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No votaron por él sino para poder como él

Hablar de política pura y dura no es de mis platos favoritos. Sin embargo cuando opino, hago respaldo en la conseja que entiende que todo lo que hacemos es político. Cómo sentimos, lo que preferimos, cómo vivimos lo que nos pasa, qué es lo que observamos con interés, es la manera en que todos somos políticos. Y también así trato de ordenar mis ideas cuando el triunfo de Trump se me mete en la casa, me descalabra el sueño y debilita mis ganas de levantarme en la mañana. Tan simple como que no puedo comenzar el día de después como si no pasara nada… cuando la sensación general es como si le hubieran dado vuelta al país de las oportunidades y no se entiende muy bien dónde queda ahora el sueño americanoel día después de las elecciones, fue como amanecer sin la sonrisa de Bullock, la picardía de Pitt o la valentía de Superman… ¿Cómo es que lo que parecía un mal chiste de pronto se convirtió en tragedia?

El día de las elecciones, pasé por azar frente a los predios de Trump y pude ver que habían cuatro camiones de basura estacionados frente a la fachada. Me dio risa pensar que estaban allí apostados para recoger los restos que quedarían después de las elecciones, el desecho de todo lo malo que encarnaba Trump, la basura. En alguna nota de prensa pude leer un rato después, la justificación que aducía a que esos camiones estaban allí por medidas de seguridad. Tan curiosa explicación me pareció aun más chistosa, segura como estaba de que Trump no ganaría. Sin embargo, tenía una basurita atragantada aunque silenciosa, que no me dejaba disfrutar el chiste del todo: también frente a la fachada donde Trump esperaba los resultados, pude ver a decenas de personas, sobre todo turistas, nacionales e internacionales, tomándose fotos con la torre millonaria de fondo, sonreídos, se diría que orgullosos de estar en el lugar de los acontecimientos, posando para la historia… una callada mortificación me hacía preguntarme, ¿de qué estaban hechas sus sonrisas?

No podría decir que eran republicanos. Incluso había algunos que no hablaban inglés, previsiblemente no ostentaban el derecho al voto. Tampoco se puede decir que fueron los republicanos los que votaron por Trump. Si fuera así de simple no sería tan difícil de asimilar. Votaron por Trump muchas de las personas que viven en la infelicidad de sentirse sin la oportunidad de vivir como quieren, sin poder realizar los sueños que fueron construyendo desde pequeños a punta de cine y televisión, caramelos y refrescos; todos esos que viven la frustración de ser unos “fracasados”, por no poder realizar lo que les dijeron que podrían realizar después que hicieran lo que debían hacer, portándose bien, yendo a la escuela, a la universidad incluso, endeudándose de por vida en el esfuerzo de preparase para lo bueno que venía luego, y que ahora se enfrentan al desempleo; los que trabajan varios turnos y llegan a fin de mes con apenas el dinero justo para pagar la renta. Los que optan por el alcohol o la heroína para pasarla mejor… Esa mayoría a la que se suma cada vez más gente, que se siente traicionada, resentida y cansada, votó por Trump. Decidió apostar por la oportunidad de vivir como anhelan, que Trump no sólo ejemplariza sino que les ofrece; Trump les mostró el camino, no hay que portarse bien, ni siquiera pagar los impuestos, ¡mira todos los millones que logró acumular él! Trump dice lo que le da la gana porque tiene el dinero para hacerlo. Y los que no lo tienen y viven queriéndolo tener, pues votaron por él.

Es el mismo sentimiento que anima a la gente que se quiere tomar la foto frente a la torre dorada que es ejemplo de éxito, paradigma, idea de felicidad de una sociedad que promueven todos, ¡rojos y azules!

Porque todos concuerdan en que el dinero es lo que mejor cuenta el éxito o el fracaso. Así vivimos obligados al consumo desenfrenado como manera de ejercitar el bienestar. La “paz social” se garantiza convenientemente con el aislamiento que nos mantiene desvinculados de la fuerza del “todos”. Instalados en el engaño de la realidad virtual con cada vez mayor inteligencia artificial, ilusoriamente conectados, solos pero con muchos amigos virtuales, sin conocer al vecino, participamos en foros y chats y creemos que nos escuchan, celebramos el éxito en “likes”, el afecto en emoticones… y la democracia, en votos… así de simple.

Aunque parece simple, es muy complicado. Y es enorme. Porque nos atañe a todos, vivamos donde vivamos. Esos tantos que son mayoría, que no tienen canales para mostrar un malestar que incluso les es difícil de identificar, pueblan el mundo. Y lo peor es que pareciera que toda esa gente es invisible para “la intelligentsia democrática”. Que esa gente que mostró ser mayoría el 8 de Noviembre en USA, es presa de pueriles ambiciones personales que no merecen atención. Y así es que la gente que “piensa” vive de espaldas a la gente que vive según las reglas de los que piensan. Desde sus pretensiones redentoras, curados en salud y sin mala conciencia, “los buenos de la película” simplemente entienden que los pobres son verdaderamente pobres que necesitan de la ayuda de los justos que son los que pueden decirles cómo es que son las cosas. Pero la gente no necesita de guías morales. La gente lo que quiere es vivir mejor, según los standards que les han hecho adoptar, mientras entienden que lo que quieren es recuperar la potestad de decidir sobre sus vidas.

