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Música programática (Parte III)

La música programática de la segunda mitad del siglo XIX no fue solo nacionalista. Un grupo de compositores dieron continuidad a la línea iniciada por el romanticismo respecto de vincular la música con la literatura y la pintura. En tal sentido, otro autor ruso, contemporáneo de Tchaikovski y llamado Modest Musorgski, escribió en 1874 una suite para piano titulada Cuadros de una exposición, que describía una serie de pinturas de su amigo Víktor Hartmann(1834-1873), exhibidos póstumamente en San Petersburgo. De esta suite, el compositor francés Maurice Ravel, quien también cultivó apasionadamente la música programática, haría en 1922 un arreglo orquestal.

Otros compositores y obras dignos de destacar son los franceses Camille Saint-Saëns, con Danza macabra (1874), Claude Debussy, con Preludio a la siesta de un fauno (1894), inspirada en un poema de Stéphane Mallarmé, y Paul Dukas, con El aprendiz de brujo (1897). En 1899, el músico británico Edward Elgar compuso las variaciones Enigma, y ya avanzado el siglo XX, en 1964, el compositor estadounidense Aaron Copland escribió Música para una gran ciudad.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, otra figura de primera línea, que llevaría el poema sinfónico a cotas muy altas, fue el compositor alemán Richard Strauss, quien alcanzó, influido por Wagner, complejidades orquestales y armónicas inéditas hasta entonces y decisivas en el estilo orquestal de inicios del s. XX. Los poemas sinfónicos, compuestos en las dos últimas décadas finiseculares, se inspiraron esencialmente en la literatura. Son dignos de mención Don Juan (1888) y Don Quijote (1898).

Ya en pleno siglo XX, la música programática experimentó de la mano del cine una evolución orientada hacia la música incidental, entendida como aquella con que se complementa musicalmente el argumento de una obra teatral o cinematográfica, aspectos estos que se potenciarían luego con el auge de la radio, la TV y, más recientemente, con los videojuegos.

En 1927, con El cantor de jazz, dirigida por Alan Crosian, se dio inicio al cine sonoro,y con ello se amplificaron las posibilidades de la música incidental, que vivió durante las décadas del 30 al 40 su época de esplendor. Notable fue el estreno en 1940 de Fantasía, la tercera película de Disney y en la que se incorporaron varias de las piezas programáticas más famosas del siglo XIX.

Después de los 60, la música incidental para el cine pasaría a ser compuesta ex professo, de modo que se enriqueció notablemente el repertorio de la misma, y hacia los 80 comenzó a experimentarse con el abanico de posibilidades que ofrece la música electrónica. Esta evolución conocería diversas facetas hasta lograr en los 90 la fusión de estilos, luego de lo cual la estética de la música cinematográfica ha terminado por ser casi impredecible.

Hoy por hoy la música programática sigue hallando un espacio privilegiado tanto en el cine como en el teatro, pero también ha encontrado un nicho muy fecundo en el mundo de la publicidad audiovisual. Pese a esta utilidad comercial, la música programática continúa siendo cultivada académicamente tal cual lo hicieran sus más grandes representantes del siglo XIX.

Cabe destacar, por ejemplo, la producción del compositor canadiense Raymond Murray Schafer (1933), quien ha defendido el retorno de la música a los sonidos naturales. En tal sentido, el músico no solo creó el reconocidoWorld Soundscape Project (Proyecto Paisaje Sonoro del Mundo), sino que desarrolló el concepto de ecología acústica, con el cual se estudia la relación entre el ser vivo y su ambiente a través de los sonidos propios de cada comarca. Les sugiero un audio de Murray que, estoy seguro, no los dejará indiferentes.

Toda la obra de este autor sorprende porque está pensada con el fin de ser ejecutada en ambientes naturales, y no en salas acústicamente cuidadas hasta el más mínimo detalle. De entre sus composiciones destaca el Cuarteto para cuerdas N° 2 (1976), construido sobre el tempode las olas que rompen contra un acantilado.

Una autora de música programática contemporánea es la cordobesa Mª Dolores Romero Ortiz (1980), quien ha puesto empeño particular en describir mundos antiguos con recursos contemporáneos. La compositora es tecnóloga musical, con un interesantísimo currículum académico y un amplísimo, a su edad, portafolio creativo. Algunas de sus composiciones están inspiradas en la literatura, de entre las que cabría destacar Tres canciones sobre textos de Lope de Vega (2004) y Especias en el Ganges (2006, inspirada en poemas de Verónica Aranda). Una composición suya particularmente interesante es Tríptico para Miriam (2010), de clara evocación hebrea, y en la que describe episodios de la vida de la Virgen María, la cual es representada por un solo de violoncelo.

Desde aquellos pálidos inicios en el Renacimiento, la música programática ha evolucionado larga y vívidamente, con lo cual queda claro que la creatividad —y las obras que ella produce — es uno de nuestros más auténticos y valiosos tesoros humanos. Quizá por ello diría Eugène Delacroix que «la música es la voluptuosidad de la imaginación».

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