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Susana Herrero Olarte

¿Pero otra vez hablando de izquierdas y derechas en Latinoamérica?

Hace un par de meses incluí en unas entrevistas para una investigación la pregunta “¿Cuál es la primera palabra que le viene a la cabeza cuando le digo izquierda política?, ¿y derecha?” La muestra incluía personas de ocho países latinoamericanos de todos los rangos de edad, condición económica y sexo. Me sorprendieron tres cosas.

La primera es que las respuestas eran diametralmente distintas. Sobre la izquierda se propusieron comunismo, dictadura, libertad, igualdad, oportunidades, equidad, corrupción, ladrones, idealismo… Sobre la derecha dictadura, opresión, libertad, competencia, acceso, crecimiento, riqueza, empresa, sector privado, corrupción, ladrones… Salió un poco de todo.

Lo segundo que me sorprendió es la coincidencia en ambos grupos al asumir como propias cuestiones positivas y negativas que son universales. Derecha e izquierda entendían que eran suyas las ideas de libertad, democracia y oportunidades. Achacaban al contrario la corrupción, los ladrones, la dictadura y la opresión.

Lo tercero que me impresionó es la pasión de los entrevistados sobre el tema, que se tradujo en una evidente incontinencia verbal y en el desprecio al otro. La gente se explayaba, no podía presentar sólo una palabra, me contaba anécdotas, aprovechaba para convencerme. Porque resulta que el otro era malo, tenía mal corazón, mal fondo. Quería su propio beneficio.

Ponerse de acuerdo con alguien del bando opuesto es por lo tanto muy difícil. Y claro, todos pertenecen a un grupo. Es además fácil saber de qué bando son los amigos, la familia y los compañeros porque nos encanta decir si somos de derecha o de izquierda y si alguien no quiere decirlo no importa porque el resto parece que lo huele. Podemos en seguida saberlo. A nosotros no nos engañan.

Si no es de los nuestros inmediatamente le cuestionamos porque pensamos que claro, que en el fondo, su base, la formación de sus pensamientos, su más íntima manera de razonar es la mala. Normal. Nuestro grupo quiere un mundo libre, donde reine la democracia que garantice las oportunidades y el otro, el otro claro está es el que quiere imponer un sistema opresor donde reine la impunidad ante la corrupción y siempre ganen los mismos, injustamente claro. Aunque no lo digan así, porque el otro, además de todo, es un mentiroso. Es un lobo con piel de cordero.

Así es imposible llegar a consensos básicos sobre cuestiones fundamentales. Y es muy necesario que alcancemos mínimos de acuerdos porque la confianza de la ciudadanía latinoamericana es deplorable y sus necesidades evidentes. Ya no hay tiempo para jugar a la izquierda y la derecha. Demasiado hemos perdido ya.

Según el Latinobarómetro (2017) el 70% de la ciudadanía latinoamericana no se sentía representada en el congreso/parlamento en 2015. Sólo el 50% creía que la democracia es el mejor sistema de gobierno. El 62% tenía poca o ninguna confianza en el Estado. Y el 55% poca o ninguna confianza en las empresas. Sólo el 30% creía que los gobernantes buscan el bien del pueblo. El 62% de los encuestados creía que se ha progresado poco o nada en reducir la corrupción en los últimos dos años.

El discurso de la izquierda y la derecha se han quedado cortos. Han demostrado estar por debajo de la capacidad de la ciudadanía para saber qué quiere y cómo conseguirlo. Según el Latinobarómetro el 35% de los latinoamericanos estaban en 2015 preocupados o muy preocupados por quedarse sin trabajo. El 45% no estaba satisfecho con la educación pública. El 58% estaba insatisfecho con el sistema de la salud pública. Sólo el 14% creía que la seguridad era buena o muy buena. El 57% creía tener poco o nada garantizada la seguridad social.

Podríamos comentar aquí qué porcentaje de la población latinoamericana se reconoce de derechas y qué porcentaje de izquierdas. Eso también lo publica el Latinobarómetro. Pero no lo vamos a hacer porque sería un insulto a su inteligencia. Sería hablar de algo sobre lo que no hay un consenso, que cada uno entiende como puede y quiere, y que genera pasiones que absorben la energía que necesitamos para otras cosas. No es necesario que nadie luche incansablemente por la izquierda o la derecha. De verdad. No hace falta. Es imprescindible, en cambio, que si queremos libertad digamos que queremos libertad. Si queremos la garantía de la salud y la educación pública universal de la máxima calidad digamos que queremos la salud y la educación pública universal de la máxima calidad. De nuevo a la ciudadanía le toca demostrar, como casi siempre, que está muy por encima de la clase política de la región.

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