Esa “medianía”, “rural”, “sin educación”, “white trash” y demás descalificaciones clasistas que abundan ahora en las redes para nombrarlos, que votó por Trump, es culpable de no ser capaz de pensar en Siria o la crisis ambiental del planeta, sino que se entretiene sacando la cuenta de los años que llevan sin poder tomar vacaciones, ni comprarse el vestido de la portada de la revista, o comer en el restaurante de moda… y lleva años acumulando rabia. Y por eso no es que votaron por Trump, sino que votaron por poder como él. Porque quieren su oportunidad, su pedazo de la torta. Y pareciera que a nadie se le ocurre pensar que el problema reside justamente en el esquema de valores, en que sigamos queriendo lo que queremos, en los anhelos que motorizan a la gente, que son justamente lo que nos hacer errar el camino. El mundo cambia de paradigma a una velocidad que los gobernantes del mundo no son capaces de asimilar, ni mucho menos de responsabilizarse en consecuencia.

Aunque corra el riesgo de sonar extremista o ramplona -según el punto de vista-, me atrevo a decir que Hitler surge de donde mismo salieron Bin Laden, Chavez, Brexit, Podemos… de la disidencia callada de los que no tienen voz pero que eventualmente terminan teniendo voto. Los invisibles, los “mediocres”, los cualquiera que piensan básico, los “bridge and túnel”, los que son población rural que ya no corresponde a la imagen romántica del campesino con overall y tridente, porque los campos cedieron su territorio a la industria, y cuando la industria colapsa, los margina el desempleo, que llenan de Cocacola y televisión. Esos fueron los que votaron por Trump. Y aspiran ahora que Trump les facilite el carro, la casa, o un terrenito para cultivar cuando eso es lo que saben hacer los “rurales”, la empresa exitosa y sin impuestos, las pistolas… (vale la pena comentar que Smith and Wesson bajó 14% sus ventas al día siguiente de las elecciones, pues ya los norteamericanos no sintieron la necesidad de salir corriendo a comprarse sus pistolas, temiendo la prohibición).

Me cuesta mucho imaginar los días que siguen… hasta cuándo… las consecuencias mundiales… entrenada como estoy en 18 años de chavismo en Venezuela, no quiero pensar en lo peor. Difícilmente Trump cumpla lo que prometió, y los mexicanos, chinos, musulmanes serán los culpables de que la economía no prospere según lo prometido. Y de ahí puedo seguir imaginando horrores… Pero prefiero pensar que este giro de la historia norteamericana, nos muestra que lo que se vuelve cada vez más inevitable es devolverle el poder a la gente. Es el paradigma lo que está quebrado y mientras no lo entendamos, tragedias como Trump seguirán sucediendo en el mundo. Por ahí viene Marine Le Pen en Francia…

Lo grave de este caso en particular es que se trata de que el presidente del imperio, es un imperialista que piensa que los alemanes son mejor raza, que a las mujeres basta con agarrarles la vagina sin permiso para tenerlas, porque de todas formas, los violadores son los mexicanos todos que vienen a este país, y Peña Nieto lo abraza… por decir lo menos… Pero de nada sirve insistir en la barbarie de su discurso. Las ganas de salir corriendo se desataron apenas la ventaja de Trump empezó a vislumbrarse como tendencia irreversible, y las visitas a la página de inmigración canadiense aumentaron hasta hacerla colapsar. Siendo que los canadienses mayoritariamente invitaron a los americanos a votar por Clinton, otra cosa es facilitarles la emigración después que ganó Trump. Los canadienses no están de acuerdo. ¿Los podemos acusar ahora de nacionalistas y segregacionistas por eso… después que apoyaron la opción Clinton?

Por eso digo, el fenómeno Trump, un cualquiera que se volvió millonario y que ahora quiere dirigir la orquesta porque conoce el camino y se entrenó a la Espartana, está hecho de paradigmas errados y de las consecuentes inconformidades calladas, los anhelos más alienados y egoístas, esos que llevamos todos por dentro y que cuando no encuentran salida, son capaces de acabar con lo más virtuoso, eso que nos hace gente, que nos permite la solidaridad, la tolerancia y la convivencia en respeto de las diferencias.

Con una actitud menos “entendida” y más humilde, del lado de los que padecen la cotidianidad de un futuro cercenado, que son el “todos” que está hablando, podremos conseguir las respuestas. Cuando entendamos que el poder que queremos es el poder que tenemos todos, el del libre albedrío, las cosas van a empezar a cambiar. No sé si los demócratas estén preparados para asumir ese reto, que aunque parece tan riesgoso, es definitivamente la única salida: confiar en la gente que vota por ellos.

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