«Nunca con Domingo a solas, mucho menos en un elevador o camerino, nunca cenar con él, nunca usar el baño cercano a su oficina y menos contestar sus llamadas tarde en la noche; si te invita a comer, no tomes alcohol; que la cita mejor sea en un lugar público; no aceptes encuentros para que te dé consejos profesionales; si está presente su esposa, mejor; cuando está ella, no se atreve a besuquearte, a meterte la mano debajo de la falda y a manosearte los pechos, y por supuesto nunca aceptes una selfie, porque en seguida te da un beso todo ensalivado…», he aquí la tradición oral de advertir a las mujeres sobre Plácido Domingo, sobre todo a las más jóvenes que apenas empezaban su carrera en la ópera. Su comportamiento del típico «Don Giovanni», mejor conocido como «el libertino castigado», de la ópera de Mozart, era conocido por todos, era un «secreto a voces». Desde músicos hasta tramoyistas comentaban la obsesión de Domingo por perseguir impunemente a las mujeres. Y entre más rehusaban sus acosos, más insistía Domingo y les cantaba al oído El beso, de los Churumbeles, y las tomaba por la cintura y les besaba los hombros y les prometía meterlas al coro de la Ópera de Los Ángeles.
Veinte de ellas, finalmente, se atrevieron a denunciarlo, la mayoría anónimamente, salvo Patricia Wulf y Angela Turner, que trabajaron con Domingo en la Ópera de Washington. La agencia Associated Press afirma que «Domingo presionó a las supuestas víctimas, mujeres jóvenes en los inicios de su carrera, para que mantuvieran relaciones sexuales con él a cambio de trabajos y llegó a castigar profesionalmente a las que se negaban. Los hechos se remontan a principios de los años ochenta y se extienden durante tres décadas» (El País). A raíz de estas acusaciones muchas compañías operísticas hicieron sus propias investigaciones y fue cuando, como cataratas, comenzaron las cancelaciones donde ya estaban programadas las presentaciones de este Don Juan arrogante y de sexualidad promiscua. Primero, fue la Ópera de Los Ángeles, después la Filarmónica de Filadelfia, la Ópera de San Francisco y la más reciente en el Metropolitan Opera de Nueva York, donde interpretaría Macbeth.
Con 78 años encima, 150 papeles, 4,000 actuaciones y millones de canas, intenta disculparse con argumentos machistas: «Reconozco que las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado. He sido bendecido y privilegiado de haber tenido una carrera de más de 50 años, y me ceñiré al más alto estándar». Una de las víctimas admitió que se había acostado con el viejo galán, en el hotel Baltimore de Los Ángeles. Cuando partió, le dejó 10 dólares en la mesita de noche, no sin antes decirle: «No quiero que te sientas como una prostituta, pero tampoco quiero que tengas que pagar por aparcar» (El País). Qué amante tan considerado y tan tierno, pero sobre todo, tan avaro considerando lo que cobra el tenor por cada espectáculo. Hay que decir que varias acusaciones contra el español han sucedido en Los Ángeles, de allí que esa casa de Ópera haya encargado la investigación a una abogada especialista en «protección de la reputación». Se llama Debra Wong Yang. Lo primero que hizo fue mandar un correo electrónico a todos los trabajadores de la institución en el que les animaba a ponerse en contacto con ella y ofrecerles que «no habrá ningún tipo de represalias» para quienes participen «de buena fe».
«¿Cómo le dices que no a Dios?», preguntó a su entrevistador una de las mujeres que acusan a Domingo. Un «Dios» súper macho, que ha recibido, por su «buena conducta», centenas de premios, distinciones y Honoris Causa. Como vivimos en el país de la im-pu-ni-dad, el pasado 5 de octubre, este «Dios» tan «respetuoso y respetable» recibió en la Ciudad de México un galardón más, el Premio Batuta a la excelencia a la música clásica. Quien también recibió el premio, entre muchos directores de orquesta y músicos, es otro que se cree «Dios», por cierto muy conquistador, llamado Enrique Bátiz y que, asimismo, estuviera envuelto en un escándalo de violación con la violinista Silvia Castrán. Qué felices se pondrán los dos músicos con una distinción que les queda como anillo al dedo, «el premio batuta».