Una feliz adición a la bibliografía de la escritura queer en las Américas lo constituye el número 16 de la Revista Hostosiana, que desde el Instituto de Escritores Latinoamericanos (LAWI) de Hostos Community College, CUNY, publica su directora y profesora de esta institución Inmaculada Lara-Bonilla. La autora y académica peruana Claudia Salazar y el crítico cultural y académico puertorriqueño Lawrence La Fountain-Stokes, alias Lola von Miramar, han sido los editores invitados para el número. Sobre sus hombros ha recaído la responsabilidad de seleccionar un espectro amplio e inclusivo de voces puesto a dibujar un perfil “trasnacional y multilingüe”, como ellos mismos señalan en el Prólogo, de una literatura que se ha ido abriendo espacio en el imaginario continental y el mercado editorial del nuevo milenio, impulsada principalmente por revistas literarias, y editoriales independientes en España y México.
Si bien la bibliografía del pasado siglo cuenta con importantes obras dentro de esta tendencia, han sido los autores del nuevo milenio quienes comenzaron a renovar, alterar y enriquecer las percepciones de lo, hasta hace pocos años, marginal e irrepresentable además de legitimarlo como género literario. Y si el ámbito iberoamericano es muy variado en obras, escritores y aproximaciones, la producción hispana queer norteamericana cuenta con la riqueza temática y lingüística que le proporciona el manejo de dos lenguas y dos culturas, muchas veces contrapuestas pero que conviven en la cotidianeidad y la memoria.
Dilatado es el espectro de voces, registros y asuntos contenidos en el número, cuyo enfoque general privilegia las representaciones de un yo escindido que transforma al cuerpo en su campo de batalla. Al cuerpo “con respecto al amor y a la sexualidad. Al cuerpo y su control político y social. A las desigualdades y exclusiones”, afirma Inmaculada Lara Bonilla en la Nota editorial, para reivindicar “todo aquello que da cuenta de la ilegalidad consustancial del deseo”, como apuntó Rubén Ríos Ávila en su ensayo “Queer Nation”, a fin de darle el lugar esencial que le corresponde tanto en la literatura como en los discursos sobre género. Ello, aunque la revista incluya voces disidentes como la del argentino SaSa Testa, quien en su texto “El hombre que soy, el que no fui” asienta que “Yo no quiero que mi cuerpo sea un campo de batalla. Quiero poder encontrarle la paz sin que eso signifique coronarlo con una lápida gris en la que se me desee el descanso eterno”.
Y es que asentar el lugar no biológico sino social desde donde se genera la escritura conlleva rechazar las categorías establecidas, en aras de una multiculturalidad dable de reivindicar “la posibilidad de un juego abierto de singularidades y diferencias”, en palabras de Roberto Echavarren, que le permita al lector distanciarse de las formas decimonónicas de entender la literatura, lo cual solo beneficia a quienes conforman el estatus quo. En tal sentido, mantener esas categorías inamovibles es una demostración de poder por parte de quienes manejan, deciden e imponen, pudiendo entonces manipular los géneros literarios y consagrar un canon específico donde las obras de las voces disidentes entrarían como una literatura menor.
Tal manera de operar no es nueva. Muchos son los casos de importantes autores hispanos e hispanoamericanos a quienes se les han negado reconocimientos en sus propios países e internacionalmente a causa de su opción sexual, o se les ha hecho un vacío personal y crítico por escribir una obra que destaca precisamente las voces que este número de la Revista Hostosiana aplaude. Aquí, desde los poemas de la cubana Achy Obejas, donde el abandono, la violencia y el deseo movilizan con un lenguaje preciso distintas facetas del yo, hasta los versos continentes de una fuerte carga erótica y política de la puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro, las escrituras trazan un sugerente mapa dable de orientarnos por los territorios de lo soñado y lo vivido, en su lucha permanente por ser validadas.
