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Adrian Ferrero

Néstor Mux: una poética de la modestia

Puede que sea un lugar común afirmar lo que voy a decir. O puede que sea trascendente para comprender la poética de su autor. O puede que sea la llave para ingresar en una definición que sea una clave de bóveda para la comprensión de su universo poético. Pero diría, para empezar, que la poesía de Néstor Mux (La Plata, 1945) emociona. Esta condición emocionante (que desarrollaré en lo que sigue) de una poesía que no resulta ser precisamente sentimental o, peor aún, con rasgos de melodrama o de cursilería, muy por el contrario subraya todo aquello que la distancia indica de ese tipo de poéticas o de perfiles. Porque la poesía de Néstor Mux emociona abordando una cierta clase de repertorio de asuntos, de recursos expresivos, un uso táctico del tono que cada poema, como una singular temperatura, tendrá.

Mux es considerado con el lector. Lo conduce por un territorio de palabras según el cual el lectorado no espera aquello que va a encontrar entre sus poemas. Incluso algunos versos con mayor énfasis que en otros. Profundamente inesperado en su enunciación literaria, más inesperado aún resulta para quien se consagre al estudio de la poesía en general y de la suya en particular. Trazo estas coordenadas porque no ha sido vocación de este poeta la de una multiplicación generalizada de su corpus. Por su cualidad ha impresionado frente a un corpus que no es frondoso. Este punto habla incluso mucho más acerca de la intensidad de su producción literaria. Por el contrario, se ha mantenido como un clásico, sobrio, equilibrado, sin trastabillar. Su poesía nos recibe con amabilidad gratificante pero también sin llegar a ser desafiante, sí desafía al crítico a un trabajo intersticial, escrupuloso por entre los recursos, los contenidos, la retórica, el ir al encuentro de quien se siente convocado para internarse entre sus páginas que convocan a la ternura, la pasión, el deseo y el amor. Probablemente en el corpus de Néstor Mux podría con una selectiva opción de algunos de sus poemas, alcanzar un interés perenne, una escritura llamada a sobrevivir pese al paso devastador e inmisericorde del tiempo. Atravesado por la temporalidad, porque es un poeta que acaba de cumplir en 2018 los cincuenta años con la poesía, no obstante su vigencia resulte incuestionable. Si tenemos en cuenta que su primer libro data de 1968, la permanencia de Mux, su vigencia, no hace sino confirmar que estamos frente a un universo poético al cual difícil resulta sustraerse por lo atractivo de su propuesta pero también por su “tono menor”, que no resulta jamás grandilocuente. No hay ampulosidad en la expresión, sino más bien una posición que triangula autor, poética y lector según un esquema de la comunicación que uno descubre fluido, como un tipo de consagración a la poesía apartando de ella todo aquello que la vuelve intrincada, mundana o anecdótica. Entreverado con las cosas de este mundo (pero no de un más allá), incrédulo por lo que continuará una vez que la vida y los signos vitales cesen, Mux encuentra entre humanos el tipo de vínculo que más le interesa. Conjeturo que no debe de ser una pregunta frecuente en su vida. Porque se trata por lo menos de una preocupación a la que se llega cuando el poeta está maduro como para formularse las grandes preguntas del hombre. No porque sean ambiciosas, sino porque son importantes en toda vida, no solo en toda poesía. Mux es un poeta que ha tocado momentos de nuestro país, del mundo, de lo físico y lo metafísico de modo incuestionable. Nadie podría poner esto en duda sin cometer un error grave.

¿Qué significa esto? Probablemente que encontremos entre sus palabras todo aquello que toca nuestro modo de percibir, de experimentar, de dialogar, de pensar siempre a través de emociones el mundo. Lo hace con reflexiones que remiten directamente a las grandes preguntas del hombre y sobre el mundo. Está siempre lo indescifrable, pero Mux parece detenerse cuando se trata de interrogar los misterios relativos la partitura más secreta de este mundo. En cambio Mux cambia el foco en el que fija su mirada. El más allá lo tiene sin cuidado. Como si no fuera de su incumbencia. Las sensaciones, las percepciones, los modos de contemplar el orden de lo real, la clase de vínculos que una persona experimenta, la conmoción frente a los hechos que conforman nuestra cotidianidad son los que verdaderamente le importan. Y es una pregunta fundamental en un poeta. ¿Qué clase de contenidos abarca Néstor Mux con la poesía y con su poesía en singular? En primer lugar diría que se trata de una poética que acompaña al lector. Los suyos son poemas que escoltan a un hombre que no necesariamente dialoga con la muerte. Hay un pulso vital en la poesía de Mux que lo hacen ser un autor preocupado por aquello que lo merece. Aquello que lo merece sin especular con glorias o con el orden de lo divino. Desde este comienzo entonces se muestra selectivo. Claro que a aquello trascedente podemos arribar por muchos caminos. O puede también que sus poemas nos estremezcan porque tocan una fibra íntima, de modo completamente sorpresivo. Con ello nos topamos de pronto, al poco de leer sus primeros versos.

Mux versifica, y lo hace de modo victorioso, sencillamente porque no se propone el halago sino que las suyas son producciones literarias complejas sin ser inescrutables. Porque si hay algo en Mux, en su hacer y su pensar, que le confieren toda una serie de atributos a partir de sus libros ha ido lentamente produciendo según una cartografía singular.

Es cierto que algunos poemas realizan una apuesta indudable a reflexionar acerca de este mundo sin alusión alguna a ese cosmos que la poesía viene a corroborar como un intercambio significativo entre el ser y el hacer. O entre el amar y el escribir. Escritura, amor y seguridad en la enunciación son términos que en Mux modularmente se manifiestan.

La poesía de Néstor Mux no solo impacta en el conjunto de la condición humana por el orden semántico y de profundidad conceptual. Sino que también sus palabras resuenan como una música que conmueve. Una música sin estridencias que se deja oír en su misma enunciación sincera. Se trata de palabras de un lirismo logrado, sus palabras han sido delicadamente seleccionadas de entre un abanico de opciones de entre las que él espiga las más sustantivas, las más relevantes a la hora de considerar al hombre y al universo en términos profanos. Habrá otras zonas sí sagradas en su corpus. No porque un más allá se las dicte sino porque su posición es la de alguien que hace y deshace según una ética. Y un más allá convengamos en que puede ser una emboscad.

