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Montserrat Vendrell

Nací en el Mediterráneo

Justo en el año que se celebran las bodas de oro de la popular y entrañable canción “Mediterráneo” del comprometido cantautor Joan Manuel Serrat, ese Mare Nostrum se desborda y nadie acude a socorrerlo. Sí, el Mediterráneo, ese mar con una geopolítica especial que une el norte y el sur, el oriente y el occidente, se ha convertido en el escenario de calamidades y desencuentros. Los desafíos parecen acumularse y han apagado casi por completo el optimismo que irradió el llamado Procés de Barcelona hace más de 25 años, en el que se anhelaba una Unión Mediterránea repleta de proyectos económicos, culturales y medioambientales de colaboración entre los países ribereños de ambas orillas.

Sí, ese mar de la niñez de Serrat no acaba de enmendar sus problemas y promover una paz y prosperidad comuna. Al enquistado conflicto palestino-israelí y la partición de Chipre, se han sumado otros problemas tumultuosos como la aparición del terrorismo islamista; la guerra en Siria y sus repercusiones en la estabilidad del Líbano; la desintegración y el caos actual de Libia, consecuencia de las primaveras árabes que también afectaron a otros países mediterráneos. Pero las noticias no cesan cuando se trata de abordar la continua crisis migratoria con miles de inmigrantes perecidos en sus aguas. Encima, las tensiones entre Europa y Turquía, este país que junto con España puso en marcha en 2005 en el marco de la ONU la Alianza de las Civilizaciones, no favorecen diálogos ni coaliciones. Y como no, el tema del Covid-19, que promete más desigualdades entre los países y también entre sus ciudadanos.

Ese Mediterráneo, adornado de espectaculares islas e islotes, que ha forjado históricamente imperios desvanecidos y culturas que han prevalecido, tiene mucho que ofrecer si los países bañados por él revitalizaran su voluntad de cooperación económica y entendimiento político para resolver sus problemas comunes y avanzar hacia el equilibrio regional en unos momentos que se cuestiona –cada tanto sucede así– la unidad de Europa con el Brexit y los rebrotes de nacionalismo y populismo.

Ese Mediterráneo, cuna de tres grandes civilizaciones: Egipto, Grecia y Roma, así como de tres religiones predominantes: el cristianismo, el judaísmo y el Islam, necesitaría una reactivación de su solidaridad y cooperación, pero sobretodo desplegar una ambición auténtica para llevar a cabo proyectos que no sean testimoniales, sino que representen un cambio y una base para un debate geopolítico entre Europa, Asia y África, todos ellos continentes que surcan sus aguas.

En las últimas décadas, han existido iniciativas para crear una plataforma de diálogo, como fue en 1989 la creación del Instituto Europeo de la Mediterránea, un think tank especializado en relaciones euromediterráneas, con la intención de crear una plataforma de intercambio entre culturas y de promover la estabilidad política regional. Sus proyectos, en estos momentos, abordan áreas más relacionadas con el desarrollo humano, como el género y la multiculturalidad, sin demasiada visibilidad.

Un año después se creó en Roma el ForoMed también conocido como el Diálogo 5­ más 5, como el primer encuentro de cooperación entre las dos orillas del Mediterráneo, con la idea de tratar temas acuciantes como la defensa, el transporte, el turismo la educación, el medio ambiente y las energías renovables, el agua, la enseñanza, la innovación, las finanzas y la cultura. El foro, en el que participan España, Portugal, Francia, Italia, Malta, Marruecos, Argelia, Libia, Mauritania y Túnez, celebró reuniones ministeriales, pero quedó paralizado durante casi una década por las sanciones a Libia en el caso de Lockerbie. Marrakech acogió en el 2020 la última conferencia centrada en la Migración y el Desarrollo, y la movilidad humana entre Africa y Europa. Pese a todas las buenas intenciones, este foro ha perdido fuerza.

Otra iniciativa en pro de la unidad de la Mediterránea fue liderada por la Francia del entonces presidente Nicolás Sarkozy, quien en el 2008 puso en marcha la institución la Unión para la Mediterránea (UPM) y celebró una conferencia en París, a bombo y platillo, que reunió a una cuarentena de países. Con la sede de su secretariado en el palacio de Pedralbes, y basada en la Declaración de Barcelona (1995), esta asociación está compuesta por 27 miembros europeos (toda Europa dentro) y 15 del sur y el este del Mediterráneo. Aunque han sobrevivido al desdeño y a su abultada membrecía, están prácticamente en punto muerto. Atrás quedan aquellos años en que se hablaba de la posibilidad de una zona de libre comercio en el Mediterráneo, pese a que en estos años se han logrado cerrar – no con la satisfacción de todos- algunos acuerdos bilaterales comerciales, en el marco de la Política Europea de Vecindad.

En este planeta, en que vivimos, en el que cada vez es más complicado saber quién toma las decisiones, y quién es responsable del qué y el cómo, se hace arduo y arriesgado sugerir con claridad la modalidad de cooperación euromediterránea que podría cuajar. Lo inequívoco es que fueran mucho más allá de los gestos. Es difícil valorar si se debería aprovechar lo que ya se tiene o empezar de nuevo completamente con una visión más dilucidada y con el compromiso explícito de los países tanto europeos como de la cuenca del sur a contribuir con lo que haga falta, aunque impliquen reformas específicas. Pero de nada sirve exponer, ya que por encima de todo, lo que se requiere es una voluntad de hierro y un compromiso firme para que el proyecto no fracase. Y eso aún no ha ocurrido. Sin lugar a dudas, un Mediterráneo estable, como espacio de intercambio, convivencia e integración, y con la diplomacia como arma, contribuye a un mundo más seguro. Los retos siguen siendo constantes. A los conflictos regionales, algunos por cuestiones religiosas, otros por asuntos políticos y económicos, se le suman también ahora las amenazas del cambio climático, cuya devastación ambiental no reconoce a ricos o pobres. Trabajo no les va a faltar.

En un sistema multipolar, como el actual, no me parece una mala idea dar nuevamente alas a las iniciativas sobre la región del Mediterráneo como foro dinamizador, que posibilite reactivar el acercamiento norte y sur, sin resentimientos históricos, y promover políticas encaminadas a resolver cuestiones , a la vez que forjan los cimientos para la paz y prosperidad común. Esta ventana de la oportunidad debería poderse abrir otra vez en aras del enriquecimiento mutuo y el desarrollo sostenible en los países de la cuenca mediterránea, desde Algeciras a Estambul, como sucedió en el pasado. Y es que: “¡Qué le voy a hacer, si yo también nací en el Mediterráneo!”.

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