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Priscilla Gac-Artigas
Priscilla Gac-Artigas

Nuestra promesa a Ruth Bader Ginsburg

Poco tiempo después de dar a luz a su segunda hija —nuestra nieta— a mediados de junio del 2020 en medio de la pandemia, atemorizada por las perspectivas del mundo que les hemos heredado con todos los desafíos del desastre climático y luego el COVID, nuestra hija nos preguntó a mi esposo y a mí si al momento de ella y su hermano nacer estábamos preocupados por traerlos a este mundo. Mi esposo y yo nos miramos con asombro. ¿Por qué habríamos estado preocupados en ese entonces si esos fueron de los momentos más felices de nuestra vida? Hoy, treinta y tantos años después, mirando a través del lente de su mundo entiendo perfectamente de dónde vienen sus preocupaciones y preguntas.

Y no es que no nos preocupara lo que estaba sucediendo en la segunda mitad de los ochenta, nos preocupaba, y mucho. Pero como tantos otros de nuestra generación en todo el mundo, estábamos centrados en la lucha contra las inaceptables desigualdades sociales para construir una nueva sociedad más justa e igualitaria donde el “hombre nuevo” pudiera disfrutar de la libertad, la felicidad y los mismos derechos a las oportunidades educativas, de salud, de salarios justos.

Cuando nuestro sueño fue aplastado por gobiernos dictatoriales como el de Pinochet en Chile o Videla en Argentina, entre tantos otros en nuestro continente, luchamos por la libertad y la justicia. Y a lo largo de los años, nos hemos esforzado constantemente de, a través de nuestro trabajo, seguir luchando para contribuir en la desgraciadamente nunca terminada batalla por un mundo más humano e igualitario. 

La muerte de Ruth Bader Ginsburg y lo que su desaparición puede implicar en cuanto a derechos conquistados, ha añadido obstáculos a esa lucha. Fue mi hija quien me anunció la noticia: “se murió la jueza”. En un primer momento no comprendí a quién se refería, mi mente estaba organizando en sus diferentes compartimentos el trabajo que todavía necesitaba terminar esa noche, y me tomó unos segundos darme cuenta de que se trataba de R.B.G. 

Mi primera reacción: la incredulidad, luego el inmenso dolor. Miré a mi hija que con ojos nublados de llanto, exclamó: “¡primero la pandemia, ahora esto!” Quería abrazarla, consolarla, pero mis pies, pegados al suelo, se negaron a moverse por la dolorosa noticia, pero sobre todo por la profunda tristeza en la mirada de mi hija.

De pronto, nos acercamos y nos confundimos en un abrazo que más allá de un abrazo madre-hija era un abrazo de hermandad. Porque ella y yo entendíamos claramente lo mucho que estábamos en deuda con Ruth Bader Ginsburg y su defensa de la justicia y lo que su pérdida podría acarrear.

Y esos fueron los únicos minutos en que pudimos llorar la muerte de este ser excepcional antes de que su partida fuera transformada en circo, en uno de los debates morales más bajos que me ha tocado vivir.

Uno en el que ocupar un puesto en nuestra Corte Suprema de Justicia no responde a la justicia, sino a los ideales de uno u otro partido.

Hoy, con mi hija, sabemos que en el futuro de sus dos hijas —mis dos nietas—, en el futuro de las generaciones venideras, no habrá un minuto de reposo, tendrán que estar siempre vigilantes. Debemos luchar para retrasar el nombramiento de su reemplazante en la Corte Suprema hasta 2021, pero debemos hacerlo en el espíritu de Ruth. El nuevo juez debe ser alguien para quien la justicia no esté determinada por los colores políticos, ni por el color de la piel, la etnia, la riqueza, o la orientación sexual, sino un juez que, sobre todo, respete una justicia basada en derechos 

Que, en el siglo XXI en Estados Unidos, sigamos temiendo que los derechos humanos conquistados para las mujeres, los hombres y las personas LGBT corran el riesgo de ser revocados por cualquier tribunal es una señal de lo débil que es nuestra democracia.

R.B.G. creía que vivir una “vida significativa” implicaba “hacer la vida un poco mejor para las personas menos afortunadas. Uno vive no sólo para uno mismo, sino para la comunidad”, agregó. Ella vivió según sus palabras y guiada  por esas otras pioneras que allanaron su camino con sus conquistas, y fue aún más lejos. 

Sigamos su ejemplo, y en su honor, esforcémonos por ir aún más allá. Usemos todo nuestro talento y capacidades no solo para hacer la vida de los menos afortunados un poco mejor; luchemos por un cambio real por la igualdad. 

Se lo debemos a Ruth; se lo debemos a nuestres hijes y nietes y a las futuras generaciones; se lo debemos a la humanidad. 

(Dedicado a mi hija, Melina, mis nietas, Isabel y Gala Roberta y mi nuera, Lisa y a las futuras generaciones que deberán mantener la bandera de los derechos en alto).

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