Su corpus es económico. No ha sido ni es un poeta prolífico, como dije. Tampoco eso le quita el sueño. No se preocupa por las magnitudes en el orden de la producción poética sino respetuoso, sí, de la economía. Esto viene a ratificar una vez más el valor que él le otorga a las cantidades o a las medidas. La importancia de lo pequeño. Él comprende que la vida es mucho más que estar pensando en un nacimiento (o en varios a distintas edades) y luego en una partida. Lo que verdaderamente importa en este creador consiste en que entre ese nacimiento y esa muerte suceden cosas. Y suceden cosas importantes. No hay confusión en este poeta. Hay más bien un pensamiento lúcido, esclarecido, claro como el agua que se amolda a las distintas concavidades relativas a cada etapa en la vida de un creador. Y en lo que hace de ella. En efecto, el hombre llega a este mundo, el hombre de Mux, valorando la poesía como lo que es: una instancia superior para evitar la confusión. El hombre es un extraviado en el mundo. La poesía, la página en blanco, la máquina de escribir, son ese refugio en el que ejercer mediante un acto compensatorio, un tipo de expresión en la cual el arte llega para librarlo de las pequeñas miserias de las que es testigo a diario. Escribiendo no solo es libre. Sino que prepara al mundo para que se muestre más sensible a las palabras. Es el camino de la libertad de la poesía. Uno escribe clandestinamente, sin pedir permiso, fuera de la ley. Es un hombre que se mueve no espasmódicamente sino meditando cada palabra. Cada trazo está medido, sopesado, considerado en todo su alcance. Mux milimétricamente calibra el efecto que provocará con cada palabra. Y en este afán de crear se eleva de la cotidianidad hacia nociones esenciales. Logra con ello conquistar la simpatía del lector no porque pretenda a través de ella con obsecuencia ganarse su simpatía. El lector accede a la poesía de Néstor Mux de modo afable. En efecto, no hay rastros de narcisismo vano (lo que suele ser razón de antipatía pero veleidad tan profana entre los mortales) sino que de modo inclusivo el lector realiza su acercamiento concéntrico a ese núcleo, un núcleo duro, irrepetible e indestructible. Y para lograrlo asedia y se prepara como un anfitrión diligente para propiciar este encuentro con el lector a partir de una poética que da la bienvenida, no ahuyenta, no expulsa de ese universo poético.

Néstor Mux ha obtenido los siguientes premios y distinciones:  el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (1967), el Primer Premio Promocional de Literatura de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires (1968), el Sello de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, Seccional La Plata (1968), la Faja de Honor de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires (1968), el Premio Consagración “Roberto Themis Speroni” de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires (1986) y el Premio Consagración de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires (1996). Esto en lo relativo a la visibilización pública de su obra. También del alcance del reconocimiento de sus pares o bien de instituciones de la Cultura.

Y publicó los siguientes poemarios: La patria y el invierno (1965), Nosotros en la tierra (1968), Cartas íntimas para todos (1974), Como quiera que sea (1978), Perros atados (1982), Poemas (1985). Poesía reunida (2000), Papeles a consideración (2004), Disculpas del irascible (2009) y Nadie le pide que escriba (de 2019, título sobre el que volveré). Como vemos, estamos frente a un productor cultural con trayectoria pero no de corpus frondoso. Y un productor que, siendo un disidente, publicó dos libros durante la última dictadura cívico-militar argentina.

Los poemas abarcan una variedad considerable de temas en torno de los cuales despliega su virtuosismo. Su poesía desde las zonas más simples de la experiencia cobra un vuelo metafísico inusitado sobre todo en torno de toda una serie de cuestiones que atañen al hombre que es consciente de su muerte. Mux prevé el final. Pero al mismo tiempo, no se deja avasallar por la finitud. Y este escribir multiplica las razones para continuar o proseguir con una vida que no sea esclava ni de lo material ni de lo profano. Sino sobre aquello que acompaña nuestras vidas de una manera tan cercana, de pronto gana un vuelo que roza las cumbres de las emociones que más afectan al hombre y a la mujer.

Las palabras han sido elegidas con escrupulosidad. Él ha sido cuidadoso en la construcción de la frase, el verso, la estrofa, el poema todo. Se trata de una escritura que busca no provocar sino más bien ser certera, clara, diáfana, ir al punto sin rodeos que puedan complicar la relación con el lector o la relación entre los significados de su poesía y el referente imaginario al cual dirige sus tentativas para pensar en un mundo que, por perfectible, puede ser mejor si uno se lo propone. Escribir ¿puede cambiar el mundo? Yo soy un convencido de que ha habido libros que han cambiado el mundo y han engendrado apasionantes debates o incluso alentado movimientos sociales. Pero un poeta. ¿Qué puede cambiar? A mí leer los poemas de Néstor Mux me ha hecho ser un hombre distinto. Más completo. Es por eso que regreso a su poesía de modo obstinado. Mux se eleva por encima de las cosas de este mundo y nos permite vislumbrar zonas de la experiencia que nos eran ajenas sencillamente porque su modo de nombrar este mundo no se parece a nada. Una escritura cristalina, como el agua que fluye. Una escritura que no se oscurece con noches atormentadas o en bucear en profundidades distantes. Mux se acerca al lector y, a la inversa, el lector gracias a su arte, lo hace mediante una secreta alquimia a una poética que lo ampara de la intemperie de los miedos más secretos y más íntimos. Está la presencia (como veremos más adelante), de la mujer, que otorga razones para proseguir con objetivos claros y nítidos a una vida que podría volverse escéptica frente a ciertos espectáculos tan desesperanzados. La poesía de Néstor Mux, en su anhelo de estar “entre los hombres” (como afirmó citando a Camus), precisamente no pretende pasar por encima de ellos o acaso evitarlos. El hombre y las mujer de Mux se completan los unos con los otros. Sin descender la excelencia y la exigencia de su poética, el autor eleva al lector de sus circunstancias mundanales a las celestiales exentas de toda connotación religiosa sino aludiendo a su valor ético. De ese hombre terrenal que no se deja cortejar por las veleidades de la poesía. Mux no culpa a esos hombres y mujeres de ignorarlo o de ignorar la poesía. Sabe que el mundo es ancho, las inclinaciones y el sabor de las experiencias son muchos y la humanidad es su referente más interesante. Al lector distraído de problemas graves o serios de la condición humana, Mux lo conduce para que reflexione por sí mismo hasta alcanzar un pensamiento abstracto que él no formula abiertamente, sino que el solo hecho de despegar del pensamiento concreto, pasa de lo natural (un nacimiento, el accidente de un hijo, un embarazo, el hallazgo de la amistad en la que se sincera) a lo suprasensible sin ser un místico. Diría más bien que sí es un hombre que encuentra en la poesía razones para vivir. Y las encuentra en abundancia. Pero también encuentra en la vida temas apasionantes a los cuales dar cabida en su poesía. De modo que estamos frente a un movimiento interesante: regresivo, progresivo. A Mux ciertas zonas del mundo lo interpelan para escribir, a la vez que la escritura le confiere una pasión por nombrar aquello que lo seduce, lo inquieta, lo indigna, lo perturba, lo irrita, lo afecta…

Tampoco se deja conquistar, veleidoso, por el afán de agradar. Haciendo las veces de un bufón. Me refiero a que también es exigente sin incomodar. En su poesía ingresa una cierta clase de lector, no cualquiera. Es capaz de nombrar momentos fuertes de la conducta humana. Crispados. Más bien enfila las palabras con toda la intención de ser preciso. Y este ser preciso es también ser precioso.

