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Sobre nuestra cultura y la estética del kitsch*

El lugar que ocupa la estética del kitsch en las representaciones artísticas, literarias y cinemáticas del mundo hispánico tiene, en ese movimiento de traslación llevándolas de lo sublime a lo grotesco sin transiciones, su expresión más certera. Ello, dadas las características primordiales del ser nuestro, propenso a los cambios intempestivos de humor, y a la tendencia a privilegiar la pasión por encima de la razón, al momento de tomar cualquier decisión. No extraña entonces que dejar al azar las consecuencias de los propios actos, consignar en el tabernáculo de los ídolos individuales la esperanza, volcar ambiguamente en el otro las culpas de los errores cometidos, escudarnos tras el simulacro para esconder los prejuicios y los miedos, sean las estrategias utilizadas habitualmente por nuestros colectivos.

Reflexionar, en torno al modo como ciertos creadores se apropian de tales operaciones mimetizándolas con las obras, es el propósito de De lo sublime a lo grotesco: kitsch y cultura popular en el mundo hispánico, organizado atendiendo a las distintas áreas geográficas que conforman el amplio espectro de la cultura que nos define. En el capítulo I, me refiero a los desplazamientos de nuestro imaginario de un continente a otro (“Kitsch trasatlántico. Transacciones y conmociones internacionales”) a través de la obra del fotógrafo Marcos López, la narradora Zoé Valdés y el cineasta Adolfo Aristarain. En el capítulo II, abordo los pormenores de la idiosincrasia mexicana y la porosidad de su frontera con los Estados Unidos (“Kitsch mexicano. El resplandor de la diferencia”) atendiendo a los trabajos del pintor Julio Galán el novelista Luis Zapata y el realizador Arturo Ripstein. En el capítulo III, repaso los despliegues de lo popular dentro de sociedades amenazadas por el fantasma de la dictadura (“Kitsch suramericano. El desmantelamiento del miedo”) siguiendo las directrices de las creaciones del artista Alexander Apóstol, la autora Laura Restrepo y el director Pablo Larraín. Y en el capítulo IV, reviso las manifestaciones artísticas peninsulares, a la luz del pasado franquista y el presente democrático (“Kitsch español. Al borde del ataque de nervios”) remitiéndome a las fotografías de Pablo Pérez-Mínguez, las novelas de Ana Rossetti y las películas de Álex de la Iglesia.

En todos ellos, una misma pasión —¿cómo si no?— por el lenguaje hila el discurso y motoriza el abordaje del arte, la arquitectura, la novelística y el cine, resaltando la manera de imbricar las nociones de artificialización, reiteración, mímesis e ironía dentro del entramado de los trabajos, a fin de lidiar con situaciones de injusticia y abuso, además de destacar la victimización de los grupos más vulnerables. La manera como los creadores seleccionados, aluden a los absolutismos e intolerancias, al tiempo que exponen el racismo, la homofobia, el sexismo y la xenofobia de nuestras sociedades, resulta, a mi entender, lo más sugerente a la hora de observar su trayectoria e iluminar el espacio que han abierto en el sujeto colectivo.

La versatilidad del kitsch para atraer a un primer plano lo irrepresentable buscando exhibirlo y denunciarlo, apropiarse sin jerarquizar estilos, movimientos y tendencias, reciclar comportamientos, ritos y querencias a fin de reproducir no la esencia del original sino su efecto, abarcar extremos, conciliar opuestos, revelar lo oculto, transparentar lo turbio, manipular el gusto, las preferencias y apetitos del receptor, y hacerse con la carga emocional vertida por el productor inconsciente sobre el objeto, lo convierten simultáneamente en un instrumento invalorable a la hora de revisitar el pasado y tomarle el pulso a la contemporaneidad.

Por todo ello, el reduccionismo de considerar el kitsch como mero sinónimo de mal gusto debe ser, desde mi punto de vista, descartado hoy, pues banaliza y simplifica la complejidad de procesos y desarrollos, fundamentales en la construcción del ente hispánico, restándole asimismo importancia, a lo decisivo de la pequeña historia en la cimentación de la Historia. Si lo grotesco contiene lo irrepresentable, que lo sublime somete cuando es transferido a la creación, el poder del kitsch para mostrarlo, en todo el esplendor de su miseria, aporta un crucial componente en el camino hacia la apreciación y aceptación de las diferencias y lo diferente, para darles el lugar que les corresponde en el devenir de nuestra cultura y la consolidación de nuestra memoria.

