«El ojo y la pluma»
Mis primeros pasos con la conciencia de estar viviendo en Alemania y no más en Perú, los di en los ambientes de un mercado de verduras a cielo abierto, situado en el barrio de Frohnhausen, de la ciudad de Essen. Abundaban allí los productos alimenticios que recordaban los aromas y los sabores de la tierra adentro del país que me vio nacer: la papa (aunque muy poco variada), el tomate y otros productos que hombres y mujeres denominaban «exóticos» o «mercadería y artículos coloniales». Al tomar conocimiento de estos términos, un cierto sudor frío afloró en mi frente y en la palma de mis manos.
«Exóticos», oí después, éramos, además, los humanos cuyos orígenes remontaban, en general, a las excolonias. Como peruano, acostumbrado a oír entonar, y a entonar por obligación escolar y cívica el himno nacional cuya primera estrofa afirma: «Somos libres, seámoslo siempre», ante aquella realidad convicta y confesa por los alemanes, me sentí reducido al nivel de las «mercancías y artículos coloniales».
Un atardecer de ya un lejano verano, en momentos en que el equipo nacional de fútbol de Brasil debía competir por el campeonato mundial con el equipo nacional de fútbol de Alemania, el dueño del apartamento en que residía, quien a su vez residía en la planta baja, coincidió conmigo en la puerta de entrada al edificio, tratando yo de abrirla. A boca de jarro me preguntó:
–¿Usted apoyará hoy a Alemania o a Brasil?
Respondí que carecía de la posibilidad de apoyar ni a uno ni a otro porque, si bien era cierto que iba a ver en la televisión tal competencia, mi «apoyo» carecería de sentido.
–Desde el punto de vista objetivo, no se puede apoyar a quienes, en una transmisión de fútbol, no nos ven ni nos escuchan –precisé.
–Lo que deseo saber –replicó él– es si usted está porque gane Alemania o Brasil.
–¡Que gane el mejor! ¡Si Brasil lo logra, para mí será motivo de orgullo! –exclamé un tanto en tono de broma.
–¡Los Hottentotten nunca podrán con nosotros! –aseveró él. Luego, por completo malhumorado, cerró la puerta de su habitación con cierta violencia.
Brasil ganó y el entonces arrendatario de mi apartamento dejó de responder a mis saludos por casi un mes.
Hottentotten es la expresión despectiva que los colonialista alemanes inventaron para definir a los africanos colonizados por ellos. Significa, más o menos, «negros de mísera calidad». Los herederos de aquella mentalidad mísera continúan usando semejante concepto para rebajar de hecho a quienes somos originales de países no europeos.
La mentalidad colonial e imperial en Europa, y en particular en Alemania, es, en amplios sectores, un «cuento de nunca acabar». Pruebas al canto: el año 1962, en una visita de Estado a Liberia, el presidente de la República Federal de Alemania, Heinrich Lübke, se dirigió al público que tenía ante sí con estas palabras: «Estimados damas y caballeros, queridos negros…». Los alemanes que se reclaman decentes, algo que en su opinión son de por sí todos los alemanes, afirman que no existe ninguna prueba escrita del discurso de su expresidente. Sin pruebas materiales, no hay culpables. Algo muy jurídico y, a veces, subjetivo.
