentos, novelas, obras de teatro, en los que aborde estas problemáticas. Pero en lo que me interesa hacer hincapié es que el trabajo con la teoría y desde la teoría resulta sustantivo para lo que me propongo plantear en el presente artículo. Aquellas personas capaces de realizar en el seno de la sociedad intervenciones teóricas autorizadas que sean potentes pero también que sean documentadas, fundamentadas, producto de estudios en profundidad.

En tal sentido, un escritor que ha realizado una carrera universitaria y eventualmente un posgrado, proseguido con una carrera académica, tendrá una potencia, estará investido de una autoridad, de una formación que le brindará un aval del cual un escritor sin trayectoria en el seno institucional formativo carecerá. Así, pasar por las aulas académicas no da lo mismo que no haberlo hecho. Contar con una Licenciatura y un doctorado son instancias formativas con las cuales el sujeto se pone en contacto con saberes, con una ética del estudio y con una ética pública (porque también comprende o estudia en el marco de seminarios o de asignaturas el lugar de los intelectuales y escritores en la sociedad, que no es inofensivo ni es neutral).

¿Cómo reaccionará la sociedad frente a este escritor que realiza intervenciones perturbadoras, inquietantes, señalamientos agudos, poderosos, contra la sociedad de su tiempo histórico? A mi juicio tendrá muchos menos argumentos para desautorizarlo que si se tratara de alguien que simplemente ha publicado unos pocos libros o a lo sumo a dictado alguna conferencia. Este escritor habrá realizado todo un recorrido, trayectos formativos, lo que le garantizará un aprendizaje contundente gracias al cual sus conocimientos le permitirán ser y decir aquello que es, aquello que siente, aquello que piensa con poder de autoridad. Investido de una legitimidad gracias a la cual su palabra tendrá mayor capacidad de predicamento sencillamente porque tiene mayor capacidad de argumentación, de persuasión, producto de investigaciones que le permiten abordajes críticos y teóricas.

Pero mi pregunta era más profunda. ¿De qué modo el pasaje por las aulas académicas hacen que un autor pueda disponer de más herramientas para ser eficaz en sus intervenciones? Pienso que sí, que su palabra tendrá un peso de naturaleza aguda que como un tábano de Atena, esa figura que se le atribuyó a Sócrates por ser una figura incómoda en su ciudad al oponerse y realizar críticas al gobierno y quien por sus improcedencias tuvo que beber, como castigo, la copa de cicuta que acabó definitivamente con su vida.

Porque no da lo mismo un escritor crítico que uno que adula al poder. Como no es lo mismo un trabajador, que se forma e informa. Un autor que publica libros, que asiste a congresos, que realiza entrevistas a otros escritores y las publica, que colabora con el periodismo cultural, el autor que sigue cursos de posgrado, el autor que asiste a cursos de perfeccionamiento en el campo de la escritura creativa, estará munido de una serie de herramientas que le permitirán ser crítico con fundamentos. Pero sobre todo, adoptar una posición hostil hacia la ilegitimidad del poder cuando la detecte.

El autor que se consagra a la destrucción y la conspiración, al desprestigio de sus otros colegas, o bien que no trabaja, que no produce obra, o permanece completamente indiferente frente a la sociedad, en su carácter de los semejantes que la integran y están amenazados, es un autor que no realiza aportes (que sí realiza el trabajador) a la sociedad. Motivo por el cual su propia dignidad está en juego. La pierde. Pierde su propiedad de sujeto digno. Y están aquellos cubiertos de diplomas y antecedentes, que de modo egoístas, narcisista, solo se ocupan de su futuro, de su carrera, sin pensar siquiera un instante en la sociedad en la que viven. O bien están los autores que solo piensan en su bienestar, según una vida que, luego del trabajo, se cierra o se confina en una torre de marfil. Se trata no solo de un estilo de vida, sino de opciones.