Poner entonces en perspectiva la conformación e identificación de lo hispano desde la creación, con el propósito de ahondar en la oquedad y el descomedimiento, entre los que fluctúa ese otro que somos, adquiere mayor nitidez cuando se observa a través del lente de una estética que, por su flexibilidad, lo vivifica y alimenta, aportando nuevas maneras de mirar, sopesar, evaluar y apreciar expresiones originales de la conciencia. Algo paradójico si se piensa en el kitsch como mecanismo que apunta hacia la valoración de la reproducción y la copia; pero es, justamente, en lo contradictorio y escurridizo del mismo, donde reside la esencia de su encanto.

En el ámbito hispano, sus usos, en relación a lo sublime y lo grotesco, están también ligados al mestizaje, fruto de la violencia surgida del encuentro entre la cultura blanca dominante, y las culturas indígena y africana sometidas. Esta realidad ha llevado hasta el día de hoy a considerar como superior al grupo de los dominadores, incluso por los propios dominados, quienes con frecuencia se sienten inferiores, es decir, más cercanos a lo grotesco, por tener, por ejemplo, un color menos claro de piel y, por ende, consideran un triunfo, una vía hacia lo sublime, asociarse con grupos menos oscuros a fin de blanquear la raza.

Para lograr este objetivo y amortiguar la nostalgia por los paraísos perdidos, calcar modas, guisas y costumbres, se considera moneda corriente, copiando nuestros pueblos, las más de las veces con dudosos resultados, un original que verá con desprecio o, a lo sumo, condescendencia, los esfuerzos de los otros por parecerse a ellos sin lograrlo: solo la imitación. Una maniobra, que las corporaciones dedicadas al entretenimiento han aprovechado para incorporarla a los concursos televisivos, certámenes de belleza, teleseries, género rosa y demás expansiones masivas de lo popular. Por ello, encontrar múltiples elementos dispares en contextos completamente ajenos pero percibidos por el receptor como auténticos, abona el éxito de quienes detentan el poder y afianza el servilismo e inadecuación de los más desfavorecidos.

El colapso de las diferencias en la percepción de estos, al sentirse nivelados con el original, observándolos no obstante como reproducciones manidas de sí mismo, aviva su ilusión, maquilla las incompatibilidades y fomenta la circulación del kitsch contenido en las reproducciones ideadas para su consumo. Y es en la exposición de esta aviesa maniobra, donde me ha interesado concretamente detenerme, al acercarme a la obra de los creadores aquí consignados, pues en cada uno existe idéntica preocupación por exteriorizar el conflicto entre el ser y el parecer que, abierta o veladamente, aflora cuando se atropellan los derechos ajenos.

Fotógrafos, pintores, novelistas y cineastas condensan en sus trabajos la dicotomía de los colectivos referidos, espejeándola, como el cognoscenti puesto a absorber, procesar y transformar, manteniendo una distancia irónica, la lucha interna del ignorati por entenderse a sí mismo, no en términos peyorativos sino reivindicativos. Las obras incorporan entonces el kitsch, producto de las contradicciones intrínsecas a la identidad hispanoamericana, reevaluándolo y rescatándolo como fundamental estrategia de sobrevivencia, al interior de sociedades permanentemente amenazadas por la desestabilización y los despotismos.

Con esta táctica de restauración del yo, implementada a lo largo de su producción por los artífices considerados en este ensayo, nuestros pueblos avasallados devienen entes activos, con voz y presencia concretas para reclamar lo que les pertenece y la intransigencia les ha hurtado. Mediante las formas que la creación adopta, dentro de las elaboraciones a las cuales he buscado aproximarme, el eco de su discurso reverbera, permitiéndome captarlo y filtrarlo por el tamiz de una lectura, cuyos ejes han intentado incluir un conjunto extenso de léxicos, repertorios y muestrarios, que espero el lector quiera incluir en su personal catálogo del kitsch y en su particular manera de observar el caos circundante.

*Adaptado de la introducción a De lo sublime a lo grotesco: kitsch y cultura popular en el mundo hispánico. Madrid: Devenir, 2015.

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