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Nuevas profesiones

Tratando de dejar a Venezuela donde está, inquieta en mi corazón, al borde de mi Mar Caribe, fuerzo mis líneas a que transiten por paisajes extranjeros, y me reto a jugar a no hablar del presidente de los Estados Unidos y su agenda de los primeros cien días, a pesar de que ocupan de manera frenética todos los espacios y medios de alrededor, las mentes e iniciativas de todo tipo. Cuando el tema es tan enorme, buscar en lo pequeño y cercano que al final de cuentas es lo que importa, se me ocurre como la mejor manera de cambiar de tema y probablemente de encontrar respuestas.

Tengo dos vecinas llenas de sueños. Una quiere llegar a Broadway y talento tiene, pero llegar a Broadway no es cuestión de talento nada más. La otra quiere tener un programa de televisión sobre la salud y la energía, y no es que la salud y la energía no sean tema de televisión, sino que para llegar a la televisión también hace falta mucho más que un tema. De suerte que estas dos almas inocentes, una norteamericana sin un gen extranjero y la otra australiana casada con un escritor nacido en Bangladesh, se han inventado la manera de ejercerse al margen de las tendencias dominantes, main stream, vale decir Broadway y canales de televisión. Y han optado por otra escala: la atención personal. La actriz entrenada en la emisión de contenidos emocionales a través del sentir ajustado y el buen decir, que es el entrenamiento de todo actor, tiene una fuerza tal cuando habla, que es capaz de convencer a cualquiera de que está en capacidad de hacer con su vida lo que desea y ser feliz. La otra, con ganas de hacer televisión para que la gente viva más contenta, tiene un sentido del humor tan refrescante que es capaz de remover las tristezas de cualquiera, con argumentos espirituosos a favor del bienestar. Y van de casa en casa, curando malestares, desilusiones, inseguridades y desalientos. Y así se ganan la vida, usando lo mejor que tienen.

Ellas se atreven, como cada vez más se atreven, toda vez enfrentados a las dificultades, de lograr el éxito -según hemos aprendido a entenderlo-, a llevarle la contraria al sistema que nos aconseja otra secuencia. La secuencia del buen estudiante, que se gradúa de la universidad y luego triunfa en la vida ejerciendo alguna de las carreras exitosas del momento. Se supone que si seguimos los pasos podemos confiar en ciertas garantías. La consigna nos invita a luchar por lograr el sueño de las grandes marquesinas o de lo contrario, padecer del sentimiento de fracaso de por vida. Una vida que pareciera ser cada vez más breve dada la creencia instalada, cada vez más inclemente, de que sólo se vive cuando se es joven. De manera que si no consigues el reconocimiento a cierta edad, te puedes empezar a considerar un perdedor y estás condenado a vivir como tal, cargando con ese estigma.

Tenemos ese paradigma instalado en los huesos, y por las dudas, se nos comunica esa manera de ver la vida, de manera constante y a través de todos los medios… es muy difícil escapar. Venga al caso la película que a propósito de su última gira, produjo Madonna con todo el registro de sus conciertos. En ella Madonna exhibe la irreverencia de siempre, sudando la gota gorda dando la batalla a los años que no perdonan, con una fortaleza que conmueve. Se le escapa la evidencia de sus 58 años a pesar de todo el esfuerzo de brincar y contorsionarse, su insistencia en los excesos de guiños sexuales que aún perturban, y un vestuario que solo medianamente la protege, pues para ser joven también la conseja obligada es mostrar. Sin embargo su talento se impone por encima de las fisuras que plantea su edad que no corresponde con la juventud forzosa de cualquiera que aspire a montarse a cantar en escena. Hasta aquí todo pareciera ser valentía y contracorriente… hasta que raptada por un ataque de generosidad, como broche de oro para terminar la película, Madonna incluye un recuerdo, de los tiempos en que vivía con poco en su diminuto estudio de la calle 4 cerca de la avenida A del East Village de Nueva York, cuando tocaba guitarra a solas inventando versos, imaginando llegar lejos… confiesa que nunca se imaginó que su vida podía cambiar tan radicalmente de un día para otro. Le puede pasar a cualquiera… el asunto es perseguir su sueño… Ahí nos dejó eso. Un regalito final para todos los que aspiran llegar lejos, todos los que viven esperando que pase algo que cambie sus vidas de un día para otro… y yo me pregunto, ¿dónde queda lejos? ¿Por qué vivimos postergados sin vivir lo que vivimos sino a medias, a cuenta de esperar el gran evento que cambiará nuestras vidas? ¿Cómo es que nos cuesta tanto conectarnos con la realidad que nos explica… con el que tenemos cerca, lejos de la fama… con lo que nos hace personas…? ¿Por qué no asumimos nuestros talentos y dudamos de los oficios más nobles… cómo es que no vemos que son justamente esos oficios los que van a sobrevivir al desempleo y la crisis?

Creo que mis vecinas lo tienen más claro que Madonna y que todas las víctimas de esta cultura que nos drena la iniciativa a favor de un sistema de sueños fabricado en Hollywood, a partir de estudios acerca no de lo que necesitamos, sino de lo que necesitan que hagamos y sintamos los que tiene el poder de influenciarnos y ponernos a consumir y a comportarnos… nada que ver con la felicidad de los que humildemente compramos las entradas.

Lo logré. Hablé del país sin hablar del presidente 😉

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