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Sophie Marinez

Nuevas posibilidades

En estos días de octubre se conmemora el 80 aniversario de la gran tragedia de la isla compartida por Haití y República Dominicana que fue la masacre de 1937, evento en el que perecieron decenas de miles de haitianos y afro-dominicanos en manos del dictador Trujillo. Se han organizado seminarios, conferencias y muestras de cine sobre el tema, tanto en Haití como en República Dominicana; y el evento Frontera de Luces, auspiciado por la escritora domínico-americana Julia Álvarez, volvió a celebrarse en la zona colindante de las ciudades de Dajabón y Ouanaminthe. Produce gran satisfacción ver reunidos a activistas, artistas, investigadores y escritores para analizar una vez más las causas que hicieron posible tan horrendo suceso así como las lecciones que el mismo tiene para darnos.

Creo que todo esto es sumamente necesario. Hace falta seguir desmontando las ideologías anti-haitianas que permitieron a escribas del Trujillato, como Peña Battle y Joaquín Balaguer, justificar lo injustificable presentando a Haití como una nación antropófaga que devoraría la nación dominicana si el estado fallara en contenerla en la frontera. Variaciones de la figura de la nación caníbal persisten hoy día en los discursos de la extrema derecha, las autoridades y los medios de comunicación que la utilizan para amedrentar y controlar a la población dominicana y distraerla de los graves problemas de corrupción que embargan al estado, incluyendo los negocios de tráfico humano que benefician a sus funcionarios civiles y militares y a todos los que emplean a estos inmigrantes.

La conmemoración de la masacre de 1937 puede servir para pensar en la impunidad e investigar las razones por las cuales nadie fue nunca enjuiciado; pero también debe ser la ocasión para recordar que los pueblos haitianos y dominicanos son pueblos hermanos paridos por una isla y una historia más rica en solidaridad que en conflictos. Bástese leer el recuento del historiador Franklyn Franco Pichardo, en Historia del Pueblo Dominicano, sobre cómo el prócer Francisco del Rosario Sánchez fue a Haití en 1861 para pedirle ayuda al presidente Geffrard en contra de los planes de anexión del General Santana. Bástese leer el riguroso estudio de la historiadora Quisqueya Lora sobre los “llamamientos” que hizo la población del lado español (aún no “dominicana”) para unirse a Haití en 1822, o el estudio de la historiadora Anne Eller sobre el período de la Anexión y de la Restauración (que en principio se llamó Independencia, siendo la gesta de 1844 conocida entonces como de Separación de Haití), y ver cómo ambos pueblos supieron ayudarse en ese difícil momento de 1863-1865 para recuperar la soberanía dominicana vilmente entregada por el hispanofílico Santana. Y sí, digo hispanofílico, como hemofílico, porque es una patología esta la de pretenderse hijo amado y heredero de una “Madre Patria” a la que apenas se conoce y de quien nunca se recibió beneficio alguno durante todos los siglos que le siguieron a la aciaga llegada de Colón. Bien caro que pagó su patología Santana cuando se vio convertido de Presidente de una nación soberana a simple empleado de la Corona en apenas un día. Y bien triste que fue ese día en que los (ya sí) ciudadanos dominicanos vieron su bandera ser reemplazada por la bandera española y se vieron sujetos de nuevo al racismo y la prepotencia de las autoridades coloniales. Fue un día de duelo nacional.

La conmemoración de la masacre de 1937 puede ser la oportunidad para conocer mejor nuestra historia y saber realmente quiénes somos, tanto los de un lado como los del otro lado de la frontera. Durante la misma masacre, por ejemplo, a pesar del terror que la población dominicana le tenía a Trujillo, fueron muchos los valientes que se solidarizaron, tal como nos cuentan los escritores haitianos Jacques Stephen Alexis, en su novela Compadre General Sol, y Louis Philippe Dalembert en L’autre face de la mer. En 1965, tuvimos otro momento extraordinario de solidaridad a través de cientos de haitianos residentes en el país que habían huido de la dictadura de Duvalier y habían sido recibidos por familias dominicanas. Cuando estalló la revolución de Abril y los norteamericanos invadieron el país, estos cientos de haitianos no dudaron ni un instante para unirse a los Constitucionalistas y luchar por la soberanía dominicana y el retorno de Juan Bosch al poder. Como nos cuenta Lionel Vieux, uno de los exiliados haitianos que participaron en esa lucha, en aquel momento la solidaridad entre ambos pueblos era algo totalmente normal. El trato que se había hecho era que hoy los haitianos iban a ayudar a los dominicanos a restaurar a Bosch en el poder y, tan pronto se lograra esa victoria, los dominicanos ayudarían a los haitianos a deshacerse de Duvalier.

