La cárcel, como tal, no debería ser un sinónimo de castigos sino de una indiscutible necesidad por prevenir catástrofes inevitables. Es decir, lo que se pretende lograr es proteger a la población que más o menos concuerda en ciertos puntos fundamentales de aquellos que no valoran los mismos principios. Los que estamos fueras de las cárceles deberíamos ser la mayoría, solamente eso, no los más sanos, pues de sanidad no creo que entendamos mucho, solo la mayoría. Cuando el espermatozoide tropieza con el útero y el milagro de la vida se vuelve carne, ciertos cables son organizados en nuestra cabeza y según tal organización nosotros nos valemos de una personalidad y entendemos el mundo con una visión personal y única. La mayoría de nosotros, por ejemplo, no sentimos el corazón agitado por matar a otro individuo, ni tampoco creemos atractiva la sexualidad de un niño o niña de 5 años. Existen otros a quienes, sin embargo, las conectividades con que se instaló la razón en sus cabezas deliberan decidiendo que la sangre derramada de otro individuo en manos propias causa un deleite sin igual. Algo parecido les pasa a los monstruos pedófilos, a quienes el olor a orina les causa excitación. Pues bien, si esta lógica fuera más o menos correcta, intuiríamos que los que actúan con tales instintos lo hacen pues así fueron concebidos, bastante diferentes a la mayoría de nosotros. Entonces, sería injusto determinar que estos individuos se deben castigar solo porque no pertenecen a la mayoría, sería más preciso argumentar que tal minoría es capaz de causar estragos mayúsculos dentro de la mayoría predominante y que por lo tanto se deberían aislar del resto. Es decir llevar a cárceles en donde no se pretenda revertir su estado genético implacable, sino que apaciguar y entrenar en las artes del dominio físico y mental. Los diseños de tales cárceles es algo igualmente discutible pues si lo que se pretende es disminuir el riesgo que corre la gran mayoría cuando la minoría peligrosa es resuelta de su castigo, entonces tal vez las cárceles deberían extender sus servicios y proponer programas que ayuden, no que empeoren las situaciones particulares de cada quien. Pero eso es cuento para otro libro.
Siguiendo con lo insinuado, se podría argumentar que existen muchas minorías que de ser concebidas como una organización organizada y mancomunada prevalecerían con una fuerza que desataría el terror en la mayoría restante. Imaginar por ejemplo el “Clan de Pedófilos Unidos”, o el club de “Asesinos en Serie, Amigos Aunque Cueste”. Una descabellada tortura a la paciencia, sin duda. No obstante, existen ciertas organizaciones que a la luz del mundo parecieran ser indefensas y hasta benévolas, pero detrás de las cortinas de nuestro estado capital se vuelven tan terroríficas como la que más. Tal es el caso de “Negociantes Genocidas por un Capitalismo Confiable” Creámoslo o no, aunque con un nombre distinto, este club existe.
Resulta que el estado de pánico colectivo se desató entre los cabecillas de la conglomeración Exxon Mobile, explotadora de petróleo y sus derivados, cuando se destapó el escandaloso hallazgo que al parecer el señor Lee Raymond, ex presidente de la compañía, se esmeró en esconder por décadas. Hacia el final de los años 70, el don Lee habría invertido millones de dólares en investigaciones de orden científico que llevaron como objetivo entender la repercusión de la industria y el progreso en el medio ambiente, en particular el impacto de la quema de combustibles fósiles en el clima. Los resultados fueron inconfundiblemente obvios; el planeta, debido a la quema de combustibles fósiles, podría estar expuesto a un calentamiento global de entre 3 a 10 grados Centígrados (en aquel entonces). Sin embargo, según peritos desarrollados en la actualidad, los muy hábiles señores sentados en el trono del mundo se habrían quedado inmóviles ante tales descubrimientos, escondiendo la información y los documentos que detallaban tales calamidades. Lo callaron todo. A pesar de que podríamos inferir que cubrir tales evidencias debería ser identificado como un hecho criminal, lo que se tramaban los inescrupulosos hombres de negocios era, al parecer, bastante, bastante peor.
Exxon Mobile no fue el único consorcio que se hizo a la tarea de investigaciones del impacto del desarrollo en el medio ambiente; gobiernos y privados invirtieron en las mismas investigaciones y todas llevaron a las mismas conclusiones. Debido a esto el señor Lee, presidente de Exxon hasta el 2005, fue arrinconado por los muchos intelectuales de la ciencia y se le exigió una explicación pues su consorcio representaba el corazón del comercio de combustible fósil. Su respuesta fue tajante, Exxon Mobile declaró públicamente, que según ellos, los hallazgos de los científicos del gobierno eran exagerados, que no existía tal fenómeno y que la quema del petróleo y sus derivados no tenían nada que ver con tales blasfemias. Esta voz, la voz de Exxon Mobile, se fue reforzando con otras voces que defendían similares intereses y se masificó hasta representar la palabra de la mayoría conservadora del país y del mundo. Desde esos años el ir y venir de las opiniones de científicos, políticos, sacerdotes, etc. discrepa de una manera tal, que se ha llegado a especular con respecto a la certeza de que el clima del planeta está cambiando como consecuencia de la quema de combustible fósil. Se discute con una recurrencia tétrica que el calentamiento global es un proceso natural, común en la historia desde que se concibió el mundo, la era del hielo sería su mejor ejemplo. En mi opinión, parece irrisorio argumentar que el ser humano no está aportando con la aceleración de los cambios climáticos.
