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Francisco Martínez Pocaterra

No somos vírgenes

No hay solo dos bandos en Venezuela, el de Maduro y sus conmilitones; el de Guaidó y los suyos. Hay más, tanto allá como acá… y en medio de ambos, también. Por ejemplo, el grupo de los chavistas disidentes, es, aunque a muchos no les guste, opositor. ¿No se oponen a Maduro? Sí. Sí lo hacen. Otra cosa es que a muchos les disgusten. Igualmente, se supone que el pastor Bertucci y Henri Falcón son opositores, pero, ¿lo son realmente? No, al menos yo no lo creo, sobre todo después de ver la grotesca foto de aquel arrodillado ante Maduro, como si fuese este un rey, un emperador. Algo semejante ocurre en la Fuerza Armada. Y no lo dudo, en los gremios profesionales y empresariales, los sindicatos, aun en el mismo chavismo. Unos tiran para allá y otros para acá. En ese pugilato, pierde la gente.

Creen muchos, por esto, que, ante la imposibilidad de unos, el otro se hegemoniza. Eso no es necesariamente cierto, y, creo yo, otras fuerzas podrían ser las que en efecto socavan las bases del régimen. Las minan. Y la élite lo sabe… imagino que lo sabe. Por eso, muchos miedos y otras debilidades soterradas.

Dudo yo, como muchos más, que, a pesar del llanto eterno de unos, el sufragio nos permita coronar espacios útiles, que, posiblemente, otros ya están ocupando, o, cuando menos, tanteando. Herramienta al fin de cuentas, como un martillo, el voto bien sirve para causas nobles tanto como para satrapías. Alelados, inmersos en un barrizal de sandeces propias e impuestas, asumen los más necios que al día siguiente nos abrazaremos, como si las urnas electorales invocasen espíritus mágicos, cuando la verdad es que, como ya ha sucedido, solo agrandará la brecha y el resentimiento. Algunos más pragmáticos, tercos, violentos, radicales, aguardan por una invasión que seguramente no va a suceder. Otros, más sensatos pero errados, apuestan por un diálogo, propuesto en donde no hay interés para ello en lugar de hacerlo en aquellos espacios realmente significativos, vitales, y que, indudablemente, trascienden a las alcaldías y gobernaciones.

Mientras, millones recorren su calvario cada día. Y otros, no sabemos si redentores o meros demonches, asechan como los coyotes en las sombras. Como perros resabiados, no sería su primera vez. Y no lo dudo yo, que no me creo más astuto, ni peco de imaginarme más inteligente, la élite lo sabe, o, cuando menos, lo sospecha. ¿No lo intuimos todos? Unos con miedo, tal vez, otros, con ansias.

Puede que, a sabiendas de ello y de sus propias limitaciones, muchas y lamentables, grupos opositores huyan de una verdad que pulula en este país como las moscas en un establo. El miedo a ser excluidos, tal vez por una arraigada creencia de su incapacidad para conducir una transición de hecho complicada, les paraliza e incluso, les incita a pactar con el diablo, que por necesidad más que por gusto, les concede bagatelas, y aquellos las recogen sin dignidad ni pudor.

Deliran los sandios con salidas utópicas, y obvian lo evidente: más temprano que tarde, ante el caos reinante, otras fuerzas, más realistas y quizás menos melindrosas, obrarán como un tsunami. Y es muy probable que la marejada se lleve a tirios y troyanos. Como el deslave del año 99, lodo y piedras, muertos y troncos, arrastrarán cuanto encuentren a su paso.

En esas desgracias, ciertamente no somos vírgenes.

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