Quién de los poetas y artistas de la generación del 60 no recuerda con cariño y admiración al gran Jacques Viau Renaud, poeta haitiano que llegó al país en su niñez, se hizo amigo de poetas y artistas como Silvano Lora, Aída Cartagena Portalatín, Miguel Alfonseca, Jeannette Miller, Antonio Lockward Artiles, Grey Coiscou y Juan José Ayuso, con quien se mantuvo unido a través de sus círculos literarios. Cuando estalló la guerra de Abril de 1965, él también se unió a los Constitucionalistas. Un mortero enemigo le cercenó las piernas, muriendo Jacques poco después, a la tierna edad de 23 años. Y así quedó inmortalizado como símbolo de fraternidad y solidaridad entre ambos pueblos. Su poesía, escrita enteramente en español, es un llamado a la solidaridad y a la lucha contra un enemigo común.

La solidaridad entre ambos países no ha dejado de existir. Tal como me contara la profesora Evelyn Margron, en los años 80, poco después de la caída de Duvalier, la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) invitó a sus colegas de Haití para que vinieran al país a un viaje de intercambio de herramientas sindicalistas y de activismo laboral. Ese momento de acercamiento produjo lazos de amistad y hermandad que aún perduran y que se conservan como el más preciado de los tesoros humanos. Para nadie es noticia la muestra masiva de apoyo y solidaridad de la que fue capaz el pueblo dominicano a raíz del terremoto del 2010. Y aún hoy, artistas y organizaciones siguen manifestando su hermandad y solidaridad.

La conmemoración de la masacre de 1937 debe, pues, ser una oportunidad para investigar de nuevo nuestra historia, nuestra relación con España como potencia que nos colonizó y esclavizó y a la que honramos como una madre en nuestros parques, monumentos y nombres de calles. En cambio, no celebramos ni con un mísero monumento de homenaje nuestra relación con Haití, pueblo que nos trajo la abolición de la esclavitud, la separación del estado y de la Iglesia, la reforma agraria y protección contra más agresiones europeas.

Por último, la conmemoración de la masacre de 1937 también debería ser el momento para conocer a Haití un poco más, en vez de seguir reproduciendo imágenes de cucos y comegentes, brujos y ejércitos de mendigos y parturientas. Conózcase a sus grandes escritores, sus Jacques Roumain, Jacques Stephen Alexis, Marie Vieux Chauvet, Evelyne Trouillot, Rodney St-Eloi y Dany Laferriere, miembro éste de la Academia Francesa por su magistral obra literaria. Conózcase a sus grandes artistas visuales, cuyas obras han recorrido las grandes galerías y los grandes museos del mundo, siendo el arte haitiano contemporáneo uno de los más cotizados del mundo. Conózcase la historia gloriosa de esta nación hermana en donde, como dijera Aimé Césaire, la negritud por primera vez se puso en pie. Estúdiese ese momento extraordinario en la historia de la humanidad, entre 1791 y 1804, en que seres humanos como usted y como yo, pero explotados y oprimidos de una manera que ni usted ni yo podremos imaginar jamás, dijeron basta y se levantaron y tomaron las armas y mataron a más de 50,000 tropas francesas, e hicieron que el mismísimo Napoleón temblara y vendiera todos sus territorios del Mississippi para financiar la recuperación de su colonia de Saint-Domingue, venta que no le sirvió para nada pues perdió Saint-Domingue y las colonias de Luisiana. Y sí, Haití es también responsable de que Estados Unidos sea hoy tan grande, pues fue por esa venta impulsiva que pudo agrandar su territorio.

En fin, que sirva la conmemoración de la masacre de 1937 como ocasión para conocernos, ambos pueblos, un poco mejor. Gracias al reciente influjo de estudiantes de Haití en universidades dominicanas, así como la labor de artistas, activistas y defensores de los derechos de los inmigrantes hay un poco más de intercambio, pero creo que se puede hacer más. Si no se puede viajar a Haití y hacerse amigos allí, pues por lo menos se pueden leer sus autores, mirar sus películas, escuchar su música, intercambiar por las redes sociales—y en ese re-encuentro se encontrarán similitudes, pues no somos tan distantes el uno del otro como se nos ha querido hacer creer. Ciertamente, se encontrarán también diferencias—y qué bueno, porque de las diferencias es que se aprende, se amplía la visión humana y se vislumbran nuevas posibilidades.


Algunas lecturas recomendadas

Franklyn Franco Pichardo, Historia del Pueblo Dominicano, 1993.

Anne Eller, We Dream Together, Dominican Independence, Haiti, and the Fight for Caribbean Freedom, 2016.

Jacques Roumain, Les gouverneurs de la rosée, traducido al español bajo el título Gobernadores del rocío, 1954.

Jacques Stephen Alexis, Compère général Soleil, traducido al español bajo el título Compadre Général Sol.

Marie Vieux Chauvet, La danse sur le volcan, traducido al inglés por Kaiama Glover bajo el título Dance on the Volcano, 2013.

Danny Laferriere, Tout bouge autour de moi, 2010, traducido al inglés bajo el título The World is Moving Around Me, 2013.

Jacques Viau Renaud, En tu nombre elevaré mi voz, 2015. Véase también la traducción al francés de una selección de su poesía, a salir próximamente por la editorial Mémoire d’encrier (Montreal), bajo el título J’essaie de vous parler de ma patrie, 2017.

Rodney St Eloy, Passion Haiti, 2017

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