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Mundo literario en tres chismes

1. EL PREMIO. El premio Espasa de Poesía 2020 agitó los pulmones asmáticos del mundo literario. El ganador es un poeta venezolano, Rafael Cabaliere, más conocido por tener un ecosistema nutrido en Instagram que por su discurso de letras.

No se tiene respuesta si ese es su nombre o pseudónimo, cuál es su ubicación geográfica y, lo más debatido, si sus 715.000 seguidores son orgánicos o bots comprados. No tengo la respuesta, pero definitivamente no son algo: lectores. También surgió la duda: ¿se premió la calidad literaria o la cantidad de seguidores? Esto segundo parece ser la tendencia en los premios de poesía, o inclusive en el Premio Biblioteca Breve del año pasado.

Las imágenes de su perfil nos muestran esos textos que Rupi Kaur llamó poesía, es decir, cápsulas acarameladas, frases que se han dicho desde siempre, consejitos de autoayuda que no están ni remotamente emparentados con el filo de los aforismos. Al estilo de quien saca tiempo para verte te quiere. De eses textos que atribuyen a García Márquez como Las sandalias negras.

Revisando el perfil, nos encontramos con lo que parece una disculpa a la sanidad pública: Mis publicaciones en redes sociales no son poesía. Se despertó una intriga de ciencia ficción (posible), en que una inteligencia artificial estaba detrás del ganador. Esto no es algo nuevo, Umberto Eco recuerda que el éxito de El nombre de la rosa fue adjudicado a un programa informático que recetaba algoritmos de superventas, a lo que dio un respuesta ingeniosa que se puede leer en Confesiones de un joven novelista. Este debate fue corto porque la editorial respondió con un vídeo de un ser humano a todo color que asegura no solo estar agradecido por el premio sino haber soñado que ganaría (¿quién no sueña con un cheque de 20.000 euros?).

Lo que sí sigue en el foro es la relación de la popularidad, la influencia en redes sociales y la premiación literaria que parece ser otro nombre para el mercadeo editorial. Esto último ya se sabía, por supuesto, pero llega un nuevo fondo con esta tendencia, dónde ni siquiera entra en el género que debería ser. En el caso mencionado sobre el Premio Biblioteca Breve 2019, al menos puede decirse que es una novela (recomiendo leer la reseña de Nadal Suau). Determinar qué es poesía y qué no lo es, es un camino extenso y que no nos va a llevar a ningún lado. Pero lo que conocemos de Cabaliere son frases, no más de tres reglones, de las que se comparten en estados de Whatsapp, de las que antes se pondrían en posters en un estudio de yoga.

Los mismos jurados, como Pilatos, se lavaron las manos en sus declaraciones: que no, no lo conocía, que no fue por unanimidad y ninguno confesó haber votado por él.

2. LOS PDFS. La escritora Fernanda Melchor expresó en un tweet su descontento porque su novela, Temporada de huracanes, estaba circulando en PDF.

La respuesta de indignación fue inmediata: ¿cómo se atreve a exigir ganancias por el producto de un trabajo de años? Se habló a favor del conocimiento libre.

Claro, ese argumento funciona para bibliotecas (donde el préstamo es momentáneo), los textos educativos con precios exagerados o libros cuyo derecho de autor vencieron. Es diferente leerse en digital Los embustes de Fabia de Lope de Vega (casi inhallable en librerías) a piratear a un autor incipiente. Incluso observé comentarios burlándose de su exigencia del 10% de regalías sobre el precio de venta que tienen los autores, probablemente de personas que harían un escándalo por trabajar una hora extra sin paga.

Si la cultura y el conocimiento deben ser gratis, como argumentan, entonces el concepto de derechos intelectuales debería desaparecer. Tampoco deberían cobrar los actores teatrales, ni profesores o guionistas.

3. TARTUFO Y EL PEZON. Para no aburrirnos con la contemporaneidad, vamos al siglo XVII, cuando Moliére presentó Tartufo, una comedia sobre un manipulador (que le caería bien leer a cualquiera que siga coaches de estilo de vida). La obra exigía a quien interprete a Dorina, el aya, descubrirse el pecho. Fue más que todo censurada por su crítica a los clérigos franceses en una época donde no era buena idea criticar a los clérigos franceses (Tartufo es religioso), pero supongo que esa escena también tuvo que tener parte en el asunto. La monarquía prohibió su representación por un lustro. Lo que sorprende es que casi tres siglos, revoluciones, la supresión de la monarquía, la llegada de la Edad Moderna y la Contemporánea, las revoluciones industriales y dos guerras mundiales la cosa no ha cambiado mucho. Si subiéramos (regresando a redes sociales) una fotografía de dicha escena en Instagram, sería censurada por desnudez, pero más que eso: por mostrar un pezón femenino. Supongo que eso es más un chisme hipotético, pero tan válido (y posible) como una inteligencia artificial generando un poemario ganador.

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