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Para leer: Marco Antonio Ettedgui. Poéticas Teatrales Posmodernas de Carlos Dimeo

Cada ser humano vive en proporción a lo que crea.

Marcel Proust

En este exhaustivo estudio, publicado por La Campana Sumergida en Lublin, el venezolano Carlos Dimeo, editor teatral y profesor universitario radicado en Polonia, inserta la obra del también venezolano Marco Antonio Ettedgui (Caracas 13/12/58-13/9/81) al interior del canon contemporáneo de las artes escénicas, acudiendo al pensamiento de críticos, teóricos e investigadores. Con ello, el trabajo teatral y del performance, que Ettegui realizó entre 1975 y 1981, ocupa ya un lugar sólido en el panorama latinoamericano, convirtiéndose en un referente importante a la hora de devolvernos a la producción continental durante aquellos años.

Dimeo pasa revista a los movimientos y protagonistas del teatro desde los setenta, para historiar la singularidad de las experiencias de Ettedgui, quien produjo un personal corpus pero sin dejar a un lado la crítica irónica, mordaz y, sobre todo, lúdica al tiempo que le tocó vivir. “No soy artista de la calle sino artista de rincones”, recalcó además, en una de las últimas entrevistas para la televisión que de él se conservan, evidenciando así su manera de abordar las acciones en vivo dentro de espacios cerrados, los performances privados en las casas de sus amigos, y los eventos informacionales en las salas de galerías y museos. 

Y es que para él los grandes gestos y gestas, propios del multitudinario y maratónico happening “Imagen de Caracas” de 1968, o las intervenciones del Collective of Art Actions chileno, en plena dictadura pinochetista, no tenían sentido alguno dentro del país de la estabilidad democrática y la bonanza petrolera, donde desarrolló su extensa e intensa obra conceptual, teatral, periodística y poética orientada a alterar, desde su experiencia personal, “la conducta privada del espectador”. Algo que Dimeo revisita, al referirse a un teatro ubicado más allá de la escena, y cuyo “sentido último se habrá convertido en el sentido mismo del espectáculo, de la espectacularidad y el texto habría pasado así, a un segundo o tercer plano” (45).

Las conjunciones de Ettedgui con las artes plásticas y el arte no objetual, en Venezuela y mundo, igualmente ocupan un lugar importante dentro del libro. Y, en tanto su autor reflexiona en torno a estas experiencias, precisando el caso y el contexto nacional de entonces, podría decirse que, más de 30 años después, su vigencia cobra visos de urgencia, dados los altibajos económicos y las convulsiones políticas perfilando un país muy distinto al imaginado por Ettedgui, desde un presente donde le exigía al artista estar en pie de guerra para vencer los obstáculos interponiéndose entre él y la obra. “Los novísimos venezolanos somos los artistas más preparados para subsistir en medios agresivos desde Michelangelo”, escribió en el texto para el evento informacional “Post-Puncake” de 1980, recalcando el sentir de su generación, buscando abrirse espacio entre la de la democracia fundacional autocrática de los años cincuenta y la  izquierda beligerante de los sesenta. “El reto”, decía entonces también, “es pelear para ser el mejor artista”.

Este talante desenfadado y agresivo, que MAE mantenía para sacudir la apatía ciudadana, ha sido reemplazado por una actitud conciliadora, buscando “el equilibrio, la tolerancia y el diálogo” —tal cual propusieron en sus acciones colectivas, los artistas convocados por las alcaldías, en abril y mayo de 2010, bajo el lema “¿Qué puede hacer el arte por la ciudad de Caracas?” Y ello no es de extrañar, dada la polarización social y política, que la violencia y la represión, por parte de los gobiernos autocráticos contemporáneos, han sembrado a lo largo del país, dividiéndolo en fracciones aparentemente irreconciliables.

Ante tal coyuntura, devolvernos con este libro al trabajo de Ettedgui, significa también reencontrarnos con un país que pareciera no haber existido. Ello, sin caer en la queja del tipo “éramos felices y no lo sabíamos”, que continuamente aparece en las conversaciones virtuales de las redes sociales, ni en el manido “todo tiempo pasado fue mejor”. No. Porque a Ettedgui nunca le interesó la nostalgia. Para él el reto siempre fue el futuro, en ese abrazar penetrantemente los fenómenos estéticos contemporáneos y desde ellos intentar explicarse a sí mismo, a su generación y a la Venezuela que le tocó vivir, rompiendo los moldes donde el facilismo los había encasillado. Algo de lo cual Carlos Dimeo se hace eco cuando afirma: “Cada cambio social, deviene de una acción que por lo general se la considera violenta, una acción que se ejecuta a partir de una violación, de una ruptura, de la transgresión del límite” (114).

