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Guadalupe Loaeza

¿Oscar Wilde de USA?

Cómo se hubiera reído Oscar Wilde con la publicación en Facebook de Beatriz Gutiérrez Müller del 16 de octubre en la que decía: «Hoy recordamos a Oscar Wilde, uno de los más famosos y brillantes escritores estadunidenses. Nació un 16 de octubre de 1854. No dejes de leer ‘El retrato de Dorian Gray’…». Conociendo su humor ácido y muy incisivo, tal vez el escritor irlandés le hubiera contestado algo como: No, my dear First Lady, I was born in Dublin… donde por cierto hay una estatua mía en Merrion Square Park, en donde aparezco sumamente relajado encaramado en una roca. Pero no se preocupe. Siempre he dicho que las mujeres están hechas para ser amadas, no para ser comprendidas…». Le hubiera caído tan en gracia a Wilde la ocurrencia de la doctora en teoría literaria que quizá le hubiera contestado: «Todo el mundo que es incapaz de aprender decide enseñar».

Narcisista como era, este «impertinente absoluto», Oscar Wilde, a lo mejor le hubiera sugerido a la No Primera Dama poner en Instagram una de las fotografías que Napoleón Sarony le tomó cuando viajó a Estados Unidos en 1882, en las cuales aparece el poeta con el cabello largo, envuelto en una capa muy larga o con unas pieles. Seguramente al pie de la fotografía hubiera escrito una de sus frases más famosas: «Amarse a sí mismo es el comienzo de un idilio que no termina jamás».

No, a Oscar Wilde no le hubiera gustado por ningún motivo haber nacido en Estados Unidos. Era un país que además de no entenderlo, no le gustaba en absoluto. (Imaginemos lo que hubiera pensado de Trump). En 1882, siendo aún muy joven, el autor de De profundis visitó diferentes ciudades para impartir una serie de conferencias. Al llegar a la aduana, lo primero que se le ocurrió decir fue: «No tengo nada que declarar sino mi genio». Lo segundo que le llamó la atención al desembarcar fue «si sus habitantes no son los mejores vestidos del planeta, son por lo menos los más cómodamente vestidos». Asimismo, se refiere a que todo el mundo parece estar impulsado por la prisa. «Como que, de haber estado Romeo y Julieta en un estado de constante ansiedad con respecto a los trenes, o de haber estado preocupados sus espíritus por la cuestión de los billetes de regreso, puede asegurarse que Shakespeare no nos habría dado aquellas deliciosas escenas del balcón tan llenas de lirismo y de sentimiento patético». Lo que no soportó Oscar Wilde, en Estados Unidos, era el ruido; no soportaba el ruido de las sirenas. En su texto «Impresiones de América», afirma que ninguna de las ciudades norteamericanas son tan bellas como Oxford, Cambridge, Salisbury o Winchester. «Pues siempre que los americanos se han propuesto crear algo bello han fracasado señaladamente». Sin embargo, admiró la forma de aplicar la ciencia a la vida moderna. El dramaturgo se decepcionó de las cataratas del Niágara. «Todas las recién casadas norteamericanas son traídas aquí y sin duda la vista de la famosa catarata debe ser una de las primeras, ya que no la más aguda, de las desilusiones de la vida conyugal». Tampoco apreció mucho el ferrocarril, «una locomotora que más parece un cacharro». No obstante, se sintió muy reconfortado, ya que, en una de las estaciones, uno de los mozos vendía una edición de sus poemas, «abominablemente impreso en una especie de papel secante al ínfimo precio de diez centavos». A los mineros de la Ciudad del Lago Salado, les dio una conferencia sobre la «Ética del Arte». Después lo llevaron a un baile público. Al llegar, a Oscar Wilde le llamó la atención un cartel sobre el piano que decía: «Hagan el favor de no disparar contra el pianista. Lo está haciendo lo mejor posible». Finalmente, el autor de El príncipe feliz concluye la primera parte de su texto admitiendo que: «Los norteamericanos son el pueblo mejor educado políticamente de todo el mundo. (…) puede enseñarnos la belleza de la palabra LIBERTAD y el valor de su concepto».

Por último, con todo respeto, decimos que ojalá que la doctora en literatura Beatriz Gutiérrez Müller hubiera por lo menos echado un ojo a la Wikipedia, antes de afirmar que Oscar Wilde «era uno de los más famosos y brillantes escritores estadounidenses». Sin duda lo era, pero de Dublín.

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