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Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero - ViceVersa Magazine

Nowhere to fly to (Parte II)

 

Colapsos políticos y personales en Pink Floyd – The Wall

Puedo recordar todavía físicamente el escalofrío que sentí cuando vi por primera vez, creo que a mis catorce años de edad, la secuencia inicial de Pink Floyd – The Wall de Alan Parker (1982). Me refiero a aquel comienzo brutal en el que el personaje principal de la película, el rockero superestrella Pinkie, interpretado por Bob Geldof (rockero superestrella en la vida real), está encerrado en un cuarto de hotel, en estado cuasi catatónico, cuando el ruido que hace la empleada de limpieza al intentar entrar y al tensar así la cadena que asegura la puerta (el sonido que, no en la diégesis pero sí para el espectador, consiste en los primeros acordes de la canción “In The Flesh?”, el primer corte del álbum The Wall de 1979) lo lleva a un doloroso flashback en el que ve a cientos de adolescentes que tiran abajo unos portones y corren despavoridos en una especie de revuelta juvenil que termina, pocos minutos después, y al final de la breve pero estremecedora canción, con una violenta represión policial a todas luces desproporcionada… así como con un montaje alternado que incluye escenas de algún tipo de mitin fascista y de batallas de la Segunda Guerra Mundial en la que son los soldados británicos, jóvenes también, los que corren despavoridos. Lo puedo recordar todavía porque cada vez que lo vuelvo a ver y, por supuesto, a escuchar, siento el mismo escalofrío, de nuevo…

 

 

Pero viví años entendiendo “mal” esa escena, esa película, ese escalofrío. Por ponerlo así de golpe: mi lectura de lo que se veía en dicha secuencia era más bien política, en la noción marxista de la política –y, bueno, de todo– como fenómeno más social que personal. Para mí, viendo esto a los catorce años, y hasta mucho después, los jóvenes que corrían y tumbaban portones eran militantes políticos de algún tipo; jóvenes izquierdistas, probablemente, que luchaban contra la derecha o de plano contra los nazis (como los soldados británicos de la Segunda Guerra Mundial) y que eran reprimidos por unas fuerzas policiales al servicio del líder fascista de turno, quien era, encima, el cantante de la canción.

Me daba cuenta, ojo, incluso desde la primera visita a Pink Floyd – The Wall, de que esto no cuadraba del todo con las imágenes de la audiencia del líder fascista, conformada por los mismos jóvenes post-hippies del disturbio que, hipnotizados, lo miran y oyen su discurso (la letra de “In The Flesh?”). Pero esto era un detalle menor, este desencuentro, en comparación con lo mucho que mi interpretación política, macropolítica incluso, parecía coincidir con el resto de lo que pasaba en el filme: con la crítica despiadada y sistémica que se hacía a la educación estandarizada (el emblemático “we don’t need no education” del que, con la posible excepción de “Comfortably Numb”, probablemente es el tema más conocido del álbum y de la película: “Another Brick in the Wall, Part 2”); con el énfasis que se hace en los martillos y los alambres de púas y las matanzas en masa de soldados que corren incomprensiblemente en campos baldíos y en playas teñidas de sangre, evocando lo peor de la agonía de las grandes narrativas en el siglo XX; con el colapso de la sensatez que es representado en todo momento, en la película, con elementos de iconografía fascista (saludos teatralizados, una cualidad operática de las interacciones entre el líder y sus acólitos, fetichismo por el orden y por los uniformes, cabezas [¡hasta cejas!] rapadas, violencia irracional pero muy racionalmente planificada y ejecutada); con la crítica al consumismo compulsivo presente en “What Shall We Do?” y en “Nobody Home” y en otras canciones…

En otras palabras, yo vi por primera vez Pink Floyd – The Wall, y seguí viendo la peli durante muchos años, como una radiografía descarnada del estado de cosas del capitalismo en su estado terminal, en el que “there’s nowhere to fly to” porque siempre estaremos en el consenso (neo)liberal y en la dogmática primacía del mercado. Así de grave y terrible. Cuando salían los gusanos de “Comfortably Numb”, era la sociedad, no una persona, la que se estaba pudriendo. Cuando Pinky preguntaba “Is There Anybody Out There?”, la pregunta ­–muy noventera, por cierto, que es el frame of mind en el que yo vi esta peli y en el que descubrí a Pink Floyd por primera vez– era si había algo más allá de la hegemonía neoliberal, no si una persona estaba jodida. Cuando la conmovedora “Mother” incluía partes que, desde el siglo XXI, pueden verse como seriamente machistas (ni hablar de “Don’t Leave Me Now” o “The Trial”), se trataba en esa época más bien de desenmascarar el conservadurismo religioso transmitido sobre todo por las madres a las nuevas generaciones y no de ventilar traumas personales del autor de la letra.

