Ningún otro lugar produce en mí tanta pasión y curiosidad como lo hace la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. Recientemente, pude una vez más experimentar ese mundo tan complejo, difícil y a veces incapaz de acordar cuestiones que parecerían de sentido común. Sí, es un mundo excitante, vasto, a veces incomprensible, pero sin duda, esperanzador.
Al estar allí recordé que pronto la organización celebrará su sexagésimo noveno aniversario. Muchos y pocos años a la vez. Una historia de casi siete décadas marcadas por grandes éxitos y por supuesto, inimaginables fracasos.
A pesar de sus grandes retos, la Carta de San Francisco que estableció a la ONU en 1945, sentó la primera cadena ininterrumpida de esfuerzos y voluntades nunca antes vista en la comunidad internacional. Tras una devastadora guerra y una profunda pérdida de la racionalidad humana, los Estados de la época decidieron darse la oportunidad de configurar un mundo más seguro y pacífico, a través de la reiteración del compromiso de que un conflicto tan devastador como lo fue la Segunda Guerra Mundial, nunca más tendría lugar.
Nació el Sistema de las Naciones Unidas a pesar de que poco después de su creación el capitalismo y el socialismo dividirían al mundo. Nacieron los instrumentos que darían fuerza a no sólo el reconocimiento de los derechos humanos, sino a la creación de condiciones para su pleno goce por todos los pobladores del planeta, a pesar de las grandes divergencias culturales y sociales. Nacieron los diálogos entre el norte y el sur, entre la democracia y la dictadura, entre el rico y el pobre o el débil y el fuerte. Se fortaleció la expansión de un orden jurídico internacional sólido y capaz de responder a sus retos, así como la creación de un sinnúmero de herramientas e instrumentos para el respeto y continuidad del estado de derecho internacional. Se visualizaron (y se continúan visualizando) los problemas de la sociedad global, del deterioro ambiental, de las crisis económicas o de las profundas e hirientes desventajas y condiciones de vulnerabilidad a las que son sujetos millones de mujeres, niñas y adolescentes, o la realidad que viven millones de refugiados, desplazados y migrantes víctimas de la violencia, la pobreza o los desastres ambientales.
Su más grande éxito, a pesar de sus todavía existentes confrontaciones por toda clase de razones políticas, económicas, culturales, sociales y étnicas, ha sido ponerse de acuerdo en torno al desarrollo, el combate a la pobreza, la marginación y la desigualdad. Naciones Unidas dio una cara humana al subdesarrollo, en un precedente nunca antes atestiguado en nuestra comunidad internacional.
Sin embargo, no todo ha sido éxitos. Ha habido retrasos, corrupción, estancamiento y lo más grave, silencio ante la desgracia humana y la degradación de nuestro entorno natural. Ha habido impedimentos para la democratización de las decisiones, así como un grave sesgo para la inclusión de una sociedad civil cada vez más fuerte, sólida y capaz de responder fehacientemente a las necesidades de sus comunidades. Ha habido dominación y abuso por parte de los más fuertes hacia los más débiles, se ha solapado y permitido la postergación de un mundo que aún responde con violencia, así como la extracción ilimitada de recursos y la irresponsabilidad hacia los que menos tienen.
Son 69 años que nos hacen reflexionar sobre la clase de mundo en el que queremos vivir. No creo que haya una opción mejor que las Naciones Unidas, lo que sí creo es que es una organización perfectible, con una urgente necesidad de reformase, de ser incluyente, de trabajar colectivamente, de democratizarse, de transparentarse y de cumplir con todos y cada uno de los objetivos emanados en la Carta de las Naciones Unidas.
Es un mundo sin duda diferente a aquel que era en 1945, un mundo más interconectado que ha podido avanzar en muchos terrenos, pero que aún necesita de espacios de diálogo y toma de decisiones como las Naciones Unidas. Son 69 años de esperanza, de pensar que podemos vivir en un mundo más justo y más sostenible, de un mundo con la capacidad de construir condiciones para no volver al pasado y de pensar que el desarrollo global incluyente, puede ser una realidad a raíz de lo que suceda en septiembre de 2015 en el seno de la Asamblea General.
Tengo esperanzas de que lo que sigue para esta organización apunta hacia panoramas más favorables, con más carácter, capaz de alzar la voz y tomar acción ante la injusticia, la marginación, la violencia, la pobreza o la desigualdad. Esperanzas, de que la comunidad internacional podrá prevenir muchos de nuestros apremiantes retos, y esperanza de que entendamos nuestro rol hacia la construcción de un mundo sostenible y equitativo.