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Pandemia y viaje en descenso del Alma

“Abandona toda esperanza, tú que entras aquí”

                                                                   Infierno, Dante

En el canto XXVI de la Divina Comedia, Dante y Virgilio llegan a la octava fosa. Ven una llama de doble lengua. Respondiendo a la curiosidad de Dante, Virgilio pregunta a la llama:

–Dígame uno de vosotros, ¿dónde fue a morir extraviado en el último viaje?

De una lengua de fuego emerge la voz de Ulises, quien responde:

–Ni temor filial, ni la piedad debida a la vejez del padre anciano ni la ternura de Penélope, me dieron ventura ni sosiego ni calmaron mi sed de ver el mundo, tanto en su mal, como en sus virtudes.

Así, Odiseo, héroe de incansables viajes, narra cómo, perseguido por la sed y el ansia “para lograr la virtud y la ciencia”, se lanza con un puñado de compañeros, más allá de donde Hércules plantó las dos columnas prohibiendo pasar. Ahí se lo tragó el mar.

Compartir es viajar. Cada desplazamiento a un lugar, por cercano que sea, es un viaje. Viaje y fabulación van de la mano. Mitos y recuerdos están llenos de emociones que hacen la memoria.

El lujoso crucero Zaadam viajaba a explorar las costas más escénicas de América Latina1. Un viaje al fin del mundo. Unas vacaciones que nunca olvidarían. A tres semanas de zarpar, todos los pasajeros estaban confinados en sus camarotes. Cuatro personas habían fallecido por covid-19. Todos los puertos se cerraban a su paso.

Las personas hospitalizadas por covid-19 son apartadas de todo contacto humano con excepción del personal médico. El traslado a un ambiente hospitalario es un viaje en sí, hacia el sufrimiento de la enfermedad, la recuperación o la muerte.

La prensa digital da cuenta de las recuperaciones y de los fallecimientos. Aquellos que mueren lo hacen sin ver a sus seres queridos. Donde son cremados, se les entrega el cofre a sus deudos. Los familiares asumen que las cenizas pertenecen a esos padres, hermanos, o compañero de vida.

No existen funerales, o si se llevan a cabo con el cadáver, es en situaciones muy controladas. A veces, con una fotografía encima.

El terror que antes existía a ser enterrado vivo, hoy puede ser sustituido por morir a solas, sin el afecto familiar y asfixiado.

El resto de la población que mira atónita ese espectáculo dantesco, ha sido invitada por la ley a confinarse en casa. Una experiencia para la vida anímica. El mundo de afuera, que compensa nuestras frustraciones, desaparece de pronto. El viaje es al mundo interior, a las profundidades infinitas y desconocidas de lo humano. Sin escapismo.

Es un viaje en soledad, aunque se esté acompañado. Se experimentan emociones inusuales. Se rozan límites. El destino del viaje es desconocido; sin embargo, la curiosidad en el ser humano es infinita, y es condición de la psique. El temor también.

Según investigadores, la enfermedad aún está lejos de ser controlada. Por el curso de la pandemia, aseguran vendrán períodos donde se impondrá de nuevo el distanciamiento físico y las restricciones a los movimientos de la población.

Consejo de expertos

¿Como lidiar con las emociones durante el confinamiento? Esta ha sido una de las preguntas que profesionales en la materia han tratado responder. Los expertos han comentado la importancia de los ejercicios físicos (disminuyen el riesgo de obesidad, sacan del ensimismamiento, influyen en el sistema inmunológico). Activar la memoria física del cuerpo permite un escape momentáneo. Nos aleja de la dificultad de encontrarnos entre cuatro paredes.

Otros hablan de mindfulness. De estar atentos al presente sin juzgar lo que se está sintiendo. El pensamiento positivo también es importante: aleja apreciaciones perjudiciales que las emociones pueden inducir. Las investigaciones sugieren que son herramientas útiles ante el rechazo y el aislamiento social.

Maestros en meditación circulan por las redes sociales. Enseñan que emociones de difícil manejo pueden ser aliviadas y ascendidas a otro espacio. La meditación es, sin duda, una herramienta formidable.

