Dicho con fuerza y escuchada con fe, la frase ¡no tengan miedo! es capaz de derribar cualquier muro… así lo ha demostrado la historia en varias oportunidades:
La plaza de San Pedro en Roma estaba a reventar. Por primera vez, desde 1523, un papa no italiano había sido electo por el colegio cardenalicio. Ese 16 de octubre de 1978 el mundo no conoció solamente a Karol Wojtyla (quien tomó el nombre de Juan Pablo II) sino también escuchó con mucha fe la invitación a dejar el miedo y entregarse a Cristo.
Esa frase sería repetida por el Papa polaco en varios lugares del mundo, pero en uno de los sitios donde cobró más fuerza y donde no solo generó un cambio religioso sino también político, fue precisamente en Polonia:
En su primer viaje a su país natal, el 2 de junio de 1979 el Sumo Pontífice invitó a sus compatriotas a plantarse frente a un sistema caduco y abusivo que pregonaba la igualdad en la palabra pero demostraba lo contrario en hechos. Luego de un par de años, se fueron logrando pequeñas victorias que cimentarían las bases para el cambio positivo que requería el país. Un ejemplo de ese cambio fue que, en 1981 se celebró en los astilleros de Gdansk, el primer congreso de un nuevo sindicato libre del mundo marxista: había nacido Solidaridad.
El movimiento Solidaridad se constituyó en poco tiempo como una experiencia a seguir no sólo en el mundo marxista polaco sino en todo occidente. Los obreros iban a misa mientras defendían sus derechos, demostrándole al mundo que la iglesia no era “el opio de los pueblos” sino la chispa que enseñó a esos hombres y mujeres que era posible luchar por sus ideales sin disparar un solo tiro. Esa era la verdadera revolución.
Según el General Wojciech Jaruzelski, último presidente en la Polonia comunista, la visita de Juan Pablo II a Polonia en 1979, fue el detonante que produjo los cambios. Mijail Gorbachov, se refirió a Juan Pablo II en un artículo titulado “una misión mundial” diciendo: “No tengo la menor dificultad en admitir y reconocer que, en sus discursos, había muchas ideas con las que yo estaba de acuerdo, lo que confirma nuestra sintonía, la cercanía de la que acabo de hablar”.
Continúa Gorbachov: “Aquellas ideas suyas eran muy parecidas a las nuestras. Siempre he apreciado en el pensamiento de este Papa, sobre todo, su contenido y su capacidad espiritual, su esfuerzo por contribuir al desarrollo y crecimiento de una nueva civilización en el mundo”.
Varias décadas después de la caída del comunismo, otro Papa, esta vez llamado Francisco toma el testigo de una verdadera revolución, una revolución que no solo cambia la geopolítica mundial, sino el alma de los hombres. Muestra de esto es el acercamiento hasta poco impensable, de Cuba y Estados Unidos, un acercamiento que para muchos es similar a la caída del muro de Berlín.
El fin de semana Francisco beatificó a Monseñor Romero, y con esa acción envió un mensaje a aquellos sistemas que en el mundo persiguen, desde el poder, a aquel que piensa distinto: La justicia divina tarda pero llega, y la historia, tarde o temprano pone a cada uno en su justo lugar.
El Papa ha dicho con sus acciones: ¡no tengan miedo!, y no tener miedo se traduce en: no tener miedo a acercarse a quien no piensa como uno, no tener miedo a quien tiene una posición económica mejor o peor que la propia, no tener miedo a enfrentar con ideas a los extremistas de lado y lado y seguir adelante, no tener miedo al futuro… a un futuro que debe ser construido por y para todos.
Los pueblos no deben pedir limosnas ni esperar dádivas, deben exigir una mejor gestión, que las cosas funcionen, pero tal y como hizo Solidaridad: de la mano de la no violencia.
Quisiera terminar este escrito con una frase dicha por Romero: “Ningún soldado debe seguir órdenes que vayan en contra de la ley de Dios. Los militares son cuerpos de defensa y no de represión”.
Al que le pique, que se rasque.