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Y si no celebro San Valentín, ¿es porque no te quiero?

Seis y media de la tarde, la noche clara, el frío está menos frío, ¿será por eso que hay más gente en la calle? Sobre todo, más hombres que de costumbre, el paso apurado, maletín en mano, ramo de flores en la otra, y otro, y otro… Recuerdo: ¡es San Valentín! Eso pareciera explicar que la salida de la oficina hoy fue más temprano. Llego a la estación de metro, más hombres con flores, en el vagón, con la seriedad abatida con la que se va del trabajo a la casa, pero bajo el halo mágico que cubre a un hombre que va flores en mano, y que lo hace irresistible a la ternura femenina. O por lo menos a la mía, pues a pesar de que no le otorgo al sistema de oferta y demanda la potestad de decidir cuándo celebro mi amor, me conmueve el espectáculo de un hombre que quiere decir “te quiero” con flores.

Llego al bar, está abarrotado, sobre todo de parejas que toman el aperitivo antes de la cena. Dos mujeres de rasgos asiáticos, esbelta figura, carteras de marca, entaconadas y operadas, discuten acaloradamente con el maestro de meseros, con gestos grandilocuentes. A pesar de la media luz y la mucha gente que hay en el bar del uppereast, a todo el mundo le quedó claro que ellas quieren una mesa en el acto. No hay mesas, ellas gritan por eso, luego gritan ordenando champagne, hablan con los que se arriesgan a mirar sin juzgar o sonríen, mas gritos de alegría forzada, ¿euforia de San Valentín? Al cabo de unos minutos, un hombre de avanzada edad, acepta una copa de la botella de champagne de las chicas altisonantes, minutos después lo veo abrir la cartera y pagar la cuenta. En un descuido, perdí el hilo, no puedo sino sospechar lo que siguió, pues habían desaparecido los tres.

El bar se fue vaciando de las parejas, es la hora de la cena, y a los que quedan solos y piden otro, asumo que se les puede tomar por solteros, si de nuevo, la clave está en que es San Valentín. En una mesa solitaria, una mujer muy joven de pelo pintado de blanco, uñas muy afiladas, y ropa brillante y ceñida, bebe un Martini a solas. No me mira, aunque la miro, parece inmune a todo. Espera, decidida, sin distraer su mirada rasgada. Me pregunto qué será lo que espera.

Tal vez haya llegado a la conclusión de que uno de los mejores días para ligar es el día de San Valentín, porque el que sale solo ese día es porque reciente que lo haya cogido la fiesta sin tener con quien celebrar, está necesitado, y por eso puede que sea mejor candidato, más dispuesto y duradero, más seguro, si se quiere, pues no tiene a nadie que lo pueda estar esperando en casa a quien sería cuesta arriba justificarle un retraso justamente el día de San Valentín.

Que el día de San Valentín, pueda colorear tanto los comportamientos y llevarnos a tan diversas conclusiones en relación al estado de las cosas del amor y sus usuarios, tiñe la argumentación de una artificialidad comercial inevitable e incómoda. Todo empezó como una festividad de origen cristiano que celebra anualmente las buenas obras realizada por San Valentín de Roma. Que haya degenerado en la celebración del amor y del afecto, como si eso fuera cuestión de un santo, un día, un ramo de flores y una cena, es harina de otro costal. Simplemente todos los caminos conducen a Roma, la mercadotecnia convierte cualquier fiesta en ocasión de consumo, y esta se vende como una oportunidad para celebrar el amor y el cariño, independientemente de si eres ateo, agnóstico o sea cual sea la religión que profeses, particularidades culturales, preferencias sexuales: el amor cortés de hoy cuando no se le da demasiada beligerancia como para personalizar los métodos, se expresa en chocolates, pocillos, cojines, franelas, sombreros, pantaletas, y cualquier cosa en forma de corazón; y el post subido de cursi donde declaras tu amor infinito a la mujer u hombre que tienes al lado pero que no le hablas ocupado como estás en escribirle lo que no le dices, ahora que es tan fácil pensar que el mundo no se puede perder lo que pertenece a la estricta privacidad de cada quien. Digo yo, por insistir con un disco rayado que todo el mundo denuncia y que a nadie le importa.

La torcedura de los mandatos sociales que nos hace comportarnos como borregos de un sistema al que ya hemos perdido la capacidad de cuestionar, nos está haciendo vivir en la hipocresía más absoluta y opaca. Nos han robado la vida y estamos instalados viviendo una mentira como si fuera verdad, la única verdad posible, además, mediocre y vulgar. Un cuerpo estructurado de embustes que creemos todos y que todo lo abarca, sin dejar espacio para el pensamiento libre, y que nos equivoca el andar, que nos deja sin entender, pero no importa, lo importante es seguir y llegar… y los que piensan y escriben, cuando cuestionan, cuestionan todos en el mismo sentido, nadie se atreve a ser la voz disonante y arriesgarse a sacar otras conclusiones. Y si de sacar conclusiones a partir del comportamiento de los muchos se trata, ¿es que acaso se puede presumir que actualmente hay un interés masivo inédito en el arte, a juzgar porque en la exposición de Michelangelo en el Metropolitan Museum of Art, no te puedes ni remotamente acercar a los dibujos, -que necesariamente hay que ver de cerca-, porque lo que asiste es una multitud desaforada? Si así fuera, ¿aun pasarían los artistas tanto trabajo como pasan sin lograr vivir de su trabajo? ¿Qué es lo que hace que la gente acuda a los museos de esa manera? ¿Lo mismo que te pone a caminar sobre tacones inmanejables o a comprar bombones el día de San Valentín, o a vestirte de negro en la entrega de los Golden Globes porque youtoo?

Ya es cerca de la media noche, cuando el metro se espera entre los que esperan en silencio, alejados del olvidado maloliente que duerme sobre el único banco de la estación. Aparece un hombre de poca estatura y modos que hacen sospechar su trópico, que lleva el celular como si se tratara de un radio transistor de los de antes, pegado de su oreja la corneta a todo volumen. Me fue fácil entonces escuchar lo que escuchaba, como a todos los que allí estábamos. Pero solo yo entendí el español con el que se daba una noticia sobre Venezuela… algo sobre un buque de guerra. Le pregunté si era venezolano, yo no ¿y tú? Yo sí. Es terrible lo que está pasando allá. Terrible. Siempre oigo las noticias. ¿Qué decían de un buque de guerra? Que ya salieron los marines para allá. ¿Cómo? ¿Quién lo dice? Estas son las noticias que siempre oigo, todos los días, mira, aquí está el video…

Y me muestra un video de un barco submarino que se hunde y avanza en el mar. Yo soy dominicano, pero me importa mucho, a todo el mundo le importa lo que los venezolanos están sufriendo. Un país que era tan rico y ahora es el más pobre…

A la mañana siguiente no encontré rastro de la noticia del buque imperialista que iba a salvar a los venezolanos de su dictadura atroz, era mentira… tampoco quedaron huellas del gran amor que colmó los bares y restaurantes y las calles la noche anterior… ¿también era mentira? 

Me quedo con la verdad en la mirada del dominicano, vidriosa de empatía sincera hacia lo que sufrimos los venezolanos.

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