Un poema que se torna revelador de alguna dimensión de la condición humana es un hallazgo. Estamos cansados de poetas que aspiran a dejarnos transidos de sentimientos exasperados con motivo de su ambición por escandalizar o, patéticamente, llamar la atención hacia ellos mismos. Pretenden oficiar en los actos oficiales de figuras que destacan degradando a sus semejantes. O bien aquellos otros que andan tras el gesto desdeñoso de pensarse a sí mismos como portadores de un pensamiento mesiánico, ávidos por acceder a un canon del cual se consideran (ellos mismos) merecedores. Aspiran a, en un festival, ocupar los primeros asientos, los horarios de lectura más anhelados. Tampoco Mux se deja conquistar por los universos tenebrosos, por los oscuros tembladerales. La poesía de Mux es diurna. Mux rompe con el lugar común de que para ser buen poeta hace falta nombrar los objetos, los seres y el mundo con gravedad e incertidumbre. Sembrar la inquietud. Sembrar el poema de un yo lírico atormentado. En otros casos, con los que también la poesía de Mux experimenta un implícito disenso, evita el efectismo, la necesidad de cautivar con grandes gestos teatrales. Evita también la exclusión de la alteridad, encarnada en el lector, que deviene monólogo puro o vano soliloquio. En su poesía no nos encontraremos jamás con la erudición ni tampoco con la concentración de significados y significantes tan abigarrados que evita la inclusión del receptor en ese universo en el que la emoción se roza con la información hasta alcanzar la renovación. Mux es gentil con el lector sin ser un ingenuo ni un adulón. Elude el ruido de ciertos poetas (una poesía a mi juicio inmadura), a ser llamativos, a ser estridentes, no a murmurar, sino a nombrar con la poesía atributos o acciones que resultan ser antagónicos de todo lo revulsivos y lo llamativo. Se alegará que no toda la poesía contemporánea o la de antes aún, resulta inextricable. Lo cierto es que los poetas más celebrados han hecho de la poesía una ceremonia devocionaria que al lector lo desconcierta. Al punto de que si un poeta le canta a la vitalidad, a los vínculos y a las alegrías no puede ser admitido como tal en un sentido oficial. Mux no ha sido un poeta oficial, por otra parte. Si bien ha obtenido premios, desde el campo del poder, ha recelado siempre de los halagos, manteniendo un perfil bajo acompañado de un pudor modesto por volverse protagonista de un primer plano, que de inmediato declina ese rol que gobierna el espíritu de tantos poetas que anhelan la fama.

La poética de Néstor Mux es curiosa. Por un lado, es pareja. No incurre en altibajos. No se permite perder la mesura a la hora de distinguir qué es un buen poema de otro que ha sido fácil de lograr pero que ha resultado poco calificado para integrar sus libros o sus publicaciones colectivas. Poemas poco dignos o apresurados. No colapsa ni se apaga en momento alguno su criteriosa sensatez. Uno lee sus poemas y siempre se encuentra con que su poética, como noción de conjunto, encarna a un cierto tipo de creación cuidadosa, respetuosa, meticulosa, ávida por jubilosamente empapar de alegría y vitalidad a las almas que han caído en la desesperanza, la desesperación o directamente en una derrota producto de obstáculos o desgracias. Cuerpo vivo del poeta entonces, su poesía, en virtud de su economía de recursos, nos conecta con las zonas más sensibles pero también más saludables de la experiencia humana. Mux promueve la reunión entre semejantes: entre amantes y amadas, entre padres e hijos, en la amistad de recíproco aprecio, entre dos novios que por primera vez descubren las dulzuras gratificantes de la adolescencia, entre padres e hijos, en la lealtad de los colegas. Mux reúne las piezas disgregadas de un cristal valioso.

¿Es necesario para ser un buen poeta acudir a las estrategias que hacen de una poética un mundo nocturno? ¿tiene que ser el poeta un cantor que habite las tinieblas de la confusión conceptual o bien partidario de lo prohibido? ¿Es necesario un mundo indescifrable que ensombrece la vida, que la torna en el impacto de una manifestación violenta? Mux es la prueba más cabal de que no busca halagar al lector (pero sí es amable con él). Tampoco busca su espíritu ser soez o expulsar al lector de sus poemas por groserías o mal gusto. Mux bascula entre una poesía de la vitalidad y una poesía de lo entrañable. Y cuando digo “entrañable” me refiero precisamente a eso. A las entrañas mismas de un sujeto que desde ese espacio de tanta intimidad como secretos, se dirige al centro de las cosas.

Estos síntomas que logro detectar en una buena medida en poetas contemporáneos, probablemente ávidos por llamar la atención, capturar al lector mediante una pirotecnia verbal que a mi juicio a esta altura resulta ya anticuada, no sirve, no les sirven a los lectores, pese a que los obnubila. No le sirve al autor, que no consigue mantener una relación auténtica con el lector. Mux es un poeta seguro porque han decantado en él desde un comienzo las pasiones para en cambio nombrar el mundo con palabras sobrias. No hay exceso en Mux. No actúa un guion exagerado. No abunda sino recorta. Sus búsquedas obstinadas sin embargo sí ponen el acento en las dimensiones de, por un lado, trabajar la argamasa poética con exigencia, de modo vigoroso. Y se concentra también en la vida conflictiva y aflictiva del semejante, de la riqueza de quienes gobiernan el mundo, ganando ilegítimamente caudalosas, jugosas cifras, cosechándolas mediante actos inescrupulosos. La vida de sus criaturas se aplica a un estilo sin privaciones pero tampoco lujos. Su estrategia es eficaz y concreta. Lo hace no acudiendo a través de buenas nuevas sino que su dicha señala contrastes. Donde reina lo unívoco Mux interviene sembrando de matices, de diversos registros y de variaciones que un poeta a esta altura con la sabiduría de las palabras introduce perspectivas novedosas en la creación poética. Sucede en su poesía que determinados componentes esenciales, o bien las ocasiones de un caudal emocional la vuelven irreemplazable. Sin embargo la poesía de Mux no es candorosa. Y también es una poesía que no tolera todo aquello que separa al hombre de las cosas de las que está más necesitado. O más imbuido y por eso mismo más ciego ¿Cómo la poesía no iba a nombrar todos estos componentes de una biografía atravesada también por la temporalidad?

Por lo general los vínculos son subrayados en Mux. El amor a la mujer, que incluso llega, en el colmo de la emoción, a revocar una decisión que parecía perpetua, como la del silencio del poeta (volveré sobre este punto).

Si el silencio era sinónimo de no publicar. ¿Sería también Mux capaz de renunciar a escribir? Este punto debería ser revisado. Probablemente Mux siguió segregando materia poética. Siguió acariciando la esperanza de que, si los tiempos cambiaban, él regresaría al libro, regresaría a sus lectores, regresaría al amor a las palabras según una combinación y una alquimia que no sería la misma. Hasta en este punto desentona la población de los poetas que habitan este mundo. Buena parte de ellos están pendientes del próximo libro que vayan a publicar o pendientes de publicar compulsivamente. De las entrevistas que recibirán. De los festivales a los que asistirán. Mux no escribiría del mismo modo luego de contemplar o desentenderse de la poesía. Durante esta etapa nos enteramos por un paratexto que lee poco o abiertamente nada. Escribe, en principio, en caso de que lo haya hecho, sin el menor ánimo de publicar ni de modo presuntuoso hacer de la poesía algo de lo que (al menos en apariencia) luego pueda arrepentirse. Esta larga etapa en la que no se pronunció públicamente más que para anunciar o confirmar su distancia respecto del oficio de poeta, constituyó un paréntesis principal. A mi modo de ver Mux siguió acariciando un libro virtual, que estaba pendiendo del aire para que él lo tomara el día que estuviera maduro. O que la música de la poesía lograra vencer al puro ruido que era a sus ojos este mundo.