Digamos que tenemos un vaso vacío y tapado. Dependiendo de los aconteceres en la periferia del vaso puede o no que el interior cambie con el pasar del tiempo. Es decir, si la temperatura exterior del vaso cambia, la temperatura en el interior del vaso cambiaría también. Algo así es lo que se argumenta en los cambios climáticos de la tierra, fuerzas externas, las cuales no hemos logrado entender a cabalidad causan cambios en la faz de la tierra y son independientes a los quehaceres humanos. A este argumento se apega el señor Lee y sus amigos alineados por el mundo. Argumentan que un ciclo externo a la tierra está causando cambios radicales en las temperaturas del planeta. Y que nada aporta la quema de combustibles a esta disyuntiva. Sin embargo, lo que han querido tapar con palabrerías inútiles es una verdad igualmente indiscutible. Si analizásemos el mismo vaso tomando en cuenta trastornos internos, la perspectiva podría cambiar. Asumamos que dentro del mismo vaso, aun cerrado, encendemos un fósforo. Podríamos esperar que la temperatura aumentase por un período de tiempo. Al aumentar la temperatura, y conservando intacta la cantidad de volumen de aire dentro del vaso, podríamos decir según principios físicos, que la presión dentro del vaso también aumentaría. Sin embargo, si el vaso es pequeño comparado con el ambiente exterior, tal aumento de temperatura y presión generado por la quema de un fósforo se disiparía después de un tiempo y la vida dentro del vaso volvería a alcanzar su balance original. Pero, si dijéramos que después de quemar un fósforo quemásemos otro y luego otro y así sucesivamente por mucho tiempo, es natural concluir que se generaría un cambio radical y constante en la temperatura y presión dentro del vaso. Inclusive, si dijéramos que en lugar de un fósforo quemásemos 100 a la vez y de manera continua, correríamos el riesgo de que la presión llegue a tal que las paredes del vaso no puedan sostener más el candor y que finalmente explote. Para qué vamos a hablar de la calidad del aire dentro del vaso, el fuego consumiendo el oxígeno y vomitando monóxido de carbono, haría imposible cualquier esperanza de vida. Nótese que todo esto es absolutamente independiente a lo que pasa en el exterior del vaso. Si la temperatura en el medio exterior también está en aumento, las condiciones dentro empeorarían aún más. Si comparásemos el vaso con la tierra y el ambiente exterior al vaso con el universo, obtendríamos una explicación lógica de los aconteceres naturales que impactan el clima de nuestro planeta. Por ejemplo, la era del hielo que exterminó a los dinosaurios representaría un cambio en el universo que se manifestó en la tierra cambiando el clima. Los dinosaurios no quemaban combustible, por lo tanto no se les podría atribuir la analogía del fósforo. Lo que pasa hoy, muy por el contrario, es indiscutiblemente atribuible al desarrollo humano y el fósforo representaría la quema de combustible a lo largo y ancho del planeta.
Pareciera que los señores de Exxon entienden muy bien este concepto y están desde hace mucho tiempo conscientes del riesgo de continuar con la quema de combustibles fósiles, pero eso no es sorpresa para nadie. La verdadera locura es que aparentemente escondieron la información no para mantener la impunidad, sino que con afán de generar ganancias capitales a largo plazo. Los muy desatinados supuestamente decidieron negar la información obtenida en la década del 70 y asegurar que el fosforito no genera un riesgo pues lo que en realidad esperaban era que las capas de hielo empezaran a derretirse en los extremos del mundo. Con ello ¡abaratarían la cosecha de petróleo en Alaska! Es decir, lo que aparentemente querían era que la temperatura llegase a un punto tal que les ayudase a resolver el problema del frío en el Ártico. Pero para llegar a eso primero muchos de nosotros debemos morir asfixiados, ardiendo en las pampas candentes y sofocados por la sequedad de la tierra, es decir, genocidio.
Personalmente creo que el calentamiento global es un fenómeno inevitable e inherente a la avaricia del hombre y en su afán de competencia. Tal vez haya forma de apaciguar su velocidad, pero inclusive eso sería difícil. Lo inaceptable es promover, consciente de los resultados catastróficos, la contaminación con fines de lucro. Eso sí me parece una insolencia mayúscula. Es obviamente turbador pensar en asesinos a sueldo, o en un desalmado que decidió matar a su vecino pues su perro ladraba mucho, o enterarse del sacerdote enfermo que se aprovechó de un niño inocente. Sin embargo estos personajes actúan según sus instintos enfermizos heredados en su genética y como tales deberían ser aislados en cárceles para proteger al resto de los mortales. Pero elegir el camino de la avaricia descabellada en la que se ha montado una parte de nuestro pueblo, como supuestamente lo han hecho el tal Raymond y su seguidilla de monstruos rapaces, genera una amenaza contagiosa mucho más retorcida y peligrosa que la de un depravado que mata por instinto. Esto lo digo pues estos señores no solo actuarían proponiendo el exterminio generacional de sus pares, sino que al parecer lo harían desde un lugar de impunidad absoluta.
A estos parajes inhóspitos hemos llegado, a la oscuridad más rotunda y más desgreñada que siempre. ¡Que viva el poder del capital y su verbo ensordecedor! ¡Que viva el libre comercio y la deuda externa atosigando a los más desprotegidos! Quememos la espalda de un desgraciado para poner en sus costillas una fogata que pinte el aire del monóxido de carbono que hace falta para derretir los hielos de la Patagonia. ¡Que viva Exxon Mobile! O debería decir, ¡que vivan los “Negociantes Genocidas por un Capitalismo Confiable”!