Psiquiatras y psicólogos hablamos de la materia psíquica de la cual están hechas las emociones, de su correlato neuroendocrino. Miedo, ansiedad, depresión, pérdida de confianza en uno mismo, paranoia e histeria. Reconocerlas ayuda a lidiar con la inquietud y desagrado que producen.

Todas son soluciones válidas, todo instrumento es útil, va en provecho del ser humano, nada puede ser desechado. Sin embargo, nadie habla de aquello que no es soluble: ¿Por dónde transitamos durante este viaje? Incluso caer en cuenta es un entrenamiento para situaciones futuras.

El descenso del alma

Entre lentitud y rapidez

Las pandemias siempre han existido. Lo novedoso en la actual es el conocimiento al detalle accesible a la población. La información viaja en milisegundos. Estamos enterados casi inmediatamente de los sucesos. Nunca antes se había tenido acceso a investigaciones detalladas y datos científicos por medio de un móvil. En cualquier rincón de la tierra una persona puede saber de la enfermedad.

La otra gran novedad es la velocidad del vector más importante de la pandemia. El hombre viaja en horas, de China a la Lombardía, de China a Madrid, de Europa a Estados unidos, Hispanoamérica. Una persona infectada contagia a un número equis de individuos. El foco se establece con rapidez.

Por el contrario, la psique del hombre no suele viajar tan rápido. Tarda en dar propósito y significado a los acontecimientos que vive, y el confinamiento ha agregado ralentización al proceso. Nos ha detenido. Así, la fantasía cinematográfica en torno a la enfermedad ocupa la vida consciente del individuo, imprimiendo su dosis de catástrofe.

No se puede ir al colegio. Restaurantes y cines han sido cerrados. Los vuelos cancelados, las ciudades desiertas. La cantidad de cambios impuestos de un día para otro ha puesto en vértigo la imaginación del género humano. Lo antes inimaginable ahora es posible.

De la abstracción a la emoción

Estar informado de todo sin ver de cerca lo que ocurre con la enfermedad y sus consecuencias, impone abstracción, imaginación. Toda novedad exige ese ejercicio. Por otra parte, hay extrañeza e inquietud. Una brecha repentina entre el sentir del individuo y el sabor agrio adquirido durante el confinamiento. La abstracción, por su velocidad, ha impuesto una zona desconocida. Aun las visiones que se nos ocurren con el contagio, están distantes de la psique, lejos de ser asimiladas por el alma humana. Sin embargo, desde ya nos pertenecen.

Es así como se entiende que un envío por delivery, algo tan común, pueda ocasionar pánico y terror al ser recibido. O la vista de la ciudad a solas genere una sensación de no pertenencia, aun cuando vivimos en el lugar y nos sabemos de memoria sus recovecos.

Si ninguna caja de mercado puede entrar en nuestra casa antes de ser desinfectada, tampoco lo puede hacer ninguna emoción sin higiene. El libre tránsito en la psique, entre el afuera y el adentro, ha quedado interrumpido. Ha sucedido la disociación mientras estamos confinados.

Del movimiento a la parálisis

La población ha sido atada a las paredes de sus hogares. Cada quien ha tenido que estar en contacto con sus ideas, sus emociones y obsesiones, muchas de ellas inquietantes, de difícil metabolismo. Si es una introversión forzada por las disposiciones externas, puede estar en discusión. Lo cierto es que induce el viaje directo al mundo interior, siendo el único refugio el propio confinamiento.

Se sabe que síntomas psíquicos producen el miedo a la infección y la posibilidad de morir. Sin embargo, la extrañeza al contemplar lo nuevo que sucede afuera y en nuestro mundo interior, se ha tornado un enigma. El viaje ha sido rápido y violento.

En ese tránsito repentino, la vida aparente que nos rodea no se mueve. Ciudades solas, negocios cerrados. No hay contacto con personas fuera del entorno más cercano, y si lo hay, una mascarilla les cubre la mitad del rostro. Son nuestros nuevos extraños.