Mux calla a partir de 1984. Regresará apenas entrado el año 2000, en 2004. Es una etapa prolongada en la vida de cualquiera. Pero mucho más en la de alguien que se ha consagrado a la poesía con intimidad y de modo seguro, además de talentoso. Mux en el poema pisa sobre seguro. Y lo hace porque su oficio y su obstinación lo han conseguido.

¿Qué clase de silencio habitó a Mux en esta expatriación de la orfebrería del lenguaje? Sabemos que no es un hombre de palabras vanas. Él no regresaría para repetir lo que ya había dicho. Ni él ni otros. Tampoco para ser radicalmente alguien que pierde, por ausencia, la coherencia entre quien fue y quien es en ese nuevo presente que quiso fuera un retorno. Esa pausa fue también una pausa política, además de poética. Porque así como entre poema y poema nos encontramos con espacios en blanco en un libro. O entre palabra y palabra existen, por continuidad, pequeños hiatos, una distancia que puede tanto combinar los sonidos y los contenidos con congruencia. Cuando en 2004 con Papeles a consideración, nos dimos cuenta de que estábamos ante el poeta con la misma elegancia que veinte inviernos atrás mantenía, invariables, similares valores éticos y estéticos. Comprendimos que era un hombre que no había cambiado. Sino uno para quien escribir había dejado de ser una necesidad (en su momento) y ahora sí lo era. Mux necesitaba esta vez ser leído por lo pronto por los platenses. Y aquí es cuando llega Néstor Mux para nombrar con palabras cotidianas escenas importantes pero no extravagantes. Él sigue nombrando con acierto y un lenguaje depurado, la misma constelación de preocupaciones, los mismos amores familiares y de pareja, es ahora un escritor renovado pero a la vez manteniendo una vertiente estética que no lo deja. Mux no nos engaña. Mantiene sin énfasis un tipo de poética que no retrocede frente al atropello de la vulgaridad, la improvisación, el gesto espectacular. Esa pausa permitió el regreso y seguramente también el modo en que retomaría su vocación. Y sucede que lo que en 2004 Mux volvía a regalarnos con su arte poética no era una etapa en actividad nuevamente que hubiera cambiado ni su espíritu ni su letra. Era un aporte que venía como dictado de aquellos tiempos remotos en los cuales producía sus textos literarios sin apremios. Mux, como podemos apreciar, se toma su tiempo para todo. Mux había permanecido intacto durante ese período de silencio. Esto nos habla de un hombre noble. Su escritura no vaciló. No trastabilló. Fue puesta a prueba porque fue leído por personas exigentes que no pudieron dejar de felicitarlo y alegrarse (esta vez por ellos) porque una voz importante (y disidente) volvía para dar más de lo que muchos sabían. Lo curioso es que no fue un ingreso lleno de ruido, sino más bien en voz baja. El de alguien que, ausente tantos años, generaba la incógnita en el auditorio de esa noche que me tocó junto a otro panelista presentar el libro, la pregunta de qué clase de poesía podía escribirse luego de 20 inesperados años. Lo que sí puedo decir es que el auditorio que colmó esa noche el Palacio “López Merino”, donde se presentó el libro, se mantuvo en vilo hasta que pudo por fin adquirir el libro y dejar de escuchar intervenciones que querían convencer de algo tan obvio como que estábamos frente a uno de los pocos grandes poetas de la ciudad de La Plata.

La poesía de Mux no acude a procedimientos o recursos abigarrados. Más bien estamos frente a una poesía transparente, esbelta, apolínea. Las palabras nombran a las cosas sin ambición, sin esfuerzo. Discurren mansamente. Los versos se deslizan como el agua en el agua. La humildad de Mux hace que su poética tome siempre distancia del show para ir al encuentro de una política del poema que lo convierte en esa clase de hombre fiel que nos devuelve certezas en un diálogo franco e incesante. Sin levantar la voz. Sin gesticulaciones exageradas y, por lo tanto, poco consecuentes con el origen. Mux no es previsible. No estoy afirmando que toda su poesía esté gobernada por las sorpresas. En todo caso hay siempre un margen por dentro del cual Mux puede sin gestos repentinos, dejarnos perplejos. Y digo esto para regresar a su poética. Por supuesto que en la poesía de Mux hay variaciones. Uno detecta en su poética la postura de quien mantiene firmes sus convicciones estético/ideológicas. Sabemos que con leves variaciones, le cantará a las mismas cosas. Estamos frente a una poética que sí confirma su ánimo sin llamar la atención. Estamos apostados frente un poeta estable, que no pierde el juicio abstrayéndose de una realidad de la que él mismo forma parte y de la que él mismo es agente dinámico de cambio. Será un escritor que actuará en el poema, con sentido de honestidad.
Del mismo modo que no será declamatorio.

Suelen asociarse y acusarse los buenos sentimientos y las buenas intenciones de premisas poco interesantes para edificar una poética que sea de veras radical. Yo pondría seriamente en duda tal afirmación. Creo que sí es posible escribir poemas contundentes, con contenido, cuestionadores en términos culturales a partir de un temperamento noble. Y de formas que no sean las emblemáticas de la vanguardia. Muy por el contrario, sí diría en el presente caso que su ética se traduce en una poética.

El amor a la mujer, un punto vigoroso y superior (también culminante) en la poética de Mux, se termina convirtiendo en la fuente de lo que resulta su fundamento primero. Y el amor a los hijos es otro flanco atractivo para Mux en su poesía a la hora de las definiciones. Un desprendimiento natural de ese amor de a dos que un hombre y una mujer que comparten la vida pueden experimentar como un fuerte deseo. El amor hacia los hijos y el de los hijos hacia el padre, es un ida y vuelta, un retorno siempre, una vaivén según el cual quien venera es capaz también de sentir miedo y hasta pavor por la suerte de ellos. Un padre puede temer por sus hijos, por su suerte, por su futuro, por su bienestar frente a la enfermedad o los accidentes.

Su poesía no es grandilocuente, como tampoco especula. A decir verdad, Mux se disimula en sus poemas, se borra en el sentido de que un yo lírico como el suyo no anda ni tras encantamientos, ni tras subterfugios, ni tras repudios ni tras misiones ampulosas. Le canta, honra esta vida menuda del día a día. En la que encuentra hallazgos que lo sorprenden pero no lo enceguecen en una poesía que con facilidad podría caer en lo anecdótico. Pero si hay anécdota en Mux es siempre el punto de partida para ir a un planteo de fondo. El punto que yo sí quisiera poner de manifiesto es que Mux no pretende destacar ni jactarse de ser poeta. A la soberbia de ciertos poetas, de los que uno durante toda su vida ha sido testigo del modo como ponen distancia entre ese talento que dicen o creen tener, su poesía, alimentada con alta dosis de amor propio y una tristeza en la que cae su arte que de modo irremediable no tiene fundamento. En el caso de estos poetas tan inquietos por trascender, no importa la poesía sino lo que con ella se conquiste. No imagino a Mux con un orgullo desmedido sino directamente alguien sí seguro porque ha reflexionado mucho a lo largo de su vida. Alguien que, luego de trabajar con lo mejor que se tiene, dará vuelta a la página y habrá comenzado a pensar en sus próximos poemas. Comenzará a pensar en el porvenir. No instalado, anclado, en un regodeo de su propia letra tampoco. Leyéndose como Narciso enamorado de sus propias facciones. Mux no conoce poses. Va al centro de las cosas. Pero jamás busca trofeos, premios, los torneos en los que se aspira a brillar en un podio de vencedores (la aspiración) y los vencidos (ser un fracasado). Mux ha recibido con mucho pudor los reconocimientos que se le han hecho. No los ha rechazado. Diera la impresión de que desea volverse visible o siendo protagonista de un acontecimiento que lo honra, aun así no se siente merecedor de semejante ponderable conquista. Porque él no aspira a seducir, a llamar la atención con su poética afanosamente para ser agasajado en un oficio que él ejerce me atrevería a decir que con pudor. En sus poemas, siempre escribe el relato de la escena de escritura prácticamente en la clandestinidad, temprano por la mañana o velando cuando todos duermen.

