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Regularmente administramos el tiempo, en horarios. El destinado a la cátedra, a las juntas con el equipo de trabajo, a las consultas con el psicólogo, a las citas de negocio y, en general, cambiamos de actividad cada hora. Los estudiosos del tema dicen que las reuniones en la empresa son la principal causa de pérdida de tiempo; la mayoría son innecesarias e ineficientes. La reunión en sí no es la causa de la pérdida de tiempo, las juntas son esenciales para el equipo y la organización, y su objetivo es coordinar las políticas a seguir en la empresa y en el gobierno, el problema está en su organización y efectividad. Otro tipo de juntas son las que se llevan a cabo en familia. Casi siempre son mal planeadas. Se piensa en un tema, por ejemplo: bajar los gastos. Generalmente se inicia a discutir de manera democrática, sin embargo es suficiente cualquier nimiedad para que la reunión se convierta en una batalla campal, los padres buscan coaliciones con los hijos, gritan, se ofenden, regresan al pasado. Al final no arreglan nada, y todos terminan resentidos.

Vamos a analizar las conferencias mañaneras del presidente López Obrador. Conocemos sus discursos desde que estaba de candidato, es adicto al micrófono, se alimenta del aplauso. Padece de verborrea, de un cuadro de agitación y estado ansioso, se calienta fácilmente y a la más pequeña contradicción se sale de control, grita y ofende. Experimenta fuga de ideas, cuesta trabajo seguir su lógica, el discurso se vuelve inconexo. Tarda en hilar los conceptos, el egocentrismo es parte de su discurso, sus proyectos le parecen perfectos, considera incorrecto todo lo que hicieron los otros partidos y tilda a todos, sin excepción, de corruptos. Es muy parecido al presidente Trump, ambos están ensimismados en su ego, les brotan los rasgos narcisistas, se creen el centro del universo y consideran sus proyectos lo más importante; el muro, y los migrantes son el chivo expiatorio.

Parece que nadie del equipo de AMLO logra influir, asesorarlo y explicarle que dos horas ante las cámaras de televisión lo exhiben demasiado. Lo acompañan periodistas jóvenes quienes hacen preguntas fáciles para no molestarlo y al mismo tiempo darle la oportunidad de sacar los trapos al sol de administraciones pasadas. No se da cuenta de que su monólogo aburre, y lo compromete. En cuanto termina las redes sociales se inundan de memes. Así como tiene adeptos, muchos lo descalifican. No le importan las consecuencias de sus ocurrencias, a la usanza autoritaria del viejo PRI.

López Obrador lanza al aire sus proyectos, sin tomar en cuenta a los expertos ni las repercusiones que puedan tener sus actos. Es lo que hizo con el cierre de los ductos de gasolina con el argumento del combate al huachicol. Las consecuencias económicas las estamos sufriendo todos. El efecto dominó causó fuerte pérdidas económicas a pobres y ricos ya que la gasolina es como el agua: indispensable. Ofrece apoyos en proyectos que le darán adeptos: a los ninis, a los adultos mayores, hasta regalarán cabezas de ganado con el argumento de no comprar carne al extranjero, pero, quita el apoyo a las guarderías y llama mafia de la ciencia al CONACYT.

Habla de democracia, pero no la lleva a la práctica. La verborrea como trastorno, esconde inseguridad, falta de autoestima. El monólogo no es más que una necesidad de autoafirmación constante, una manera de esconder el diálogo interior. Estas personas no se ven a sí mismos, se ven a través de los demás. Como dijo atinadamente Nietzche: “hablar de sí mismo es también una manera de ocultarse”.

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