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Oportunidad en la crisis

Estamos inmersos en una realidad particularmente difícil y tenemos que enfrentar un durísimo escenario: la crisis sanitaria y la crisis económica. El panorama no es nada alentador.

La crisis sanitaria creó pánico en todo el planeta y la respuesta de los gobiernos fue la de mantenernos en casas. Los meses de encierro compartiendo noticias alarmistas presentan un panorama desalentador, pocos de los que hospitalizan se recuperan. El miedo debilita, altera las funciones cognitivas y aumenta la falta de confianza en uno mismo. Muchos se quedaron sin ahorros, sus negocios se fueron a la bancarrota y desesperados, no tienen idea de cuál rumbo tomar. La sensación que nos queda es como la de estar viajando en un barco que acaba de encontrar una tormenta y está a merced del viento.

Tomemos las enseñanzas de una cultura milenaria como la china. La crisis nos ofrece la oportunidad para volver a nacer y renovar la concepción de nosotros mismos como personas. Cuando elegimos el cambio podemos reconstruirnos a pesar de los malos augurios. La crisis para los chinos tiene dos símbolos opuestos: por un lado está el peligro y por el otro el crecimiento y la responsabilidad.

En plena tormenta perdidos en el océano a punto de hundirnos solo vemos el peligro, nos invade el miedo, el instinto de conservación está en alerta, la lucha por la sobrevivencia nos enfrenta a situaciones extraordinarias. En el primer impacto solo se perciben tinieblas, no se vislumbra la luz y la angustia se apodera de nosotros. La crisis entraña un peligro y el ego se resiste al cambio. El miedo a lo desconocido provoca ansiedad, coraje, parálisis, nos preparamos para correr o pelear. El impacto emocional se expresa en alteraciones de la conducta. La forma de afrontar los eventos traumáticos y la capacidad de adaptación a las situaciones, dependen de varios factores: la educación, la edad, la posición social, la tolerancia a la frustración que se aprendió en familia y en el entorno educativo. Pasada la tempestad viene la calma, se vislumbra la luz, es el momento de la resignación, de poner los pies en la tierra y aprovechar la seguridad y confianza en nosotros mismos.

Para recuperarnos del impacto tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, no engañarnos con: “aquí no pasa nada”. Hay que dejar permiso al proceso: llorar, reclamar, sentir la impotencia, la frustración. Cuando llegue la recuperación hay que soltar, dejar ir lo perdido. “Más se perdió en la guerra” es una forma de consuelo, aunque este confinamiento haya sido una guerra anunciada porque ya habían advertido que había que enfrentarse con un enemigo invisible. Parecía ciencia ficción, epidemias que pasaban en otros lugares. Nadie supuso que sería una pandemia.

No intenten luchar como Don Quijote contra los molinos de viento, solo conseguirán agotarse y, a pesar de todo, los cambios siguen su curso.

El mundo está caracterizado por constantes contradicciones, el bien y el mal ocupan un lugar en el todo. El devenir es el principio en todas las cosas, la realidad es múltiple y cambiante, el universo está formado por contrarios en constante oposición. Entre el fuego, el aire, la tierra y el agua se efectúa el ciclo de la transformación. La tierra se vuelve agua, el agua, nube y aire. El aire regresa al principio y se convierte en fuego. Todo pasa, nada es permanente, la vida nace del fuego y es destruída por el fuego. Las personas cambian por tres razones: aprendieron demasiado, sufrieron lo suficiente o se cansaron de lo mismo. Confiemos en lo que dijo Goethe: “si estás comprometido con tu meta, el universo conspira a tu favor para que aparezcan los instrumentos y personas que te permitirán lograrlo”.

Por último, unos consejos para iniciar el cambio: entiende la situación, sal del encierro, ponte en contacto con la naturaleza, despierta los sentidos, pregúntate: qué veo, qué huelo, qué siento, qué escucho. Lanza preguntas al universo, no te desesperes, quédate tranquilo. Las respuestas van a llegar.

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