Simplemente Mux da cuenta en sus poemas de momentos, instantes, instancias en las cuales ser un escritor es por sobre todo ser un asombrado testigo de su época. Y desde allí poder retroceder para recomponer el campo de la poesía desde sus clásicos o bien presentir en qué consistirá en la medida en que siempre está consistiendo el futuro que ya es presente. Desde sus manifestaciones más pequeñas hasta (con moderación) las más decisivas.

Recorriendo, releyendo, porque Mux es un poeta para releer, para tener siempre a la mano, su poesía, nos encontraremos con un paisaje que le canta a ese “más acá” en el cual puede asistir hacia los seres humanos con conmiseración, con comprensión, con grandeza, con ternura, con piedad, con fe en que en la vida habrá siempre emprendimientos por afrontar. Sin necesidad de pensar en imposibles. Mux no pone distancia entre los hombres. Entre él y sus lectores (lo que vuelve particularmente irritante al lector, cuando se lo subestima o se aspira a impresionarlo con palabras dulces o vanas). Para él escribir no forma parte de un culto o una religión. Él no es un devoto que deba estar frente a un altar en un permanente rito. Sus palabras son las mismas que todos usamos todos los días. Salvo que combinadas en dosis de un singular virtuosismo. La palabra de Mux se vuelve además esperanzada. Si experimentó el fraude. Ahora es alguien que mira fijamente a los ojos a sus semejantes. Él sigue creyendo en los grandes relatos de la Historia, a los que apostó siempre. Esos relatos que también han visto que las banderas que antes triunfaban por las causas más justas, ahora han caído en una abulia y una indiferencia, en una grisura que impide toda empresa comunitaria, colectiva. Ese horizonte hacia el cual caminamos con la espera pero también con la acción y la intervención. En este punto (y solo en este) aprecio a Mux más como un nostálgico que como un optimista. Echa de menos ciertas causas que consideró y considera justas, lejos del aparato de las burocracias, para en cambio pensarse como un hombre que, contravencional, conspira en la intimidad de su poesía. El poema subvierte. Sabemos que está llamado a desnaturalizar todo aquello que el sentido común cristalizó. En el sentido común y en los lugares comunes.

Si digo que la poética de Mux es hospitalaria, esto no es sinónimo de que Mux busque agradar o halagar con hipocresía. Sino que su poética rechaza a todo un conjunto de prácticas, de atributos, de fatuidades, de diatribas, de egolatrías, egocentrismos, para llegar a un conjunto expresivo que lo mantiene despreocupado de narcisismos o exageraciones. Estamos frente a un poeta que ha decantado sus lecturas, su experiencia de escritura, su vida de todos los días. Asumiendo un riesgo: la escritura misma. Un riesgo porque quien escribe se expone a ser rechazado, excomulgado de capillas literarias (de las que él siempre renegó) y, en los peores casos, despreciado. Hay personas para quienes la poesía designa algo insulso, carente de vitalidad, que vagamente conocen, en el cual no están interesados. Porque tampoco las instituciones suelen ser aliadas de la posibilidad de democratizar la belleza y el saber. En una batalla en la que gana no quien mayor riqueza tiene sino el que es más extrovertido, el que goza de mayores ingresos o el más seductor.

Mux elude la solemnidad, hunde sus manos en una argamasa de materia sublime a partir de la cual la relación que se establezca entre el lector y su poema no será jamás la de la distancia producto o bien de su hermetismo o bien de su deseo de conquistar la posteridad con una pirotecnia más parecida a un show que a una sesión realizada con seriedad y modales. Esta ausencia de presuntuosidad es una de sus artes más señaladas y de los atributos más apreciados sin embargo en Mux. Agregaría a ese adjetivo el de modestia. Estamos cansados de poetas que andan tras el impacto de un shock. Uno se desliza por la poesía de Mux. Lo hace con amabilidad, con gentileza, con deleite, grácilmente. Pero eso no es obra del lector sino lección del poeta. Y al mismo tiempo Mux no es grave pero sí es un buen anfitrión como poeta. Y Mux no anda tras los elogios. Este es un punto interesante. Él escribe. Escribe con claridad. Escribe con palabras que no disfrazan al mundo. Escribe descorriendo el velo para dejar en claro dónde está la infamia, dónde la hipocresía y dónde la apreciada dignidad. Mux también arremete contra los prepotentes pero no los vitupera sino que los pone en evidencia. La maldad, la envidia, el agravio, la infamia, el cruel difamador, los celos, frente a este panorama no pueden sino llamarse a silencio por sentir repulsión. Las tinieblas retroceden frente a esta poética que de la luz llega a la transparencia. Porque sus efectos son luminosos. Mux da a luz una nueva obra, y esa misma obra brillará. Establecerá destellos en diálogo con las fuentes que irradian un aura.

Sé que hablar de que un poeta conquista la belleza pone en guardia a muchos. Estoy persuadido de que la belleza se encuentra en muchas clases de poética bajo diversas fisonomías. También que no todos andan tras la belleza conmovedora sino tras otra clase de hallazgos más ligados a sesudos análisis, Repartida entre muchos poetas y poemas. Pero la belleza que Néstor Mux defiende, de modo irreductible es la que nos deja absortos con un mínimo de recursos y un máximo de conmoción.

Sus palabras son cómplices cuando vamos recorriendo el croquis que él ha trazado en una hoja de ruta sin pretensiones ni gestos ampulosos. La poesía de Mux es, por lo tanto, apolínea, como dije. Busca la armonía entre significantes y significados, coherencia entre poema y poema para dar lugar a un libro homogéneo, entre las ideas que sostienen ese edificio que de modo artesanal ha cincelado o acariciado el madero con el que tallará su pequeño objeto artesanal. Mux no está interesado en propagar de modo exagerado los significantes. Demuestra con su poesía que la constelación de las cosas más simples (no simplistas) bien puede construir poemas de un enorme portento. La sencillez no es sinónimo de construcciones poéticas endebles o faltas de convicción. La palabra de Mux está blindada contra un aire de época lleno de frivolidad, por un lado. Por el otro, por un arte que es pose. Artificio. Disimulo. Falsas apariencias en un teatro de sombras.

