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Luis Roncayolo

No es igual entender que justificar

Un hombre desesperado por la acuciante pobreza de su familia irrumpe en un establecimiento privado y roba para dar de comer a sus hijos. Acorralada por una sociedad que la maltrata, una mujer acude al médico en secreto por miedo a que el marido machista se entere de que va a abortar. Atormentado por la inexistencia de oportunidades para su futuro, un joven se deja seducir por las ofertas de los criminales de su barrio y empieza una carrera como narcomenudista. ¿Qué tienen estas tres historias en común? Que podemos entender las circunstancias trágicas que los motivan a tomar decisiones moralmente problemáticas. Podamos o no estar de acuerdo con el acto, lo que no podemos negar es que socialmente no genera consenso. Diferimos sobre si están bien o están mal, pero por lo general no diferimos en nuestra capacidad para entender la situación. Ahora bien, ¿entender es justificar? Tres casos más drásticos ayudarán a ilustrar el dilema.

Un hombre humilde asciende mediante la acción política, y habiendo alcanzado una posición elevada en la jerarquía de gobierno, lucra con recursos públicos para sacar para siempre a su familia de la pobreza. Una mujer desilusionada por las infidelidades de su marido, por las mentiras, por las burlas, se deja llevar por la rabia y lo mata a balazos mientras duerme. Un narcotraficante de cierto poder es amenazado en su seguridad personal por un rival, y se adelanta ocasionándole la muerte. Entendemos las circunstancias que motivan a cada uno, somos capaces de explicarlas, pero, ¿eso implica que las justifiquemos?

Vivimos en una sociedad polarizada, donde somos capaces de justificar las acciones más cuestionables siempre y cuando sumen a nuestra causa. Y quizás sea por eso; por el hecho de que insistimos en justificar lo cuestionable solo porque suma a nuestra causa, que vivimos en una sociedad polarizada, ya que el bando contrario no puede sino indignarse al escucharnos justificar lo que a sus ojos es imperdonable, y a su vez motiva al bando contrario a justificar su propia serie de actos reprobables con tal de sumar a su propia causa. Se trata de una espiral de rivalidad que conduce a la hostilidad, y la hostilidad a la polarización, y con la polarización damos muerte a cualquier argumentación razonable que nos permita llegar a acuerdos y solucionar problemas de carácter público.

El pasado domingo 8 de marzo acompañé a mi esposa a la marcha del Día Internacional de la Mujer rumbo al zócalo de la Ciudad de México. Se trató de una movilización multitudinaria que yo nunca había presenciado en mis ocho años viviendo en esta ciudad, motivo por el cual me sentí entusiasmado, en especial porque mi esposa me contagiaba su propio entusiasmo, y aunque la marcha es mentada (erróneamente, en mi opinión) de feminista, me di la libertad de creer en el movimiento y convertirme en partícipe de una lucha que considero noble y justa: demandar acciones de gobierno para combatir con mayor eficacia el nefastísimo crimen del feminicidio en México. Sin embargo, las dudas empezaron a cultivarse no solo en mí, sino también en mi esposa, cuando pequeños comandos de mujeres encapuchadas de negro utilizaron la marcha como oportunidad para cometer actos de vandalismo en contra de establecimientos privados en particular, y de la ciudad y sus monumentos en general, y en contra de lo que evidentemente era una mayoría de mujeres que reclamaban un “no a la violencia”. Rápidamente el tema dejó de ser los feminicidios y pasó a ser los actos vandálicos.

Al día siguiente, discutí el tema ampliamente en redes sociales, en principio dando mi apoyo a la marcha, pero luego empezando a sentir la inevitable insatisfacción cuando otros empiezan a justificar actos que no puedo sino considerar reprobables, bajo la premisa de que hay que sentir empatía y entender las motivaciones de los grupos radicalizados. ¿Se entiende para dónde voy? No fueron realmente los actos vandálicos los que me produjeron tanta insatisfacción -ya que podía entenderlos-, sino la insistencia en justificarlos lo que me catapultó hacia el terreno de la polarización, y de la polarización a la hostilidad y el conflicto, en vez de a la reconciliación y la solidaridad. Cada día estoy más convencido de que la polarización representa uno de los obstáculos principales que impiden el progreso de la justicia en México. ¡¿Quién no quiere mucha más justicia en México?! ¡Sin lugar a dudas, yo sí! ¿Pero demanda el reclamo de justicia que yo tenga que justificar actos hacia los cuales, al verlos con mis propios ojos, no pude evitar sino sentir rechazo?

