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El Nobel venezolano negado por Venezuela

“Yo siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una costumbre escandinava”

Borges

Cuando en 1925 la mayoría de las academias hispanoamericanas y eminentes intelectuales españoles tales como Manuel Machado, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Ramón Pérez de Ayala y Américo Castro decidieron darle una fuerza inusitada a la postulación del célebre escritor venezolano Rufino Blanco Fombona apoyando la candidatura con un pesado documento escrito, la Academia sueca pareció aceptar la valía de semejante nombre y colocarlo entre los grandes favoritos del año. Sólo faltaba un detalle que hoy nos parecería absurdo pero que en la época tenía la categoría de requisito indispensable para enaltecer la arbitraria doctrina de lo políticamente correcto; el detalle que faltaba era el apoyo expreso del Estado venezolano. Por supuesto que el general Juan Vicente Gómez estaba iracundo cuando empezaron los rumores a encumbrar aún más el ego desmesurado de Blanco Fombona. Pero el Benemérito tenía el don de la astucia desproporcionada y no se contentó con no apoyar al compatriota, sino que abiertamente mandó protestas expresas ante el posible galardón a semejante “sátrapa”. Y todavía llegó a más al enviar a un “agente comercial” a Estocolmo, a pesar de no tener relaciones comerciales con Suecia, sólo para sembrar cizaña entre los académicos y valerse de quién sabe qué otras artimañas para evitar el agravio de ver a un opositor al régimen vanagloriarse con un Nobel que dañaría seriamente la reputación de Gómez en el extranjero.

Por supuesto, Gómez se salió con la suya. Nunca sabremos hasta qué punto sus diligencias fueron las responsables del mayor chasco en la vida de Blanco Fombona (que ya es decir). Además el ganador a la sazón resultó ni más ni menos que George Bernard Shaw. Lo cierto es que fue la ocasión en la que estuvieron más cerca los nombres de Venezuela y el prestigioso Nobel de literatura, si asumimos que las posibilidades reales de Gallegos y Uslar fueron cándidas. Blanco Fombona rememora sin pudor el episodio en sus diarios: “Caso único el de un país que rechaza, bárbaro e infame, el honor que pudiera hacérsele en uno de sus hijos. Es verdad que entonces este hijo tendría más dinero y autoridad para luchar contra el barbarócrata”. Blanco Fombona tenía el carácter avasallante del que necesita alimentar la egolatría a toda costa y precisa, de forma urgente y vital, del reconocimiento del entorno. Si ese entorno es el universo, tanto mejor. Él se creía sobradamente digno de un Nobel y cuando inventasen un premio aún más jugoso en dinero y con mayor prestigio, pues también se sentiría merecedor. El problema fundamental de la obra de Blanco Fombona no es que no sea valiosa, sino que está absolutamente opacada por su persona. Eso es lo peor que le puede acontecer a un escritor: por gigante que se sienta él mismo en su labor creadora, su obra tiene que ser más grande aún. Y no fue el caso.

Tal vez haya influido en eso, además de su personalidad y los rasgos de su carácter, su efusiva idolatría de la figura de Bolívar. Pocos intelectuales de su talla sintieron una predilección tan ciega por la figura del Libertador, a quien le perdonaba todo. De hecho, el rasgo típico de nuestros “estadistas” con menos luces fue precisamente la adoración bolivariana extremada. Blanco Fombona le perdona todo a Bolívar; sus errores, sus excesos, sus destemplanzas, sus arrebatos, todo tiene una explicación y una justificación. Quizás se veía reflejado en su exagerada presunción. Bolívar buscaba la concreción de su gloria en sus proyectos más decididos: la emancipación americana, la independencia de la corona española y la subsiguiente unión de los pueblos panhispánicos. Blanco Fombona era un acérrimo partidario del proceso bolivariano e intentó continuarlo un siglo después a través del periodismo, la literatura y la labor editorial. Creía en las fortalezas de la unión de los pueblos de la América española y era un detractor efusivo de la doctrina Monroe y del imperialismo norteamericano y del europeo. Sin embargo, sabía que América Latina podía ampararse en la doctrina Monroe cuando fuese conveniente (por ejemplo para rechazar a alemanes e ingleses), y luego habría que resistirse a dicha doctrina cuando fuese contraria a los intereses locales. Y así como declaraba a los españoles incapaces de la ciencia, decretaba a su vez la incapacidad para el arte de los norteamericanos. Patriota extenuado que pregonaba la soberanía como bien supremo y tuvo su primera discrepancia seria con Juan Vicente Gómez al pedirle que expulsase los buques norteamericanos asentados en nuestras costas. El benemérito le respondía como sabía: “a la rotonda”. Y así como defendía la gallardía de nuestra tierra, se mostraba ridículamente racista al priorizar a la raza blanca como la conveniente para convertirse en la nueva aristocracia de América y encarnar el liderazgo político y cultural. Denunciaba el proceso de evangelización como punta de lanza de una conquista española genocida, que luego emularon los ingleses; pero luego hablaba de la “Madre España”. Sus contradicciones abundantes parecían multiplicarse en sus casi 45 años de memorias tan interesantes como petulantes (Diario de mi vida y Camino de imperfección).