En la historia alemana nunca faltaron quienes afirmaron, y aún afirman, que existan pruebas que demuestren que por voluntad de su emperador Guillermo II, y de sus generales, en los territorios de los hereros y nambs, ellos inventaron los campos de concentración en donde acabaron con miles de hombres y mujeres de ambas etnias. Si uno insiste y les muestra las pruebas que reclaman, declaran, o tienden a declarar, que todo ello sucedió hace ya muchísimos años. Los campos de concentración en que fueron sacrificados los hereros y nambs fueron reactivados e implementados durante la dictadura nazi, contra los judíos, los romaníes y «otras lacras sociales». Aún así, no faltan quienes afirman que sobre semejante crimen nadie sabía «nada». Entre 1946 y 1953, en la mina Carl Funke de la ciudad de Essen trabajó como minero Alois Brunner, residente en la calle Stauseebogen número 114. ¿Quién fue Alois Brunner? Nada menos que, según Simon Wiesenthal, uno de los más estrechos colaboradores de Eichmann. Detectado bajo el nombre de Alois Schmaldinest por los dirigentes sindicales de la mina Carl Funke, Alois Brunner, el responsable de la deportación de unos 128,500 judíos franceses, y de otros países, a los campos de exterminio alemanes, nadie sabía nada de cómo fue empleado en la mina, ni tampoco como escapó a Egipto para reaparecer en Siria como comerciante de cerveza y del chocrut alemán. En Siria se llamó doctor George Fischer, y según el autor Christopher Simpson (USA) colaboraba con el servicio secreto de la República Federal de Alemania. Allí, nadie sabe «nada» de él.
Si como «exótico» o como «Hottentotte» insiste uno en confrontar ideas con los más conservadores, y si esa insistencia es escuchada por sectores convencidos de ser «demócratas», estos suman su voz a la de aquellos, y en tono alto te exigen: «¡Si Alemania no te gusta, regresa a tu país!».
En los tiempos en que existía el «campos socialista», para los políticos que tenían las riendas del Gobierno, el valor supremo alemán era la libertad. El partido demócrata-cristiano hizo incluso una campaña electoral con el lema «Libertad en vez de socialismo». En los tiempos en que, al parecer, la Alemania oficial se siente víctima de muchos emigrantes y refugiados que su propia política neomilitarista, apoyada por la OTAN, provocó, la libertad dejó de ser el «valor supremo». Este fue reemplazado por la seguridad. Muchos antiguos predicadores de la libertad se transformaron en «críticos» de la misma, asumiendo la «seguridad». como su «valor supremo». Al parecer confunden ellos la libertad y la seguridad cívica con la libertad y la seguridad de sus mercados.
Ante la «invasión» de Alemania por los emigrantes y por los refugiados, según las encuestas de opinión pública, el 33 % de alemanes, los rechazan. La tendencia irá en aumento. Los partidos de la ultraderecha tienen en estos a sus prístinos simpatizantes, miembros y electores. Abundan, entre ellos, hombres que no cesan de reclamarse en público (prensa y televisión) y en privado, ser los «defensores» de las mujeres. ¿Los motivos? El miedo, argumentan, a perder, en beneficio de aquellos, sus puestos de trabajo, y «sus mujeres». Hay mujeres entre ellos, que, en sus discriminaciones, tampoco se quedan atrás. Algunas se inventan violaciones sexuales desmentidas, en unos casos, ante la policía o ante los juzgados. En mi caso, en la puerta de salida de un supermercado de Essen, una de ellas, de buen y agradable parecer, un mediodía me abordó con mucha agresividad para asegurarme que desde hacía un tiempo me andaba vigilando qué era lo que compraba cada día. Su descaro me asombró.
–Con seguridad –declaró abordándome ante la puerta de un supermercado– usted debe ser uno de los nuevos invasores de mi país, un condenado abusivo de nuestra caja social.
Cuando le mostré mi documento de residente permanente y, por tanto, de un normal y común contribuyente de impuestos al Estado, desahogó su rabia agregando:
–La próxima vez que te encuentre, exótico, ¡te mearé!
Los testigos del acalorado diálogo no intervinieron en mi favor, para nada. Si la mujer, de acuerdo a sus palabras, me hubiera «meado», quizás tampoco habrían ni visto ni oído «nada».
