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Para leer: Los Espacios temporales de Carmen Luisa Plaza

Esta autora se devuelve a la memoria de una vida larga en experiencias para volcar un yo, entre lo biográfico y lo confesional que, como las flores proustianas, se expande al sumergirlo en las aguas del recuerdo. Encuentros y desencuentros, familiares y amigos, paisajes marinos y urbanos, anécdotas extraídas de las vivencias que han dejado una estela al pasar por la existencia, se abren “espacios temporales” en la escritura. Los textos se constituyen así en actos de presencia, dables de atestiguar y reconocer con su lenguaje el lugar de la autofiguración; pero no para regodearse en ella sino para decantarla y exponerla y, que de esa entonación y despliegue, surja el poema como, en palabras de la también poeta venezolana Ida Gramcko, “fluidez vertiginosa en el vacío”.

De tal operación se nutre este libro, publicado por Ediciones VAEA desde Nueva York, con fotografías de Alí Cordero Casal, como parte de la Serie Literaria Teresa de la Parra. La palabra se abisma entonces, “en el espejismo de la permanencia”, donde Carmen Luisa Plaza pone la esperanza y, podría añadirse, su afán de restaurar la armonía de la pequeña historia personal. Una historia que la literatura trasvasa a la del país, es decir, a una Venezuela sacudida por desencuentros y enfrentamientos, ante los cuales la voz poética aboga por el diálogo: “Dos personas dialogan. Una le lleva la contraria a la otra. En ese tejido al derecho y al revés se cuela otra persona: es la que sueña” en ese país nuevo posible, buscando emerger de las cenizas.

La responsabilidad histórica concedida a la memoria se crece en esta contemporaneidad, cuando nuestra América involuciona hacia manidos populismos, Oriente Medio se desangra en guerras fundamentalistas, y Europa amanece sitiada por la desesperación de quienes huyen y por el odio de quienes la atacan indiscriminadamente. “No se apagará la luz del barco/Ni el canto del último adiós”, sin embargo, y de los “Escombros esparcidos” la escritura reconstruye, funda y restaura, para que el mundo vuelva a tener sentido, aunque solo sea desde la cuartilla.

La labor del poeta entonces es hoy mucho más urgente, pues su capacidad de mirar, sopesar y reflexionar genera también otro “espacio”; el de la lucidez con la cual abordar procesos de recuperación, concientización y pacificación, fundamentales en la consecución de un equilibrio global, pareciera hoy perdido. Carmen Luisa Plaza lo sabe, y por ello en la sección puesta a darle título al poemario, pone al servicio de la vida su palabra, que el poema defiende aunque no gratuitamente, porque “La vida” es también “Inevitable   oscura   temible/ espacio alucinado”, donde se debe volver no obstante para recuperar lo bello, esfumado al desaparecer los afectos que le dieron una vez sentido.

“¿Por qué lo bello se lo lleva la muerte y lo que queda el viento lo diluye?”, se pregunta ahí el yo. La respuesta, ciertamente, no la encontraremos en la poesía, cuya labor fundamental es la de generar preguntas. La respuesta deberemos mejor buscarla en nosotros mismos; descender “Hacia una forma que lo cumpla en nosotros/ un ritmo abordable”, como nos conmina Hanni Ossot. No es de extrañar entonces que sea uno de sus versos el que abra esta sección de Espacios temporales, al ser Ossot una de las autoras venezolanas que más ha sopesado el lugar del poeta en el espacio y el tiempo, tanto desde su Espacios en disolución como de su Espacios de ausencia y de luz.

Escudada en tal forma de comprender las áreas de sentido dables de articular los versos, Carmen Luisa Plaza construye igualmente los poemas a manera de señales, buscando alumbrar el trayecto del lector a través de las zonas de su particular cronología, donde muchas figuras afines encuentran su lugar y su espacio. El yo logra con ello preservar los hechos vividos, convirtiéndolos en eventos compartidos, a fin de resguardar tanto la memoria individual como la colectiva y universalizar los contenidos. Los obstáculos que el vivir pone ante la vida, por ejemplo; asunto de la sección “Piedras del camino”. Aquí las rupturas, laceraciones, deserciones, fracasos y pérdidas moldean al Ser que en su tránsito hacia lo más desconocido, se aferra a la existencia para darle todo su sentido y más; porque “Nunca el Ser deja sola a la vida, a lo existente, ambos son/ suyos, como son nuestros el instante, la muerte”, tal cual otra sagaz poeta nuestra, Elizabeth Schön, nos ilustra con sus versos.

De hecho en dos de sus proyectos previos, las novelas La soledad de las diosas (2010) y Espejo de Falla (2013), Carmen Luisa Plaza ya había reflexionado en torno a tales asuntos, mediante personajes que hacían acopio del propio vivir y el de quienes, habiendo desaparecido, siguen vivos en la memoria del lenguaje puesto a abrir espacios de sentido, a veces dolorosos, pero siempre entrañables y necesarios. Entonces el yo podía mimetizarse en un Ser fragmentario para depositar amores y humores, triunfos y derrotas, rebelándose además, como María Eugenia Alonso en Ifigenia de Teresa de la Parra, contra las limitaciones impuestas por la sociedad criolla a la mujer.

De este modo, la voz poética inmersa en otro espacio afín, el narrativo, fue afinándose y deslastrándose para llegar a la síntesis de Espacios temporales cuya última sección, se devuelve a la recapitulación definitiva representada por lo Divino, donde un yo despojado del bagaje de lo terrenal, se alza hacia el Supremo, buscando respuestas a la desaparición de lo más amado. “Señor,/ A veces pienso que no existo/ ya no está aquí/ aquél que me hacía sentir que yo existía”, compendia ese mismo yo, posicionándose por encima del Ser de carne y hueso para acercarse a una inmortalidad, que la escritura cifra indeleblemente en el poema.

La existencia plena y extensa signando el devenir de Carmen Luisa Plaza, ha sido el mejor hacedor de esa inmortalidad vertida en sus Espacios temporales que, como los instantes de mayor intimidad donde se observa, en el espejo de Ifigenia, la misma Teresa de la Parra, alimenta el lugar de la escritura sobre lo imperecedero y eterno donde todo confluye y se abisma. En palabras de María Eugenia Alonso, alter ego de la perspicaz narradora venezolana: “Durante esas largas horas nocturnas llenas de fiebre, llenas de dolor de recuerdo, y llenas del enigma obsesionante de mí misma, había olvidado por completo la majestuosa presencia blanca. Ahora, en cambio, sentada como estoy frente a mi mesa, dejo de escribir de tiempo en tiempo, ladeo ligeramente la cabeza y mis ojos se pierden por el ensueño de espuma…”

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