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No hay tal cosa como un almuerzo gratis

Hay un decir, muy estadounidense por cierto, que reza: no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Viene a significar que nadie hace nada por otros de gratis.

En política eso viene a traducirse en algo así como que los países no tienen amigos, sólo intereses que pueden verse -o no- alineados en determinada coyuntura.

La situación venezolana, y los múltiples apoyos regionales y globales que ha suscitado el esfuerzo transicional en la última semana, han revivido apasionados (y en su mayoría poco informados) juicios y condenas provenientes del exterior del país caribeño.

En las cabezas de la izquierda caviar global -a la cual no denigraré más porque ya se vuelve repetitivo y ellos solos se traicionan al opinar- la guerra fría sigue viva. Se rasgan las vestiduras por una nación que difícilmente podrían señalar sin ayuda en un mapa. Gritan que llegó el lobo y que Estados Unidos, Brasil et al tienen la mirilla puesta en Venezuela por su petróleo y riquezas minerales.

Eso sólo tendría sentido si EE.UU. y el resto de la pandilla aún dependiesen del petróleo venezolano.

Imagínese usted, las viles fauces del imperialismo occidental se ciernen sobre la pobre Venezuela en la figura títere de un muchacho flaco de 35 años que es peón de los apetitos de Estados Unidos. ¡Oh, la tragedia!

Disculpe usted, amable lector, el autor no pudo evitar reírse escribiendo este último párrafo. Respiro y sigo.

Juan Guaidó, el presidente interino de Venezuela ante la ausencia absoluta producida a partir del 10 de enero de 2019 donde la toma de posesión del ex-presidente Maduro no surte ningún efecto por ser manifiestamente contraria a la Constitución de ese país (y además devenir de unas elecciones que bajo ninguna métrica satisfacen la condición de libres, universales, directas, y secretas), le entrega -según quienes aún guardan altares a Fidel, Mao, Stalin, al Sandinismo, y demás monstruos del closet político- el país a Donald Trump, el epítome del imperialismo americano.

Figuras como Chomsky pretender hacer venezuelansplaining a quienes sufren las miserias de una economía que hace rato hizo implosión, que obliga a la gente a hurgar en la basura para comer, que calcula su inflación en términos diarios; explican ellos, en su torre de marfil, las delicias de la demagogia y el socialismo populista a niños tan jóvenes como de 14 años que no les entienden porque están detenidos arbitrariamente por un régimen usurpador.

Es que es tan evidente que incluso gente que nunca ha vivido en Venezuela, como la congresista Ilhan Omar de los Estados Unidos, corren por las avenidas gritando invasión e imperialismo, y queman monigotes de Trump y Bolsonaro como que se tratara de la quema de Judas. Excepto porque lo último que le importa a Trump o a Bolsonaro, o a cualquier otro conservador/neo-con/político de derecha/llámelocomoustedquiera es el petróleo o las riquezas de Venezuela (a diferencia de países como Cuba o las islas del Caribe Inglés que sí ven su petro-beca amenazada).

Hay una pequeñísima idea, tan vieja como las crónicas de Tucídides o el príncipe de Maquiavelo, que explica a la perfección porque la Administración Trump deja incluso la opción militar sobre la mesa cuando se trata de coadyuvar al reestablecimiento del orden constitucional, la seguridad, y la prosperidad económica en Venezuela.

No, de nuevo, no es el petróleo o establecer un satélite en Venezuela.

Es mi distintivo placer presentarles al Sr. Interés Nacional. ¡Un gusto!

Resulta que ese señor se distingue por decir que es la responsabilidad de cada gobierno de velar por los intereses estratégicos de su país, en casa y afuera, en aras de garantizar la seguridad, bienestar y progreso de la propia nación. En vernáculo: el que tiene tienda, que la atienda.

Y resulta, que mr. Trump (que no es santo de la devoción del autor), al ocuparse tan vigorosamente de la cuestión venezolana no lo está haciendo por Venezuela, sino por Estados Unidos.

Resulta que Venezuela no es sólo un país que tiene riquezas naturales; es también un país con peligrosos vínculos -demostrados públicamente, de paso- con el terrorismo fundamentalista transnacional (Hezbollah, te estoy viendo a ti), con el crimen organizado global, el narcotráfico hemisférico, entre otras amistades que no solo amenazan a EEUU, sino a la seguridad hemisférica y global.

Es también un país que ha generado una catástrofe migratoria que ha impuesto pesadas cargas a sus vecinos de la región, con casi cuatro millones (estimados por debajito) de personas que han salido de Venezuela huyendo de las infrahumanas condiciones de vida que allí imperan.

Es un país que ha demostrado sobradamente su potencial de contagio regional con peligrosos viruses como los del populismo demagógico, que pica y se extiende (véase en este respecto los deplorables efectos de la llamada Marea Rosada Latinoamericana). Y esa extensión no ha hecho sino obliterar los estándares de vida de los países de la región.

Tan así que muchos han girado de manera brusca a ideologías de derecha después de probar el socialismo del siglo XXI.

Así, Estados Unidos y compañía se juegan a Rosalinda (vid. Ernesto Luis Rodríguez) por Venezuela, no por una preocupación altruista, humanista, o ni siquiera por sus riquezas o por apetencias decimonónicas de expandir su esfera de influencia.

Van all in porque Venezuela se ha convertido, y hay que decirlo, en una amenaza a la paz y a la seguridad de la región. No participar de una estrategia regional para lograr el reestablecimiento del hilo democrático, la vuelta de la estabilidad socio-política, y un mínimo de bienestar económico en el país caribeño, entraña gravísimo riesgo a la región.

En política, cuando se intenta entender un fenómeno, siempre conviene volver al viejo adagio latino: cui bono, que no significa otra cosa que ¿quién se beneficia?

¿Quién se beneficia de una Venezuela democrática, segura, estable, y próspera?

Pues, evidentemente, toda la región. La interdependencia compleja (traducida en cristiano en algo así como que todos dependemos de todos para estar bien) muy bien explicada por The Party Band en su tema ‘si nos organizamos’ informa el interés que tiene EEUU y toda la región.

El tamaño de la amenaza que significa una Venezuela que siga en una espiral de degradación absoluta explica el énfasis y vehemencia de quienes pretenden ayudar a la ciudadanía venezolana a rescatar su país.

Ya ve usted, lector inteligente y conocedor, termina siendo cierto que no hay tal cosa como un almuerzo gratis.

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