La simplicidad es un principio de elegancia. Y la poética de Mux es elegante, magnífica. No exagera adornando el poema. Hace del poema una instancia que en su modestia ningún elemento del conjunto destaca por exceso o por exageración que linda con la caricatura. Más bien pone los acentos y la puntuación, la forma estrófica en el lugar más oportuno. Y para esto no hay aprendizaje que alcance. Se trata de intervenir en el poema o el poema desde el acierto. Es por eso que sus poemas son tan logrados. La armonía de los poemas de Mux, su ausencia de toda hipérbole, desafía a la gloria de los más encumbrados. No pretende tampoco impresionar ni pecar de falsa modestia. Él es de un modo. A quien agrade su propuesta, invitado con cordialidad lo será a sus libros. Él lo recibirá con encanto y afabilidad. Como quienes han sido convidados a una fiesta de la palabra. Sin alborotos, Mux encuentra para otros, el sendero que él trazó para donarlo a sus lectores más fieles. Y a los mortales menos ambiciosos. Es más, pone en ridículo a los ambiciosos y los pone así en su lugar.

Cuando me refiero a que escribe con materiales nobles, también lo hago en el sentido de que se trata de una poesía que responde a la ética que postulé al comienzo. Una nobleza que también está connotada en su valor de una estirpe de poetas que se han retraído del horizonte de expectativas de una poética más allá del bien y del mal. La poética de Mux sí habla del mal como también habla del ridículo, de la bondad, de la estupidez y de la incapacidad de amar o de ver dónde lo valioso de dónde lo irrelevante. Y aquí nos sumimos en el alcance que supone la relación entre las palabras y los valores. O las palabras y los principios. No hay moralina. No hay moraleja. No hay pedagogía. Mux simplemente hace actuar a sus criaturas, los habitantes de su verso, y busca el filo más aguzado para que la incisión que vaya a practicar para separar mediante la ironía al inescrupuloso del hombre de bien sea la más eficaz. Mux invita a la gran aventura de leer críticamente. Esto es: no crédulamente. Sino que acudiendo a toda una amplia gama de recursos, su poética también, por ejemplo, va desde representar el despertar del amor adolescente hasta los tiempos violentos de los inescrupulosos. Pero lo hace con modales. Con una educación que se pone de manifiesto no solo en su diario vivir, sino con la misma con la que se llegó a mi casa a dejarme su libro, por unos instantes, en el día de ayer, 12 de octubre de 2022, para luego disolverse en un confín fugaz.

Dice Néstor Mux en las palabras iniciales de su libro Nadie le pide que escriba. 50 años de poesía (1968-2018):

“Cualquiera sabe que el tiempo que nos tocó es puro ruido. Que es como decir puro silencio de materia vacía, puros escombros, pura intemperie. Y entre muchas otras carencias (y ausencias) nadie lee. Por eso escribimos: para que comience a leerse

En esta definición de Mux de una temporalidad con la que se siente involucrado, también se siente interpelado. Hay un llamado a escribir para que exista un llamado a leer. Él cree en la escritura como un llamado. Y cree en la escritura como una forma no sé si de cambiar, pero sí de desordenar el mundo, el orbe de los signos. Cita a la que por supuesto no todos están interesados en ser convocados exitosamente. También tomo este extracto de la cita arriba reproducida: “Cualquiera sabe que el tiempo que nos tocó es puro ruido”. Esta es una definición diría yo que fundacional para comprender el por qué de su silencio. El mundo, la Historia que nos envuelve son ruidosos. Esto impide la comunicación fluida entre semejantes. Impide leer en paz. Impide también escribir en esos mismos términos. Reafirmado y confirmado en un libro de 2018, luego de que él hubiera regresado a la poesía después de ese largo silencio que comenzó en 1984 y que se prolongó hasta 2004, en que vio la luz su libro Papeles a consideración (La Plata, Libros de la talita dorada), resulta evidente que Mux sentía que escribir con ese mar de fondo de la época era un ejercicio inútil. Una misión imposible. Un momento que él no estaba en condiciones de sobrellevar como poeta. Hubo evidentemente en Mux una imposibilidad de convivir con ese ruido, aún en el recoleto refugio de su poesía, esa poesía que como dije ampara, protege, llena de contenido al lenguaje, lo vuelve sólido, contundente, no podía combatir contra ese ruido. Y el poema es el espacio de la libertad subjetiva, es el lugar del juego gratuito, por un lado. Por el otro, es el espacio de lo irreductible. El poema es susurro, no es ruido. Es sonido. No grito. ¿Cómo hacer coincidir las palabras más bellas con el ensordecedor estallido de la época? No hace falta más que caminar por la calle o encender la televisión para comenzar a percibir lo invasivo del ruido.

Frente al ruido se pueden adoptar distintas actitudes. O se fuerza la voz para neutralizar su poder. Quiero decir se grita (esto es: se refuerza el ruido, se combate un ruido con otro similar o parecido). O dejamos que quede puesto en evidencia con nuestro silencio. Mux eligió este último camino. El mundo no estaba discurriendo bajo los términos que él solicitaba a una época como condición sine qua non para consagrarse a ejercer su oficio. Evidentemente sentía el ruido como el enemigo del poema. Su atentado más grave. Una época también se define por el modo que trata a sus artistas, qué espacio les brinda, si los desprecia, los ignora o bien los considera personas que ejercen un oficio respetable, con limpieza y con honestidad. Por lo tanto, son artistas que merecen se los trate con dignidad. Porque han trabajado mucho, han estudiado mucho y han publicado sus producciones cuando les fue posible, así lo desearon o surgió la oportunidad.

También en la poética de Néstor Mux sucede que en el vínculo con la mujer, en las ceremonias del amor físico, ese ritual se busca, entusiasma, a la vez decepciona cuando concluye. Decepciona o defrauda al yo lírico la separación de dos cuerpos que siendo uno regresan luego a su condición de personas independientes. Se regresa a la soledad. Mux acude a distintos modos de nombrar estos encuentros, estas ceremonias del deseo, con un lenguaje poético que juega con los implícitos, las metáforas, las analogías. En lugar de servirse de un tipo de retórica que remite al orden de la acción, apreciamos en estos poemas que el énfasis está puesto en la dicción poética (si bien en el encuentro entre amantes las palabras pueden avivar la pasión más aún en ciertos casos). Ilustraré con un poema el modo en que Mux nombra pero también anhela algo que no puede ser:

“Poema 11

Y al llegar la noche
nos encontramos con el otro cuerpo,
extendido, húmedo y abierto hacia nosotros
como un pequeño valle de hierba feliz.

Con el rostro asomado a la sed
que nos encuentra con esa frágil eternidad,
tenemos palabras y gestos que quieren perdurar
más allá del tiempo que nos reúne.

Pero el deseo y la sangre
son breves como los instantes más hondos del hombre,
y a pesar del hermoso cansancio
y de lascivos perfumes que se harán familiares,
la soledad vuelve,
regresa inexorablemente con el día,
cuando ya nos creíamos salvados”.

La fusión es salvadora pero tan solo durante el encuentro entre los amantes. Decir: “cuando ya nos creíamos salvados” es una forma de afirmar que la fusión supone pasar por encima de peligros de ser uno solo. O lograr conjurar un mundo del cual nuestro cuerpo sería algo así como una cárcel.

Y no resulta descabellado pensar también que escribir es como respirar y que cesar de escribir consiste en una asfixia. Imagino la vida de Mux, cuando había dejado de escribir, como un momento desértico, no digo que inútil, pero sin duda sin ser capaz o sin poder plasmar aquello que pensaba y sentía. Sin poder hacer aquello para lo que estaba llamado. Claro que su primera necesidad en ese momento fue el olvido, el silencio, la quietud seguramente agitada por la inquietud del desasosiego. La imagino como la vida de un melancólico. La de quien vive este “aire de época”, su sonido ensordecedor, lo demoledor de su estilo, las ruinas de lo que antaño había sido una arquitectura respetuosa, los temporales que devastaban el mundo. En tanto él se recluía en esa casa familiar de la que tanto ha hablado. Este mundo, este mundo en decadencia, le impedía cultivar con palabras sutiles la esencia del hombre. El poema no llegaba a escucharse.