Son decisiones que un escritor adopta o bien no es ni siquiera consciente de ellas, en los peores casos. O por lo contrario (y este es el caso que me interesa) asestan poderosos golpes al poder. Están los otros nuevamente, que aceptan con credulidad, produciendo literatura de modo inofensivo, lúdico, frente a una sociedad en aflicción y frente a gobiernos que no actúan, entre otras cosas, de modo equitativo frente a sus ciudadanos. El otro escritor, el que a mí sí me resulta más interesante (y también más arriesgado), es el que afronta al poder, afronta a la sociedad de su tiempo histórico en todas aquellas instancias según las cuales considera que ese poder está avasallando la dignidad del semejante. Toma partido. Actúa. Adopta una posición activa. No deja pasar lo que estima un atropello al otro. Estamos hablando de dos clases de escritores de naturaleza bien nítida. O aquellos que se comprometen con su sociedad y con su tiempo histórico. O bien con ese escritor que incluso llega a plegarse al poder. A hacerle el juego al poder en el sentido de que admite todo lo que el poder pretende imponer a los ciudadanos de una comunidad. Ni falta hace decir, me parece, cuál será la posición del poder frente a estos escritores. Y cuando digo el poder me estoy refiriendo también al poder encarnado en la sociedad como otro de los poderes establecidos. Como foco de inclusión o exclusión. Como otro de los poderes que impide la felicidad de los sujetos (varones o mujeres). La violencia contra la mujer, contra los niños, contra los ancianos, la pobreza, la discriminación por el estigma contra la personas con problemas psiquiátricos, la obesidad como factor de discriminación, el retraso mental como atributo por lo general de explícita referencia a padres o madres hacia esa criatura, hijo o hija, familiar querido en cualquier caso, que frente a estas reacciones no pueden sino sentir un agravamiento de ese mal potenciado por la reacción social. También la homosexualidad como tabú es otro punto al que la sociedad se manifiesta particularmente sensible, entre otras manifestaciones alternativas de la sexualidad que no son perdonadas sino estigmatizadas, se ofende a sus exponentes y también se ven atacados no solo como seres humanos sino también en sus trabajos y sus obras. Se pretende desprestigiar su trayectoria o sus producciones científicas o creativas. Por razones políticas sucede exactamente lo mismo. Las persecuciones están a la orden del día y figuras como Susan Sontag, de un activismo que se multiplicó en torno de varios frentes debió afrontar a todos los grupos neoconservadores de su tiempo histórico contra los que se enfrentó. Esa batalla fue sin cuartel y esta mujer que parecía indestructible falleció de un cáncer terminal luego de haber luchado duramente contra ese padecimiento. No obstante, antes de ello llegó a escribir un libro magnífico: La enfermedad y sus metáforas.

Corresponde a un escritor que aspire a tener sentido de la ética y procure el progreso de la sociedad en la que vive, proponerse estar a la vanguardia del pensamiento crítico. Ello permite darle un definitivo sentido a su poética, en diálogo con la sociedad, de su tiempo histórico, producto de su proyecto creador. Ese proceder significa buscar la excelencia en su oficio, es cierto, entre otras cosas. Para ello acude a recursos que aprende en cierta bibliografía específica de autoridades de su disciplina (entre otras) y a partir de ella produce conocimiento propio mediante operaciones complejas del pensamiento, por lo general, abstracto. También produce textos creativos, produce textos de creación literaria. Lo que se encuentra o encuentra para su formación en otra clase de libros. Ya no para el conocimiento teórico en sentido estricto. A las citadas instituciones superiores a las que me referí, como las académicas, en las que se forma graduándose y realizando estudios de posgrado es adonde se concentra buena parte de los estudios sobre su especialidad bajo la forma de libro e interpretación de los mismos. El escritor que me interesa es productor de teoría crítica. También acude a tales efectos a la experiencia empírica. Conoce la sociedad por vivir en ella. Por padecer su escarnio o su violencia. Sus chismes y su maledicencia en muchos casos. Por asistir a la decadencia del semejante quien padece de una enfermedad, lo que lo pone frente a la percepción de lo efímero de la condición humana. Por apreciar el conservatismo de una sociedad, una ciudad o una nación. También algún tipo de corporación. De modo que logra apreciar en el medio en el que se desenvuelve su vida toda una serie de fenómenos sociales, tanto asistiendo a ellos como padeciéndolos como viéndolos padecer a otros sujetos, al punto que puede apreciarlos incluso en su propia familia, en el seno de la cual de modo microscópico se ponen de manifiesto fenómenos macroscópicos relativos a una comunidad. Son instancias según las cuales el sujeto (varón o mujer) mediante sus armas o bien se defiende de agravios o bien toma partido respecto de estas costumbres en el marco de las cuales su vida y la de los suyos está teniendo lugar. En ocasiones con dolor. En otras con sufrimiento destructivo.

Naturalmente que existen varios componentes que atentan contra la dignidad de los sujetos. Uno de ellos es la violencia física o simbólica. También la acción de reificarlos, reducirlos a su cosificación y perder su condición ética. Ya no son figuras que interactúan en el seno de una sociedad haciendo valer derechos y deberes, sino que han sido marginados, son marginales o bien se los ha sometido a la exclusión de los sistemas de producción. No encuentran inserción social por parte de instituciones que los ampare. Quedan reducidos a figuras completamente secundarias, segundonas, que padecen la condición humana más que vivirla.