La heterogeneidad de su obra y la multiplicidad de facetas revelan su enorme talento para la versatilidad, más allá de la audacia natural y el tono enérgico con el que afrontó la vida. Le sobraban enemigos en todos los rincones. Más allá de la importancia en su contexto de obras como El hombre de hierro y Mocedades de Bolívar, así como la edición de parte de las obras del Libertador, el gran mérito de Blanco Fombona fue la creación de la editorial América. Un trabajo incesante que hizo ver la luz de 385 tomos, algunos de relevancia extraordinaria. Se ocupó de crear ocho colecciones entre las que destacaron la Biblioteca Ayacucho, la Biblioteca Andrés Bello, la Biblioteca de Ciencias Políticas y Sociales, la Biblioteca americana de Historia Colonial, la Biblioteca de Autores Célebres, la Biblioteca Porvenir y la Biblioteca de Autores varios. La porfía y el empecinamiento de Blanco Fombona por promover la literatura de la América hispánica hizo que en España fuesen mejor conocidos los trabajos de Juan Montalvo, José Enrique Rodó, Rafael María Baralt, Agustín Codazzi, José Martí, entre muchos otros. Del mismo modo fue editor de importantes autores españoles. Esa editorial tiene un mérito innegable en términos de preservación testimonial de muchos incunables, además de la urgente necesidad de promoción de nuestras letras. Blanco Fombona aportaba este legado intelectual a su sueño de la unión de la América panhispánica.

Pero también vivió tiempos demasiado turbulentos. Por sus testimonios podemos vislumbrar que veía a Venezuela con estupor; no podía dar crédito a que le tocase vivir en un país tan bárbaro y en tiempos tan oscuros, después de un legado heroico tan honorable (no veía que, tal vez, había relación entre ambas cosas). Pero participó en reyertas y revueltas allá donde las hubo. Su biografía tiene un cariz de leyenda negra en el que abundan episodios violentos, venganzas, batidas en duelo y hasta homicidios confesos. Detestaba la Venezuela caciquil, montonera y caudillista, pero no podía dejar de comportarse él, a su vez, por desespero, como una especie de cacique violento del intelectualismo. Si alguien osaba manchar su honor, no dudaba en desafiarlo a batirse en duelo. Su carácter pendenciero e irascible llegó a ser proverbial, pero no superaba la fama de mujeriego y seductor desbocado que rayaba en la abierta misoginia. Episodios más oscuros de su vida privada (progenie ilegítima, familias paralelas, esposas suicidas) despotrican de un sujeto que se vio como firme defensor de derechos inalienables y trató de oponerse a cualquier forma de tiranía, desde Gómez hasta Primo de Rivera, pero sin dejar de ser él mismo, un pequeño tirano en los reductos de control, poder o influencia que lograba. Su carrera política y diplomática fue tan absurda, rica y disparatada como los tiempos que le tocó vivir: cónsul de Perú en Filadelfia, cónsul de Paraguay en Francia, cónsul de Venezuela en Holanda, gobernador de Amazonas, gobernador de Miranda, gobernador de Navarra (España), cónsul de República Dominicana en Boston, gobernador de Almería (España). Además de auténtico polígrafo indomable. Sin embargo, en Venezuela siempre se le menospreció diciendo de él lo que se consideraba su mayor mérito: haber sido “amigo de Rubén Darío”, con quien también acabaría peleando, por cierto.

En su discurso de aceptación del Nobel, George Bernard Shaw terminó diciendo algo así como: “La gente siempre culpa a las circunstancias por lo que ocurre en sus vidas. Yo no creo en las circunstancias. La gente que llega a este mundo es la gente que se harta y empieza a buscar las oportunidades que quieren, y si no pueden encontrarlas, las crean”. Imagino a Blanco Fombona resoplando diciendo algo así como: “claro, con un Nobel en la mano y siendo irlandés es fácil decirlo…ya quisiera ver de haber nacido en Venezuela si dirías lo mismo”. Y luego añadiendo: “y sin embargo, tienes razón”. Blanco Fombona tiene un honor secreto que él seguramente nunca sabría ver: está en el prestigioso club de los que no ganaron el Nobel, club al que pertenecen dignamente Joyce, Rilke, Proust, Kafka, Pessoa, Rulfo y ese señor ciego argentino que sospechaba de intereses nebulosos en ese cónclave de académicos que, a veces, se hacen los suecos.

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