Las propias motivaciones se ven amenazadas por la parálisis mientras el vértigo de la fantasía produce un viraje en la forma como vemos lo que nos rodea; por ejemplo, alguien que nos vendía el pan, el periódico, ahora es una amenaza latente.

El viaje y el tiempo

Entre los recorridos que se cruzan en el viaje, está el de la vida de siempre. Los días son los mismos, el método para vivirlos no varía, las horas se ajustan a un reloj interno. Los mismos ejercicios, la misma comida, la misma hora para dormir. Todo está bajo la apariencia de lo igual. De un lado el miedo, del otro el vacío, o en su defecto, la nada.

El tiempo se desliza por horas finitas, y también infinitas. Como paradoja, si antes la autonomía de los acontecimientos externos –citas médicas, trabajo en oficina– otorgaban ritmo propio a las horas. Ahora cuando los asuntos de afuera están postergados, el tiempo parece nada. Adquiere la dimensión de una mecánica implacable porque tenemos consciencia precisa de él. Sin querer nos aproximamos, en el viaje, al mundo de lo existencial. Ya los filósofos y escritores existencialistas habían advertido la pista sobre esta forma de sentir la vida.

Desorientación y ambigüedad

El viaje sigue y la posibilidad de enfermarnos justo donde estamos más protegidos, nuestra casa, aparece como fantasía. Es casi una visión mágica de lo real. Por ejemplo, los zapatos no se desinfectaron al entrar en casa, y saltan las alarmas cuando estamos sosegados.

En el mar de ambigüedad donde nos hallamos, es fácil encontrarse en situaciones como estas: ¿recibo el libro? ¿salgo hoy o mejor salgo mañana? ¿qué resulta más prudente? Mejor salgo hoy, pero cuando me pongo el pantalón, dudo: “a esta hora hay mucha gente; es posible que estén sin mascarilla”. Y así, la psique se debate entre un sinfín de posibilidades, indagando lo que a la fantasía personal, cotejada con lo real, sea menos peligroso.

La desorientación durante el viaje sucede cuando el número de posibilidades riesgosas son demasiadas. Dar dirección a la intensión nos llena de angustia. Todo rumbo es de pronóstico reservado, aunque sólo sea en nuestra imaginación. El pánico aparece.

Presente y futuro

Es posible que futuro y destino converjan en la equivocación, en lo destructivo, en el error humano. Es lo natural. Lo que se ha llamado progreso ha iluminado la zona oscura ante la cual camina y viaja el hombre. El tanteo en la oscuridad ha disminuido. Los errores son menos para salvarse. La civilización gana ese espacio para la “seguridad” del género humano. En la invisibilidad de la sombra extendida en la incertidumbre de la pandemia, no puede existir equivocación. Si me toco la cara, luego de tocar una superficie donde está el virus, ya puede ser la enfermedad.

Al salir de casa nos obligamos a dejar de ser presente: hay que prever milimétricamente el futuro. Cada paso puede implicar un peligro –o por lo menos así lo concibe la nueva ficción en la mente–, esta vez invisible. No es que nunca se haya experimentado esa sensación, nuestros antepasados la tenían, pero ante algo palpable: un tigre, por ejemplo.

Se ha vivido una ruptura entre pasado y futuro. Más o menos con esa clara analogía lo expresa la escritora india Arundhati Roy, y agrega, “añorando volver a la ´normalidad´, tratamos de zurcir nuestro futuro con nuestro pasado, rehusándonos a admitir la ruptura… Nada puede ser peor que volver a la normalidad”2. En el lugar de la ruptura, tiene espacio el vacío. Se ha dejado de ser presente. Nos debatimos entre el pasado que fuimos y el futuro que veremos. Al vivir en futuro, se está lejos de habitar la gravedad del estar, por lo volátil de lo que vendrá. Estar es indispensable para decir que se ha vivido.