Y si durante los años cuando MAE estuvo más activo se pusieron las bases de las crisis que han llevado al país a la encrucijada actual, también es cierto que las manifestaciones artísticas tomaron por asalto los espacios tanto institucionales como privados, expandiéndose hacia las plazas, avenidas y bulevares caraqueños, en una explosión de creatividad, buscando involucrar a todo tipo de espectadores, “desde esa niña con falda bajo la rodilla” nombrada por él en su “Feliz Cumpleaños Marco Antonio”, hasta esos “espectadores ‘voyeurs’, sensuales, atentos, curiosos, violentos” que pedía para su obra teatral “Gritos”.

En tal sentido, Poéticas Teatrales Posmodernas llena un importante vacío dentro del corpus crítico venezolano, dado el rigor metodológico y crítico con el cual aborda la creatividad y efervescencia de los grupos artísticos y teatrales surgidos desde los años setenta, y determina su lugar en el discurso teórico concerniente a los ismos estilísticos y a los estudios culturales y de género. De hecho, como comunicador compulsivamente abrazado a su tiempo, Ettedgui diseccionó la realidad venezolana, aludiendo simultáneamente al surrealismo y al dadaísmo. Ello a través de textos que leía en sus performances, mientras bailaba ritmos caribeños sobre un escenario donde se sincretizaban televisores, símbolos patrios, altares populares, objetos artísticos; y donde paulatinamente el público iba incorporándose, hasta terminar los eventos en una gran fiesta tecno-retro-kitsch.

La carnavalización de los fenómenos estéticos y los procesos históricos, propia de sus textos y sus acciones, tuvo como fin la desdramatización del Weltuntergang, es decir el miedo moderno al fin del mundo ante la escalada nuclear. “El artista pretende resumir la historia de la actividad artística y del hombre en la sospecha de vivir en estos momentos una situación de preguerra mundial”, conceptualizó en el texto introductorio a “Arteología”; serie de eventos informacionales, en los cuales Dimeo se detiene para revaluar la labor del artista y recobrarlo en su original contexto. Si bien la aguda capacidad para tomarle el pulso a su momento y transformar la catástrofe en espectáculo de Ettedgui, como pretendía la postmodernidad entonces, resulta quizás una estrategia demasiado osada hoy, cuando Venezuela sufre un proceso implosivo en sus estructuras sociopolíticas y económicas, arrastrándola peligrosamente hacia modos premodernos de subsistencia.

Marco Antonio Ettedgui. Poéticas Teatrales Posmodernas se hace eco de tales preocupaciones y revaloriza la obra del artista, considerándola pionera dentro de los movimientos del teatro latinoamericano de las últimas décadas del pasado siglo: “Podemos afirmar finalmente, que quienes aseguren hoy en día que la posmodernidad teatral en América Latina empieza con la nueva dramaturgia que aparece en la última década del siglo XX, está en un grave y craso error. El punto de partida de las experiencias teatrales posmodernas en nuestro continente tiene lugar durante la década de los setenta y los ochenta, y más aún, podríamos afirmar que una de las fuentes primordiales para ello ha sido nuestro autor, Marco Antonio Ettedgui” (389).

Es ciertamente imposible predecir lo que MAE estaría maquinando hoy para contrarrestar, desde su condición de artista, un horizonte tan sombrío como el que se vislumbra ahora en Venezuela. Lo que sí es cierto, es que no estaría lamentándose ni eludiendo su responsabilidad histórica, dentro de la pugna para contrarrestar la intransigencia y miopía abismal del poder. Por eso, al devolvernos con este puntual libro a su obra, y recuperar la ironía, el juego lúdico y el goce, con los cuales llevaba hasta la irrisión la seriedad de las instituciones y la intolerancia del establishment de aquellos años, recobramos también su energía de sátiro y sabemos que, como ellos, también Marco Antonio Ettedgui debe estar haciéndoles compañía a los dioses, mientras aguarda por una nueva generación de artistas dables de transformar este profundo desconcierto en un gran concierto sinfónico, tal cual él lo hizo durante el tiempo que le tocó crear para vivir.

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