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El país de las maravillas

Hablo de un lugar que no le deseo a nadie ni con todas sus maravillas. Donde la tecnología se vive a otro tiempo y los compromisos no se cumplen sino depende. Todo depende. Y como no se sabe de qué depende, se depende del que depende y según se depende se irá definiendo… dependiendo. Whtasapp funciona como en el resto del mundo, a pesar de las lentitudes de conexión local. Pero no es tecnológico lo que impone la particularidad de un ritmo de códigos resbalosos, difícil de atajar. Se elimina la posibilidad de que el que te escribe pueda saber si leíste el mensaje, con alevosía. Así queda suprimido todo chance de reclamo del que está esperando una respuesta: desde el clásico me quedé sin pila hasta… es que no leí tu mensaje sino al otro día… Es que dejé el celular en la casa porque no quiero que me lo roben… pasé cuatro horas en la cola o no tenía con qué pagar el taxi… Y aunque todo es verdad, en otros lugares dejar al interlocutor sin respuesta es desprecio, aunque la comunicación sea virtual. Mínimo es irrespeto, si sucede entre gente que se conoce o se estima. En este lugar no contestar es tormento. Porque nada es personal. Todo es nacional. Esquivo y sobrevivo, es la consigna. Y aplica a todo. 

Y así se va diciendo que sí aunque es no, y se van haciendo promesas y compromisos y citas, no para atenderlas sino para no tener que decir que no, lo que no tiene nada que ver con cumplir con lo prometido sino con cumplir con el requisito de que todo pase en armonía y sin estorbo: hacer la cita debiera bastar como muestra de interés y consideración. No me cierres la puerta.

Porque nadie está seguro de lo que va a pasar mañana entonces nadie quiere decir que no, pero eso tampoco significa que puede decir que sí. Porque si aparece algo mejor no me quiero comprometer con lo peor. Es el resultado de vivir en la incertidumbre como cotidianidad, el acerbo de los que sobreviven al constante peligro de desaparecer como por arte de magia. Cada día es un invento que se cuece al calor de los imprevistos. Los niveles de angustia y desalojo de la esperanza son muy elevados. Demasiado elevados. Aunque nadie se queja, todos dicen sin decir. ¿Para qué más decir, mal decir? Si eso no cambia nada… 

Y no es que se ha perdido la alegría ni la sexualidad a flor de piel, que se esgrime, sí, pero más rastrera y menos certera. También se desconfía hasta de lo que se siente. 

¿Cómo no se va a desconfiar de alguno al que le va mejor? Eso sí es una sospecha que establece una barrera infranqueable. Sobre todo si el que llega con aires de otros lares pretende compartir su bienestar. A nadie que vive acorralado, le gusta que le vengan a restregar ilusiones sembradas y alimentadas en lejanías desconocidas. De allí surge una nueva versión de la envidia. Mucho más difícil de detectar que la clásica envidia oculta, y por eso irreprochable, que ha nutrido la segregación y el castigo que se le impone a los que tienen algún éxito desde siempre.

En este lugar, la generosidad y la envidia conviven sin mezclarse, hoy te digo que sí y te regalo y mañana te tengo rabia y no te contesto. Así de simple. Hoy te puede tocar el aceite de la sonrisa y el acuerdo y mañana te castigo con el vinagre de la indiferencia. De nuevo, depende…  por eso nadie se atreve a decir que la envidia es una de las sobresalientes a la hora de escoger lo que define la personalidad de este lugar. Porque depende, no es definitivo. Todo el mundo sabe que no se sabe, así que no es de sorprenderse, es claro que es opaco, es asunto que se asume y es tácito. Tampoco es para ponerse con purismos de juego limpio. Si de todas maneras nadie entiende, ¿a quién se le ocurre establecer confianzas?

Mucho menos se puede confiar en el que no padece lo mismo, que por ende entiende menos y queda así anulado de todo derecho. Porque tiene más real y puede comprar bachaqueado, porque viaja y se puede pasear y respirar otros aires que le restituyen el aguante, porque tiene carro y si se le accidenta tiene como reparar, porque tiene a sus hijos a salvo en otro país, porque cree en la palabra y no se da cuenta de que la palabra en este lugar ya no vale nada.

Hay que no tener problemas para poner la palabra por delante. Hay que ser ocioso para regodearse en las maneras. 

Y no es que el embarque, la falta de palabra, la impuntualidad sean nuevas mañas del lugar. Lo que es nuevo es que ya no importa y se ha generalizado como forma de comunicarse en el sálvese quien pueda. Simplemente ya nadie alcanza para presentar siquiera excusas mal hilvanadas cuatro días después y si te veo mejor ni te saludo, si puedo me hago el loco o sonrío como si nada y me escabullo y si insistes es posible que empiece a hablar mal de ti. Deja la cosa que la masa no está para bollo, es la conseja. 

El asunto es que todo lugar que se queda sin excusas en la misma medida anula la posibilidad de reclamo. Y así las relaciones engordan de no dichos, y el cariño ocurre y deja de ocurrir sin explicación, en un estado emocional general que transcurre y desgarra silencioso y tóxico. Las miradas ya no revelan, no hay chispitas sino cuando dan ganas de llorar, un velo protege la verdad de lo que se siente, difícil es distinguir la admiración de la envidia de la verde y cochina. De esa que se revierte en culpa con el tiempo que inevitable siempre te devuelve lo que digieres mal.  

La regla es muy simple: el que no padece que no opine, que no exija, que no presione, que no se crea, que no quiera… porque se quedó sin derecho, porque ya no entiende lo que los que padecen sufren sin entender tampoco. 

Como en cualquier lugar acostumbrado a la risa fácil, en este lugar maravilloso, el chiste sigue siendo un disimulo. Pero se ha vuelto amargo, hipócrita o cínico. No me atrevería a decir cuál de los amagos es peor. 

Hablo de un lugar parecido al País de las Maravillas, donde todo parece posible pero nada es lo que parece. Donde no hay una Alicia sino que cualquiera que se adentre termina en víctima burlada, muchos fabricantes de sombreros sin cabeza, no de piel, para todo es cuero duro, relojeros sin tiempo, no quedan agujas con que remendar el desgarre, “tranca el paso que se te rompe el vestido”, como dice la canción… los conejos saltan de cualquier esquina sin mirada fija y el temblor en la nariz lo tiene hasta la lombriz. No se comen pasteles pero se bebe y entonces te pones chiquito y bebes y te sientes grande y la realidad que se estira y se encoge, ¿cómo se entiende el País de las Maravillas? La oruga se fuma su pipa y no puede ver más allá del hongo donde descansa, ni imaginar como se siente ser mariposa. La llave quedó lejos del alcance, la cerradura es pequeña para la llave que no abre, o es que hay alguna otra puerta… otra salida… una vía de escape… escalera de incendio… puerta de servicio… es un pájaro… un avión… ¿o será que estamos esperando a Superman?

Si logra identificar el lugar es porque cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad. 

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