Aislamiento y soledad

La carta de navegación ha tenido el aislamiento como norte. A algunos por viaje de trabajo o placer, los tomó por sorpresa en un destino desconocido. Quedaron atrapados en solitario. A otros en casas de amigos en un país distinto, otras personas en sus casas.

Las normas sociales de bioprotección han impuesto otra forma de aislamiento más concreto. No puedes darte la mano, tampoco besarte ni abrazarte, y debes mantener dos metros de distancia del otro. A cada paso que damos desconocemos la realidad bajo los pies.

El ser humano ha tenido que imaginar donde termina él y dónde comienza el mundo. Las referencias están difuminadas. Las cosas que desaparecen de nuestra vista también requieren la abstracción de la imaginación. Necesitan ser recreadas y que la emoción se pose sobre ellas, como sobre un misterio. Esa es la diferencia entre aislamiento –donde se descosen recuerdos de sus emociones correspondientes– y soledad, donde se teje con imaginación y emoción la memoria. Es el reto de la nueva manera de ser y estar en el mundo.

En el viaje que lleva cada uno a su mundo interior, la manera como vemos las cosas cambió. Pero nos cuesta mucho caer en cuenta de ello. Se empieza una valoración de cada detalle de la vida bajo otro código, uno que por los momentos nos es desconocido.

The new normal

En algunos lugares el mundo comienza a despertar. Se tiene noticias del trato impuesto por el gobierno a los migrantes que vuelven a Venezuela. En la India, Narendra Modi aplica una cuarentena brutal a toda la población, cuando su ministro de Salud días antes había dicho que el coronavirus no era una emergencia de salud. Dos países distantes, pero igualmente implacables en la acción del gobierno sobre los ciudadanos.

EEUU no se queda atrás. Miles de muertes por una enfermedad menospreciada desde los más altos niveles del gobierno. Luego, el asesinato de un hombre negro por un policía blanco, desata una ola de protestas violentas en todo el país, las cuales se han globalizado. El totalitarismo y la propaganda vuelven.

En países como España, las personas están en bares, plazas, y pareciera que cuantos más contagios ha habido, más gente desafía la pandemia, como si no hubiera sucedido nada. Como si no hubiese pasado de ser una pesadilla.

Un sol negro alumbra la penumbra de la psique colectiva. Coincide con el estado conocido como nigredo en la alquimia. No ha sido solo el contagio por el virus, ha sido todo lo humano lo que se ha visto infectado. Aunque hay euforia en algunos lugares, al asomarse la realidad, el paso a la melancolía será inevitable. Ya se advierte desazón frente al pasado perdido y la incertidumbre del futuro.

En unas conferencias sobre el Yoga Kundalini, refiriéndose a la cultura hindú o india y su diferencia con la cultura del hombre occidental, C.G. Jung dice “Ellos tienen lo inconsciente arriba, nosotros abajo”3. Hay muestras de eso, de Orfeo y Eurídice a Dante y Beatrice. En el hombre occidental, el alma siempre viaja hacia abajo, así el occidental puede transformar el placer en infierno, y el infierno en placer. La pandemia ha obligado al hombre de este lado del planeta, a viajar hacia abajo.

En el tubo de ensayo en que se ha transformado el mundo, si algunos han logrado completar el viaje, no lo sabemos. En lo sucesivo veremos si traerá cambios en la actitud del género humano. No pareciera que las formas y certezas pasadas hayan dejado de funcionar ante la nueva realidad.

Lo que sí parece cierto es que la información globalizada activa sombras. El colectivo, que es inconsciente, cada vez tiene más peso. Más grupos de activistas dictan pautas. Por otro lado, cuatro paredes rodean al individuo. Y ahora, la imaginación ha puesto precio a la libertad del ser humano.


1. El País, 28 abr 2020. Pablo Guimón. Coronavirus: “Era descorazonador que nuestro propio país no nos quisiera”

2. Financial Times, April 3 2020. Arundhati Roy: The pandemic is a portal.

3. Jung. 2015. La Psicología del Yoga Kundalini. Editorial Trotta. Madrid. p. 67


Artículo publicado previamente en Prodavinci

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