Cuando, en la película, las huestes de skinheads ocupaban las calles y escuchaban a un demagogo que estaba en el poder a regañadientes, más por figurar que por Wille zur Macht, estábamos hablando de una toma de poder fascista sin más y no de un escenario simbólico (¡qué lejos estábamos de saber que ese escenario se convertiría en realidad y en alternative facts!). What you see is what you get. Como dice “In The Flesh”, el reprise de la canción de inicio del disco/de la película y que tiene una letra ya totalmente volcada al colapso fascista, así como que carece del crucial signo de interrogación del principio (la reacción se ha consolidado): “So you thought you might like to go to the show? To see the warm thrill of confusion, that space cadet glow? I’ve got some bad news for you, sunshine…”

Vaya, hasta escribí un breve articulillo en la revista del club de periodismo del colegio en el que estudiaba, en aquel entonces, explicando por qué Pink Floyd – The Wall era un documento sobre la podredumbre de la sociedad (entendida como mi sociedad en ese momento, que estaba más en mi cabeza que en otra parte, porque poco conocía mi sociedad y quizás aún menos mi cabeza)… y cosas de esas. Me pierdo: estaba convencido, pues, de que la peli era una especie de tratado social, hasta que un día, muchos años después, pero también hace muchos años, un pana me dijo que no, que lo que pasaba en The Wall era otra cosa, que era un rockero el protagonista y no un arquetipo social, no un símbolo de “la sociedad” ni nada, además de que el remolino fascista que lleva al infierno, en esa película, y a Pinky a literalmente gritar “Stop!” en un tema casi final, no era literal sino, meramente, una representación de la esquizofrenia.

Y me lo dijo con esas palabras, mi pana: “Loco, The Wall es la esquizofrenia”.

En ese momento no teníamos Wikipedia, pero ahora Wikipedia le da la razón, a mi –antaño– pana, al igual que el mismísimo Roger Waters, quien, como mencioné en la primera parte de este artículo, dice que la obra es, en principio, sobre el “personal level”, aunque pueda ser extrapolada “on broader levels”. Pink Floyd – The Wall es la historia de una estrella del rock que se cansa del endiosamiento, de la irrealidad y del vacío y que cae en un mal trip, más claro. Es una historia de muros personales. Para efectos de hacer billete, puede ser una historia de muros sociales, políticos, globales. Esa es la historia oficial.

Pero a mí nadie me quita que es, también, una de las mejores descripciones existentes del descenso de una sociedad entera al fascismo, así como un documento sin parangón del apocalipsis chiquito de la Thatcher y del apocalipsis gigantesco del Brexit y de Donald Trump (debemos hablar de un documento profético y visionario, acá). Poco me importa si Waters está de acuerdo, o no: la intención autoral es, como se sabe, la falacia autoral. ¿A quién le importa, al final, lo que diga Waters?

Pero, además, Roger Waters estaría de acuerdo. Pocos músicos de ese calibre han peleado contra el fascismo en sus versiones contemporáneas como él.

Pregunta final para entendidos: ¿Qué mismo hace “Vera Lynn” ahí?

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Javieres Xavier LC
Javieres Xavier LC
7 years ago

Tratando de contestar tu pregunta, que tal vez no entendí, te comento que la película comienza con: «The Little Boy that Santa Claus Forgot» cantada por Vera Lynn. Esta canción se oye entremezclada con el ruido de la aspiradora, antes de la entrada de «In the Flesh?»: Desde el principio se narra con la música que se trata de la historia de un «little boy that Santa Claus forgot» … y obviamente de las interrelaciones de ese individuo con la sociedad de la cual se quiere aíslar, pero el punto de partida es ese niño que quedó huérfano -(y que… Seguir leyendo »

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