Las palabras preliminares al libro ya citado, de 2019 son las siguientes:

“Y escribimos para ordenar, para honrar, para celebrar la vida. Y -en alguna medida- para ahuyentar la muerte que torna nauseabundo el aliento de la época”.

Aquí hay todo un programa distribuido en tres palabras: “ordenar”, “honrar”, “celebrar” la vida. Y para “ahuyentar la muerte” que es “nauseabunda”. Está claro que la muerte es inexorable y por supuesto está la muerte no por vejez o complicaciones de salud sino la destructiva. Aquella que a un hombre le llega tempranamente por obra de la guerra, la inseguridad, los accidentes, el delito u otras razones igualmente posibles. Está la muerte en vida. Ese oxímoron según el cual nuestras nuestros signos vitales siguen en actividad, pero sin embargo lo que se pierde es la orientación de la marcha. Las prioridades se desacomodan. Esa que gobernaba Mux con golpes de timón certeros, pero que ahora, se ha tornado imposible de manejar. El aire de época si bien avasalla, también hace que el poeta se reconcentre en su interior, para pensar, para sentir lo gratificante de puertas adentro, para cavilar, para reflexionar también sobre lo que se ha hecho hasta ese momento. Desandar la vida en ese silencio también será una tarea que no resulta menor en un escritor. Caminará su vida un poeta al callar durante veinte años como si lo hiciera en un páramo. Su vida se ha empobrecido. Por más fundamentos que encuentre a ese silencio. O por más resistencias a leer y escribir que se le presenten como obstáculos, Mux persistió con dignidad en su determinación.

No me estoy refiriendo a pensar obsesivamente en el poema, su ser y su quehacer que han quedado atrás. Pero resulta evidente que un escritor por vocación no puede prescindir por completo de abandonar siquiera el anhelo de un mundo más justo. Y, sobre todo, de un mundo más completo. Y mejor aún: de un mundo más íntegro.

Las frases afirmativas de Mux son contundentes. La vida se “ordena”, se “honra” y se “celebra” con la poesía. O gracias a ella. El universo es caos, desproporción, preocupación, incertidumbre, miedos, entre un largo etcétera de atributos connotados negativamente. Todo lo cual la poesía llega para “ordenar”. También este mundo desangelado carece de brillo ético, de modo que “honrarlo” es una forma de hacerle justicia. De separar lo legítimo de lo ilegítimo. De separar al buen hombre del bribón. Y también un mundo en el que hablamos de muertes, guerras, genocidios, masacres, virus, es cierto que le poesía viene a reacomodar las prioridades y para recordarnos que sigue valiendo la pena escribir para que todo lo digno de ser honrado y puesto en orden, lo sea. Por contraste, todo lo ignominioso queda aplastado por la poesía que viene a poner las cosas en su sitio. Es por eso que la poesía es una prioridad en una sociedad (o debería serlo) y es por eso que una sociedad que no lee poesía es una sociedad atomizada. Una sociedad incompleta. Una sociedad para la cual la opacidad del lenguaje instrumental aliena al hombre, no puede tomar consciencia al estar en crisis de sus propios defectos. La poesía llega para traer una cierta clase de fe en el hombre. Y también para permitirnos con ese lenguaje poético sembrar de pensamiento crítico el mundo. Nuestro modo de juzgar y de evaluar cómo y de qué modo vivimos y cómo queremos como una meta vivir mejor. En el humanismo, en el sentido de la ética como ordenadora de una sociedad que no se rige por reglas limpias. La poesía viene a eludir los eufemismos, a mostrar que también el arte es un trabajo arduo pero necesario para volver más habitable el mundo.

Dije que Néstor Mux había regresado a la poesía (o en esa clave leo su poema), gracias al modo convincente y persuasivo en que una mujer lo confirma como poeta, como hombre reconocible en sus papeles por una respiración que es irrepetible, inconfundible, única, indescriptible. Una poesía que solo es capaz de producir un creador con experiencia, que ha problematizado la relación entre uso del lenguaje, de la lengua española, sometiéndola a una crítica en lo que tienen de más crédulo los discursos sociales. La presencia de la mujer es importantísima en la poesía de Mux. La mujer es la que permite que “el don sea recobrado”. Esa mujer, aludida en el poema tan solo como “ella”, con un pronombre de tercera persona, es sin embargo la que define con tres gestos certeros de los cuales él es más testigo que protagonista. En efecto, en el libro Papeles a consideración (2004) en el poema homónimo al de su título, escribe el poeta:

“Papeles a consideración

Ella hojea lentamente mis papeles
Con un afecto que hace creer
que alguna línea pudiese ser feliz.

El abismo verde de sus ojos próximos
Se entrecierra como si necesitara
descubrir insignificancias de la verdad
en esas fotografías que la incluyen.

El poema es la respiración
De quien escribe”, dice

Yo no digo nada. Pero respiro tranquilo”.

A partir de esta escena de lectura, escena también de una situación en la que conviven dos semejantes, dos adultos que presumiblemente son amantes o están en pareja, en unas pocas pinceladas deja sentado que esa “respiración” que ella ha percibido es también un ritmo. Una mujer que pone en movimiento un engranaje que, si bien los poemas ya están escritos, da su visto bueno a esos poemas que “hojea lentamente”. “Sus papeles”. Papeles que él tenía pensado mantener en el silencio del orbe de lo inédito. Y ahora este impulso de la mujer le transmite la fe necesaria, el apoyo irreemplazable para que pueda salir de la trampa del silencio. Porque si bien el silencio resulta primordial para escribir y para leer (al igual que para conversar), también sobre él se recortan las palabras. Gracias a ese silencio las palabras se pueden recortar como significantes que al mismo tiempo son inseparables de un significado y de un sentido. Y el poema se cierra con una pista cómplice. Porque si ese poema es “la respiración de quien escribe”. Y la voz del yo lírico encarnado en un varón, cierra el poema sin palabras ampulosas sino con palabras sinceras: “Yo no digo nada. Pero respiro tranquilo”. En el silencio que tanto tiempo habitó o lo habitó a él, producto del ruido de época, ahora el poeta piensa en algo distinto. Algo que dará nuevamente un vuelco a su vida como lo ha dado el consagrarse a la poesía desde joven. Porque en un yo lírico sincero, afirma: “Yo no digo nada. Pero respiro tranquilo” (p.79). El yo lírico, sospechosamente parecido a Mux, un yo que da cuenta de la situación que lo ha atravesado: la lectura de la alteridad, encarnada en una mujer, una mujer amada, de sus manuscritos. El impulso lo confiere una mujer. De él dependerá que a ese estímulo lo tome, lo haga crecer hasta convertirlo en un retorno, en un regreso que evidentemente él ya había comenzado a echar en falta. De modo que la razón de volver a la senda de la poesía, del libro publicado, no solo del poema manuscrito, ese envión que concede la mujer es obra del elogio de la alteridad devenida amor y deseo. Y es la que alcanza a percibir su resuello. A percibir los movimientos en su gramática producto del modo como entra y sale de él el oxígeno. Precisamente porque la poesía lo alimenta, lo nutre, lo estimula. Y ella a su vez le da un respiro a él, que se mostraba tenso mientras ella hojeaba sus poemas, hasta devolverle la serenidad de que sí, está muy bien lo escrito. Es ella la que lo alienta a escribir y, ahora sí, por fin a publicar. Pero será una poesía que él humildemente deja a consideración del lector (y a consideración de esa mujer), que es el que le dará su bendición definitiva.