Hay momentos en que en algunas fiestas importantes, los amantes de la «seguridad» reclaman, como el hambriento, su ración de comida, a la policía. La presencia de refugiados e inmigrantes, los nuevos «exóticos», los ponen en estado de angustia y nerviosismo. La noche de San Silvestre del 2015 al 2016, en auxilio de los festejantes de la llegada de Año Nuevo, a la policía les bastó observar el color de la piel de 674 hombres para definirlos como nafris, es decir, norteafricanos del Magreb. La letras i y s del concepto nafris, un invento policial de Alemania, atribuye a esos ciudadanos la calidad de malhechores o autores intensivos de acciones penales. Ya lo sabemos: los colonizados negros de África del sur son los Hottentotten, y los refugiados e inmigrantes del norte, nafris. En su mentalidad siempre hay un grupo, original de uno o más países, de «indeseables». Mientras redactaba yo esta nota, la realidad demostró que entre los 674 hombres dados por nafris, solo había 30 y el resto, incluyendo a 46 alemanes con piel parecida a aquellos, eran alemanes.
La policía, entre tanto, constituye la columna vertebral de la seguridad interior alemana. En el exterior, esa función la viene asumiendo, cada vez con mayor amplitud y agresividad, su ejército. La OTAN reclama a sus oficiales como comandantes de las tropas de avanzada «occidental» contra Rusia, y en Mali, de «ayudante» de los invasores franceses, poco a poco devienen en tropas de activo combate. Del ruido de sus tanques, de sus aviones y del olor de su pólvora lo saben en el pasado y en el presente ya otros países.
Los refugiados en Alemania, expresión de una de las consecuencias de la política neocolonialista, son gente que en sus países han perdido sus bienes, sus amistades, su libertad y su seguridad. En tanto las fuerzas invasoras, en apariencia luchadoras por la «libertad y la democracia» contra el terrorismo, el fenómeno del Siglo XXI, aseguran el movimiento de los productos y recursos naturales hacia Europa, atrayendo hacia sus mercados incluso los peces de los «exóticos». Los refugiados, huyendo de aquellas guerras, son recibidos por la puerta delantera, por conveniencias electorales incluso con flores repartidas en público, por la puerta trasera, de muy malas maneras y en secreto, se les echa sin misericordia. Esta conducta es una demostración práctica y definitiva de que los recursos naturales (mercancías) y la fuerza de trabajo que hacen posible su extracción son muy queridos y deseados por los países desarrollados, mas no así las personas que siguen la misma ruta de sus enajenados recursos naturales. Este círculo vicioso se traduce para la industria armamentista y logística, entre otras, en un gran negocio. De acuerdo a la mentalidad promedio alemana, si este negocio, a su vez, proporciona empleo capaz de impulsar la plusvalía y otros beneficios económicos, debe ser asumido por Alemania. Para alegría de la industria armamentista, miles de mujeres y de hombres, a fines de protegerse de sus propias angustias e histerismos, van adquiriendo ya armas de uno u otro calibre. Solo en la región de Renania y la Cuenca del Ruhr subió de enero del 2015 a diciembre de 2016 de 70,000 a 121,690 el número de dueños de armas que siempre llevan al alcance de sus manos.
En Alemania a los «emigrantes/refugiados peligrosos» se prevé imponerles la obligación de que lleven fija, a una de sus piernas, una cadena que registre, para uso policial, sus movimientos. ¿Quién determina quién es peligroso? ¿Llevarán la misma cadena, algún día, quienes se dedican a incendiar, en una u otra ciudad, las casas que alojan a los refugiados? El simple registro de tales movimientos no garantiza, en absoluto, que ningún elemento peligroso deje de relacionarse con sus posibles cómplices y menos que cambie de ideología. En el caso de los «peligrosos exóticos», la mejor medida de seguridad debería ser respetar la soberanía y libertad de sus países, dando por concluidas las intervenciones militares, el gran negocio del presente y del pasado.
¿Habrán oído este «cuento» los conservadores alemanes?
–¿Cómo? Ah, ¡no, no se trata de un cuento, sino solo de la antojadiza opinión de un exótico que debe ser uno de izquierda. Oiga, en vez de criticar a Alemania, ¡que regrese él a su país!
En ejercicio de la libertad de vivir donde mejor les parezca, y de opinar, estén seguros, señoras y señores conservadores, los «exóticos» no deseamos saber nada de esta tan «cristiana y occidental exigencia».