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Nuestro cerebro es víctima de sí mismo

Los recuerdos que nos vienen a la memoria son tan reales que no creemos que pueden estar distorsionados ni que sean falsos. Un ejemplo de lo traicionera que puede ser nuestra memoria son los recuerdos de la infancia. Si alguien cuenta al detalle algún incidente de cuando tenía dos años, lo más seguro es que no sea real sino que lo haya escuchado de algún familiar. Las investigaciones que han hecho en psicología y neurociencias han demostrado que no es posible tener recuerdos desde una edad tan temprana porque las estructuras cerebrales que tienen que ver con la “memoria episódica” no están maduras hasta pasados los tres años. 

Entonces la pregunta que nos hacemos es: ¿la memoria nos engaña continuamente? La verdad es que trabaja bastante bien afirman los psicólogos Daniel Simons y Christopher Chabris de la Universidad de Illinois y el Union Collegue de Nueva York en sus investigaciones. La memoria nos ayuda a hacer predicciones sobre lo que ocurrirá en el futuro en situaciones similares a las que ya hemos vivido, nos permite sintetizar lo que es importante en cierto momento y a incorporar interpretaciones a nuestro entendimiento del mundo. Simons aclara que la memoria es limitada cuando pretendemos que sea como una cámara de video. No es tal, sino más bien una herramienta que da sentido a lo que nos rodea. 

El mundo de los recuerdos genera gran cantidad de falsas creencias; las responsables son la intuición y el sentido común que pueden ser malos consejeros en cuanto a elaborar recuerdos. Las películas también tienen parte de responsabilidad, solo hay que analizar los guiones basados en acontecimientos de personajes que no saben quiénes son porque sufren amnesia. Muchos creen que la hipnosis ayuda a evocar detalles sobre un crimen, un abuso sexual, una pérdida, la verdad es que los recuerdos que se obtienen con este método no son certeros; lo que aumenta es el estado de sugestión en el que se encuentra la persona y lo que puede ocurrir es que el procedimiento aumente los falsos recuerdos. 

Hay muchos detalles que se nos escapan sobre todo cuando estamos concentrados en otras tareas: viendo la tele, leyendo los mensajes y, al mismo tiempo, tratando de escuchar una conversación. El problema actual reside en la cantidad de estímulos a los que estamos sometidos, a los temores que vivimos. El resultado es que los cerebros están tan acelerados que niños y adultos padecemos déficit de atención. 

En el proceso de la evolución parece que nos volvimos más inteligentes; sin embargo, experimentamos la misma respuesta al miedo por cosas que quizás nunca van a suceder. Los ansiosos se preocupan por el futuro y quieren controlarlo todo. Ante cualquier situación le dan cuerda al pensamiento, el miedo los invade y la alarma de protección en el cerebro está en alerta causándoles más ansiedad. Es increíble, el cerebro reptiliano, el instintivo sigue en alerta, como si estuviéramos en la selva y un tigre nos persiguiera. 

Ya no nos enfrentamos a esos peligros, pero la reacción de alarma es la misma. Ahora tenemos “miedo al miedo”. 

Al inicio de la pandemia publicaban que el Covid estaba en todos lados, el resultado fue que muchas personas padecen de ansiedad y viven angustiadas. Tenemos dos áreas especializadas en el cerebro: el neocórtex y el sistema límbico. El neocórtex, es flexible y receptivo y el límbico, el reptiliano es animal de costumbres rígidas. 

Las personas rígidas siempre están angustiadas, por más que les sucedan crisis siguen repitiendo más de lo mismo. El cerebro se vuelve víctima de sí mismo, constantemente ve amenazas donde no las hay. La tendencia a preocuparse tiene consecuencias físicas: eleva la presión, arterial, causa tensión en el cuerpo, sudoración, temblores, alergias en la piel, gastritis y colitis. 

La memoria solo es limitada cuando pretendemos que sea una cámara de vídeo en vez de una herramienta que da sentido a lo que nos rodea. Para aprender y conservar conceptos, necesita concentración.

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