Digo ahora que hay otro punto en una poética de la modestia. Y consiste en tomar partido o bien ignorar la bizantina disputa entre los poetas y críticos que se empeñan en borrar a la poesía que no sea de Buenos Aires del mapa de Argentina. Aquí hay una posición de Mux que a mí me interesa. Dice en el presente poema publicado en 1985:

Al despertar, día tras día

Al despertar, día tras día, abrimos la ventana
para comprobar que los dueños de la tierra
todavía no la han destruido del todo.

Acariciamos los animales
que protegen el descanso de los nuestros
mientras el agua hospitalaria
de la pava y el mate recibe condescendiente
a estos modestos poetas de provincia.

La razón apenas entreabierta, entonces,
el cuchillo de ardor en el estómago
y la cáscara fastidiosa de los sueños
no dejan de recordarnos que sin porvenir
la palabra -como la vida- es difícil.

Sin embargo con la cautela de los náufragos
nos acercamos a las máquinas de escribir
y en el espacio sin límites
de la hoja en blanco, creemos escuchar
un silencio poblado de temblores,
una música que insiste
hundida en un territorio de promesas.

Y ajusto más aún la cita. Y recorto de entre este bellísimo poema los siguientes versos:

“mientras el agua hospitalaria
de la pava y el mate recibe condescendiente
a estos modestos poetas de provincia”.

La expresión “modestos poetas de provincias” es, guste o no a aquellos que pretenden neutralizar una disputa silenciosa sobre la que ya el escritor argentino Héctor Tizón dijo su parte, existe una modestia en Mux, para quien no aspira a los cetros, los podios, el brillo, los mausoleos, los tronos, los reinos y las coronas, para quien no se deja embriagar por las promesas de la gran ciudad, la metrópoli de nuestro país. Hay una calma, un temperamento uniforme en este poeta. Y hay una seguridad, aún mayor todavía. Un saber quién es y saber lo que es y saber qué cosas sí y cuáles no son para él. Él sabe que ninguna distancia cercana o lejana cambiará sus poemas. Él sabe que la pirotecnia que despliega el centro versus la periferia lo tiene sin cuidado. Él seguirá escribiendo, invariable, aquello que viene escribiendo dictado por su honestidad, hasta ese momento, ignorando a una ciudad que tal vez sí sea sinónimo del ruido. Y por ese motivo se despreocupa. No experimenta el rencor o el resentimiento sino que prosigue su marcha. Y también lo tiene sin cuidado ser la rutilante estrella de un firmamento narcisista. Él tiene a la poesía, el verdadero regalo de su vida. Esa poesía es su capital simbólico que administra con mayor riqueza. Porque es una riqueza que no tiene precio. ¿O alguien se atrevería a ponerle precio a un poeta? Tiene la vocación de seguir escribiendo su poesía a su modo. Siente realización en esa modestia. Pero daría un paso más allá en esta lectura: si quien escribe es un “modesto poeta de provincias”, y si la modestia es una virtud a ojos de Mux, como para cualquier persona que sea sensata y educada, en esa modestia él encuentra también una congruencia entre su ser, su hacer, su estar y su permanecer. La Plata es una ciudad que forma parte de una provincia que naturalmente diverge de la capitalina. Es provinciana. Pero a la vez un hombre digno, y un hombre virtuoso, se encuentra a sus anchas en esta provincia. Se reconoce en ella. No porque no tenga deseos de escribir o de escribir bien. Sino porque sabe que ir a Buenos Aires es ir tras el veleidoso canto de las sirenas. Conocido es el canto de La Odisea de Homero. Y esa es otra forma del ruido: endulzar los oídos hasta empalagar. O bien someterse a una competencia abrumadora. Aplastante. Motivo por el cual permanecer en su ciudad, en esta otra clase de silencio, es una forma de vivir cómodamente. De vivir noblemente. Desde La Plata se escribe con la calma de todo aquello que es Buenos Aires. La mezcla de la biblia y el calefón, como decía nuestro letrista de tangos. Discépolo de esos tiempos que le tocaron vivir que fácilmente podemos transponer hasta nuestros días. Perfectamente se puede transponer ese contrapunto entre lo sublime y sagrado versus lo ordinario y lo infernal. El centro no está en Buenos Aires. El centro está donde está la buena poesía. A partir de allí irradia un sistema de mensajes claros respecto de que él no le hará el juego a las presiones ni tampoco a las pasiones insensatas.

Y “una poética de la modestia” consiste también en no abundar, en ser económico, en hablar lo poco y lo justo, en no elevar la voz, en no pensarse como un triunfador o un consagrado sino en un creador que cumple con su misión dignamente pero no burocráticamente, lanzando al mundo libros y más libros. Consiste en no exhibirse de modo obsceno sino en mantenerse en un recatado segundo plano en una vida recoleta. Consiste en no anhelar como gran objetivo ser el centro (precisamente) de todas las miradas. Consiste en medir cada palabra como quien realiza el trabajo artesanal de trabajar con vidrio, esa sustancia tan peligrosa pero tan bella al mismo tiempo. No quisiera como retratista de Néstor Mux haber incurrido en alguna clase de exceso. Un comentario sobre los poemas de Néstor Mux tampoco sé si es necesario. Tal vez sirva para que su obra discurra con más fluidez por otras partes del mundo. Pero es un tributo que merece ser realizado de modo certero pero también sin exageraciones. Sino de un modo también modesto. No abundar ni en los elogios ni en el devenir un adulador. No sé si he logrado estas premisas de las que partí cuando me senté a escribir y ahora que lo doy por terminado. No soy quién tampoco para tener la palabra definitiva en algo tan precario como la crítica literaria, en la cual tampoco acudí a un enfoque erudito. En todo caso, si aprecian a Néstor Mux por mis elogios y sus virtudes, pueden en cualquier caso acercarse a su poesía. Siempre será tiempo ganado, mejor que lo que hago yo como crítico/presentador que es halagar tanto su poética como su persona o su ética de escritor. Me encomiendo entonces a la confianza en Mux esperando haber sido al menos un buen reseñador. Un retratista que dibuja con cierto recato una estampa en sepia.

Hablar sobre la poética de Néstor Mux es una manera de reencontrarse con la buena poesía, con ideas inteligentes, con el amor por fuera de los lugares comunes. Ahora que ha vuelto a escribir con algunas certezas, sabemos que ha vuelto a escribir una vez más sin presunciones. A sabiendas de lo que significa abrazar el oficio de poeta. Porque consiste también en una forma de honrar (siempre precaria), tal como él lo solicitaba en sus palabras preliminares a su libro Nadie le pide que escriba, también de celebrar la vida.

¿Y cómo celebra la vida un modesto? Sin estridencias.

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