En tal sentido, el relato de Charles Rice-González, nacido en Puerto Rico y criado en el Bronx, establece una serie de conexiones entre su imaginario neoyorkino y la geografía de la Isla, mediante la descripción del encuentro entre dos jóvenes, donde se condensan sus preocupaciones en torno a una doble pertenencia vivencial y lingüística, que confluirá en un sueño del protagonista, haciéndole ver a la distancia lo que le une y separa de ambas identidades. Algo que la poética de la colombiana Clara Inés Giraldo Mejía aborda, definiendo la suya desde lo queer mismo: “rara, extraña, chocante, singular,/ especial, única,/ sola, solitaria, despoblada, deshabitada, desierta, vacía”, se califica, para rechazar lo excluyente y abogar por una inclusión donde lo sensual y lo natural convergerán igualmente en el sueño.
La venezolana Gisela Kozak-Rovero, por su parte, traslada la acción a “un bar de ambiente, típico de amantes y novias que pronto se convierten en ex”, de la Caracas antaño alternativa donde, en tanto perfila a las protagonistas desplazándose por el local, aborda el sexismo, el clasismo, y la diáspora resultante de la larga crisis por la cual atraviesa el país caribeño. Ello, desde una distancia irónica que disecciona con gusto los componentes de un mundo, visto con recelo y sospecha dentro del conservador contexto de la sociedad venezolana ahora en desarreglo. Tal extrañamiento lo retoma el autor y performer dominicano Johan Mijail desde el cuerpo mismo —“mi cuerpo es trans, mi cuerpo no tiene patria”—, para ahondar en la doble desterritorialización que presupone el dislocamiento referencial del lugar de pertenencia y del que se le ha asignado, a fin de abogar por un yo dable de escoger dónde y cómo quiere ser representado.
El chileno Juan Pablo Sutherland, por su lado, se devuelve al Santiago de finales de los sesenta para mostrar la doble cara de una sociedad en crisis, donde las fuerzas que chocarían con la inminente elección presidencial de Salvador Allende, se miden en el encuentro entre un joven dedicado al comercio carnal y un fascista del FNPL, dentro del contexto de la cultura popular de la época en el cual el miedo oscila entre lo político y lo social, prefigurando la violencia que vendría después.
“Ese hilo/ va sacando de mi boca/ viejas canciones/ un sueño de alfileres”, nos confía también la cubana Odette Alonso en “El miedo”, como preámbulo a una serie de poemas dedicados a la reminiscencia de un placer estallando de una boca a otra, con la fuerza de un deseo que no necesita ocultarse ni avergonzarse, pese a los desplantes sociales y el miedo de los otros que rechazan y constriñen tanto al país como al alma. Una certeza, que la salvadoreña Raquel Gutiérrez en su “I still want to be Salvadoran”, recalca, sobreponiéndose al dolor de las pérdidas expuestas en una escritura que permea la violencia contra quienes no calzan en ningún lado. “The stillness in being Salvadoran is an exercise in aguanto/ what I might be able to endure that might bring me closer to my ancestral matrilineal line?, se pregunta, haciéndose con las batallas y los fracasos de la mujer, siempre en pie de guerra para defender la integridad de la familia.
El peso de tal empresa para quienes tienen que irse de ella a fin de poder vivir una existencia plena, habla desde el texto memorístico “The vanishing queer”, del mexicoamericano Rigoberto González. Aquí, la carga afectiva familiar con sus tergiversaciones y exclusiones se expresa desde una voz que, al contarse, la historiza para quienes se hallan en una situación parecida, si bien para las nuevas generaciones existe la posibilidad de ser, sin ocultar la verdadera dirección de su deseo. “Though I know that today’s queers are sometimes caught up in the same dilemma, it has been heartening to hear that others have been able to stay home and be out (…). It’s enough to make me long for something that was not possible in my past”. Una verdad, que de cierto modo alienta los movimientos en pro de los derechos de las minorías, donde los milenaristas se han organizado para combatir la xenofobia, el racismo, la homofobia y el sexismo, además de alzarse contra las autocracias extendiéndose como los virus a lo largo del continente americano.
Abrazar tal conti(n)en(tali)da(d) es la labor realizada por el puertorriqueño Urayoán Noel, con su serie incuir-uniqueer-cuir-queer de “tercetos bisílabos encadenados a un amor múltiple” donde aúna, en el contrapunteo entre las dos lenguas con las cuales se define, un mestizaje lingüístico dable de espejear el proyecto abarcador que esta antología necesaria celebra y los lectores celebramos con ella.