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Otra vez, París

¿Por qué le embargaba a Sofía tanta culpa por el solo hecho de encontrarse otra vez en París? Llevaba más de cuatro meses preparando hasta el mínimo detalle estas vacaciones con su maridoamantenovio, que tanto necesitaban los dos. Ambos compraron su respectivo boleto de avión en rebaja; ambos buscaron páginas y páginas de internet, la habitación del hotel o del Airbnb más barato y ambos sentían profundos deseos de lo que para ellos sería una segunda luna de miel.

Al llegar al Charles de Gaulle, lo primero que pensó Sofía fue: “Lástima que el Presidente no salga más al exterior para tener más puntos de referencia respecto a otros aeropuertos del mundo. Por eso cree que el Benito Juárez está perfecto y que el Santa Lucía deberá ser construido con absolutas medidas de austeridad”. Ya en el taxi, los dos se pusieron de acuerdo en relación con los gastos que representarían sus vacaciones. Half and half?, le propuso Sofía a su pareja mirándolo con ternura derechito a los ojos. “Ya veremos…”, le contestó su maridoamantenovio.

Durante el trayecto, Sofía comentaba entusiasmada todos los dones que ofrecía la Ciudad Luz: historia, cultura, exposiciones, calles sin baches ni topes, las terrazas de café, la comida, ver de cerquita el corazón roto de Notre Dame, paseos por los parques, teatro, volver a ver a amigos, cine y conciertos. “Ah, y muy buenas baratas de verano”, agregó feliz. El chofer la escuchaba con una ligera sonrisa, probablemente preguntándose cuál sería el origen de esa pareja de enamorados. Bajo un calor apabullante, finalmente llegaron a su hotel en el Barrio Latino. Como pudieron subieron sus maletas, ordenaron en los cajones y clóset su ropa y muy tomados de la mano y con una gran sonrisa, se dirigieron al restaurante L’Epoque, a una cuadra de distancia, que les había recomendado el portero.

El restaurante estaba lleno de parejas, grupos de personas con cara de turistas, cuyo ambiente denotaba, claramente, que muchos de los comensales estaban todavía de vacaciones. Como bebida, pidieron una copa de vino rosado bien frío; enseguida, como plato fuerte (no tenían mucha hambre) él pidió carne asada y ella, pollo al tomillo. Hacía mucho tiempo que ninguno de los dos tenía esa sensación de plenitud, libertad y alegría que provocan las vacaciones tan lejos de su país y su cotidianidad. En ese ámbito tan relajado y parisino se pusieron de acuerdo para ir a caminar a los Jardines de Luxemburgo y después a la exposición Berthe Morisot, mujer impresionista, que se exhibía en el Museo de Orsay, y al panteón Pére Lachaise. Los dos querían rendirle homenaje a Oscar Wilde, Jim Morrison, Chopin, Sarah Bernhardt, entre muchos, pero sobre todo a Marcel Proust. “Yo le quiero llevar unas flores a Colette, en agradecimiento por todo lo que me ha enseñado como gran escritora”, dijo ella. “Y yo, a Max Ernst y a Samuel Hahnemann, un médico homeópata espléndido del siglo 12”, opinó él.

De regreso al hotel, de pronto descubrieron en la misma pequeña calle una placa de una típica fachada parisina que decía: “Aquí vivió Ernest Hemingway 1899-1961”, el mismo autor que escribió París era una Fiesta. Después de leer la placa con cuidado, nos enteramos que allí había vivido, en el tercer piso, con Hadley, su primera esposa: “Este fue el París de nuestra juventud, al tiempo que éramos muy pobres y muy felices”. Muy cerquita de allí, descubrimos otra casa preciosa donde había vivido nada menos que James Joyce, el escritor preferido del esposonovioamante. Esa noche, Sofía soñó que se encontraba a Hemingway, totalmente borracho, en una de las bancas de Notre Dame. Afuera de la catedral, en su sueño vio una manifestación de los “chalecos amarillos”. Entre los gritos emitidos por un altavoz, reconoció algunas consignas: “Ya no aguantamos a tantos turistas y a Macron, y menos toleramos a Brigitte, la primera dama, quien se atreve a comprarse sandalias de 750 euros, lo que representa un salario de una cajera o de un jubilado. Nos irritan los discursos filosóficos de Macron. Parecería que siempre nos está dando clases…”, gritaban furiosos en el sueño de Sofía. Al paso de los manifestantes por los Campos Elíseos, Sofía vio cómo rompían con violencia las vitrinas de las boutiques más reconocidas, miraba con asombro las pintas del Arco del Triunfo que decían: “Abajo la desigualdad”, “Odiamos a los ricos y a los diputados”. “Abajo los patrones”. Sofía ya no quiso leer más. Lo único que quería en su sueño era regresar al lado de su esposonovioamante, quien dormía muy plácidamente a su lado…

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