Entendamos que significa “justificar”. No citaré la RAE, sino me tomaré la libertad de filosofar un poco. Justificar es volver justo ante la ley o la moral lo que en principio es injusto o inmoral. En términos más prosaicos, se trata de ajustar lo que está desajustado ante una regla mediante el cambio de la regla. Claramente, todo lo que es injusto debe ser penado y castigado. Justificar viene, entonces, a significar la no penalización de lo que en principio es injusto, de forma tal que pase a ser justo. Según esta definición, justificar es una acción del intelecto muy diferente de “entender” o “comprender”. Tras definir que “entender” no es lo mismo que “justificar”, podemos aceptar un acto injusto sin justificarlo, de la misma forma como puedo entender las motivaciones del narco que mata a su rival, sin en ningún momento pretender darles una justificación. Pero en nuestra sociedad, esta diferencia pareciera ser muy difícil de aceptar, ya que los individuos de cualquier bando, ante la negativa de los contrarios de justificar ciertos actos, concluyen que el bando contrario “no entiende” el acto, y es por ello que proceden a hacer un llamado a la empatía, como si forzar a los demás a experimentar subjetivamente un sentimiento fuera a resolver la disputa.

Los actos vandálicos del domingo 8 de marzo lograron llamar la atención, pero no hacia el tema crucial que son los feminicidios, sino a los actos vandálicos mismos, saboteando el debate que en México debemos tener. La solución de los que justifican dichos actos es que nosotros, los que no podemos justificarlos, dejemos de preocuparnos por la destrucción de la ciudad, y falazmente argumentan que la vida de las mujeres es más importantea que la belleza de los monumentos. Pareciera como si los monumentos estuvieran compitiendo con las mujeres, o como si los monumentos y las mujeres fueran opuestos. El problema de ese argumento es que se trata de un falso dilema: podemos combatir el feminicidio y proteger a las mujeres, y al mismo tiempo mantener a la ciudad limpia y ordenada. No son objetivos contrarios. Son, simplemente, objetivos que no tienen que ver el uno con el otro, pero que inevitablemente entran en relación dicotómica en el momento en el cual se cometen actos vandálicos. ¿Entonces a qué se debe este falso dilema con el que nos juzgan a los que consideramos el orden público de la ciudad un bien colectivo entre los más altos?

Puedo entender la rabia de los que causan estragos en las marchas; yo también la he sentido. Puedo entender la indignación de las masas; yo también he estado y estoy en su lugar. Puedo entender el dolor de las que pierden hijas, amigas, madres; a mi también me podría pasar. Pero que yo entienda las circunstancias y motivaciones que impulsan actos vandálicos no implica que deba justificarlos, de tal forma que sacrifique el bien de la ciudad y el orden público por medio de un falso dilema. Y aclaro antes de concluir: no se trata de que los actos vandálicos sean la causa de la polarización. Lejos de ser así, ya que, como dije, puedo entender las motivaciones de dichos actos (y confieso que en el pasado he sido parte de ellos en circunstancias distintas). Pero lo que sí genera polarización y aúna a los problemas -en vez de acercarnos a la solución-, es la mala tendencia intelectual de muchos en nuestra sociedad de no solo quedarse en el entender los actos, sino en el intentar justificarlos a capa y espada, de tal forma que hacen muy difícil la reconciliación y la solidaridad necesaria que todos deberíamos estar cultivando para atender este problema tan urgente y que nos preocupa a todos, no solo a aquellos que por demostrar su compromiso con la causa, desprecian el daño que grupos minoritarios hacen a esta nuestra Ciudad de México.

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