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No somos el ombligo del mundo

Tener playas paradisiacas, nieves perpetuas y selvas bucólicas no sirve de mucho si la gente no está ganada por la idea de ser una gran nación

Con frecuencia, los venezolanos gritan que Venezuela es el mejor país del mundo, y, nos guste o no, la realidad dista mucho de esa consigna patriota (o más bien patriotera). Sí tenemos playas hermosas, como también Vanuatu o cualquier isla del Caribe. Tenemos el Salto Ángel y las cumbres andinas, pero Estados Unidos posee las cataratas del Niágara y el Gran Cañón del Colorado. En todo caso, todas esas maravillas naturales son solo accidentes geográficos, son solo montañas, ríos, selvas, cascadas, playas que ya estaban ahí cuando se crearon los países, porque, huelga decirlo, el delta del Danubio, por citar uno, ya existía aun antes de existir Rumania (nombre otorgado por los romanos a la región de Dacia), e incluso, antes de llegar los primeros homínidos hace unos 42 mil años.

No, no somos el mejor país porque tengamos el Salto Ángel o el pico Bolívar o Mochima. Seríamos el mejor país del mundo, o uno de los mejores (porque dudo que se dé tal cosa como «el mejor país»), si fuésemos una nación que como los romanos, dominaron las regiones más floridas del planeta y sentaron las bases de lo que hoy llamamos civilización, o si hubiésemos llevado un hombre a la luna y traído de vuelta, como lo hicieron los estadounidenses. Lo seríamos si nuestros nacionales se destacasen comúnmente, más allá de las excepciones, como el director Gustavo Dudamel y la pianista Gabriela Montero, de Jesús Soto o Carlos Cruz Diez.

No, no somos el mejor país. ¡Estamos muy lejos de serlo! Y no lo somos porque hechas las excepciones de rigor, que las hay, sin dudas, somos patanes y engreídos, somos unos nuevos ricos maleducados, tan distantes de las verdaderas fortunas, construidas por hombres nacidos en sociedades en verdad desarrolladas, que nuestros millonarios son unos menesterosos comparados con Bill Gates, con Warren Buffet, y por qué negarlo, con el mexicano Carlos Slim. Somos un país paupérrimo en el que más del 70 % de sus habitantes vive mal. Creer lo contrario no solo resulta necio, sino que además, nos aparta de las posibilidades de ser en efecto, una gran nación.

No confundamos el chauvinismo con el patriotismo. Los verdaderos patriotas reconocen los defectos de sus naciones, y trabajan para superarlos, no para hacer de ellos una insoportable jactancia.

Si deseamos salir de este atolladero y, aún más importante, superar nuestras carencias y nuestras fallas, debemos empezar por entender quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde deseamos ir, qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestros vicios, y cuáles nuestras virtudes. Debemos asumir que no somos ni el mejor ni el peor país del mundo, que tenemos recursos para emprender la tarea de reconstruir una nación deshecha, que tanto como grandes cualidades, también tenemos carencias y defectos, y que si conocemos bien unas y otras, podremos hacer de Venezuela el país que merecemos, que deseamos y que podemos edificar.

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