Uno de los peores enemigos de la dignidad es la intensidad de los prejuicios cuando se desatan frente al espectáculo de alguno de estos fenómenos. Lo único que logran es que esa parte de la sociedad se vea desde la discriminación, desde la subestimación, desde el desprecio o el desdén. Los prejuicios en buena medida van de la mano de una mala educación familiar, según un sistema cerrado de ideas. Motivo por el cual el sujeto prejuicioso difícilmente cambie de puntos de vista. El otro gran enemigo de la dignidad es la ignorancia. Se trata de un tipo de condición que consiste en asistir al espectáculo del mundo desde el desconocimiento, desde la falta de discernimiento, en muchos casos por tal motivo el desorden o la desconsideración son el producto de una falta de procesamiento de la información, de los datos, de su decodificación. No se trata de personas oportunas en su comportamiento. Muy por el contrario, afectan al semejante desde su falta de conocimiento de sus necesidades, satisfacciones más necesarias y mediante el pensamiento crítico. No hay demasiados remedios contra este tipo de atributos en cierto sujetos. Porque las posiciones tanto en el mundo como las que toman o las que adoptan, son las de personas sumamente por fuera del sistema de la ética comunitaria.

Desenmascarar la ilegitimidad cuando se producen faltas hacia la dignidad del semejante y que afectan al desarrollo de su plenitud y de su realización me parece la obligación indoblegable, irrenunciable y más urgente del escritor. Denunciar la injusticia o el atropello cuando afectan también al semejante es asimismo su obligación en lo relativo a su ética cívica. Debe ser un estudioso, un trabajador incansable, un investigador. Buscar perfeccionarse en todo momento en su trabajo, publicar de modo incesante, prepararse. Hacer progresos en su pensamiento refinándolo, logrando niveles de mayor eficacia teórica e interventiva porque se trata de un impacto de mayor amplitud, desprejuicio y formación. El escritor debe potenciar su poética. En tal sentido, una apertura a nuevos saberes, un perfeccionamiento incesante, una documentación permanente, un acceso a la información de su disciplina me parecen claves.

El escritor no debe admitir la censura ni incurrir en la autocensura por temor al qué dirán ni a la eventual intervención de ciertos medios o instituciones. Tampoco de la sociedad. Permanecer incólume (porque tiene el respaldo que le da una vida consagrada al trabajo literario e intelectual, incluso en una etapa de su vida a la labor académica, en algunos casos, y en los mejores con una larga trayectoria, que puede consistir en premios, publicaciones, becas, entre otros reconocimientos, también para los escritores no académicos) frente a estas eventuales represalias. Ser en tal sentido valiente. Porque se es, en primer lugar, inamovible. Hay una suerte de blindaje, por llamarlo de alguna manera, conquistado a fuerza de un trabajo en profundidad acerca de su propia disciplina. A mi juicio por definición un escritor no puede jamás ser cobarde. Suele ser, si es un escritor de verdad comprometido, lo que supone por lo general ser un ciudadano incómodo. Pero también un ciudadano responsable. En tal sentido, debe asumir la responsabilidad que cierta sociedad que lo acompaña, lo apoya y adhiere a sus principios e ideales deposita en él. Debe asumir esa responsabilidad que en verdad es un principio de confianza. “Una confianza en sí mismo”, diría el escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson. Un principio según el cual se lo acompaña en un trayecto que esa sociedad sabe de antemano le resultará duro a este sujeto. Esa sociedad pretenderá denegárselo. Pero de todas formas deposita en él una suerte de fe. Sabe que habrá costos (en ocasiones altos), pero en ello reside hacerse cargo de sus palabras que, él lo sabe, no serán las confortables, las bienvenidas, aquella que vayan a satisfacer a los oídos dulces. Muy por el contrario, serán repudiadas por el estado de cosas vigente más conservador. Pero cuidado con esto. Porque también en su palabra reside el ejercicio de la libertad de expresión, que es un derecho. Serán intervenciones de su parte que seguramente no lo harán popular en el seno de la sociedad o de su ciudad por parte de ciertos grupos o personas (él lo sabe). Y tiene la certeza, en cambio, de que muchas otras personas en su ciudad, en su país y en el extranjero (donde él publica sus trabajos) leerán con fervor sus puntos de vista, difundiéndolos y aprobándolos. Serán sociedades que, lamentablemente, vergonzosamente, agregaría yo, pese a ser extranjeras, son las que mejor lo reciben y más puertas le abren. A estas personas apuesta. Apuesta a lo que considera es la verdad en lo relativo a la dignidad del semejante. Porque debe ser, por sobre todo, éticamente honesto.

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