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¡Mujeres padrísimas!

Desde el momento en que supe que ella había sido monja 30 años, se me acabó la paz. No lograba acallar mi curiosidad. La miraba y trataba de imaginármela envuelta en ropajes religiosos, y sus facciones adquirían inmediatamente otro calibre: sus gruesas cejas se volvían amenazantes, sus manos gráciles se me antojaban torturadas… la insistencia de su verbo, catequizante… su caminar pesado escondía una intimidad cercenada, sus ropas, una libido rancia. Definitivamente, el hábito sí hace al monje, en este caso a la monja. Sin el hábito, su verbo me resultaba simpático, vehemente, hecho de certezas, alimentado de vivencias; convincente por terrenal, cercano… sus ropas sencillas, elocuencia de un espíritu libre, desprendido… su caminar pesado producto de la falta de ejercicio, la edad, la dieta tal vez…

Colgados los hábitos, ella ahora podía hablar del presente con gozo, renovado su derecho de explicarse en un pasado al que ya no debía la discreción a que obliga el voto de castidad. El pasado de su ciudad era el pasado de su familia, sus orígenes, cada vez mas íntimo, mas revelador, hasta que llegamos a su mamá, razón de todos sus males: mi mamá se creía mejor que los demás… mi mamá pensaba que era muy lista… mi mamá no hacía nada mas que mandar. Mi mamá creía que todo lo podía… Pobre niña, pensé. ¿Sería por eso que se metió a monja, obligada por su mamá, o por escapar de su mamá…? ¿Y el papá? Mi papá era el mejor hombre, hizo mucho por la ciudad, era bueno, generoso, me llevaba con él a todos lados, me enseñó a bailar, me complacía en todo, me enseñó a respetar a los demás… siempre me compraba mis dulces favoritos… hasta que se murió. Y su hermana nos botó de la casa. ¿Pero cómo? … No se llevaba bien con mi mamá. Pero ¡ustedes eran sus sobrinos, era la hermana de su padre!, ¿cómo fue capaz de dejarlos en la calle? Su bien desarrollado Edipo no le permitía ver que el padre no había tenido el juicio de velar por el futuro de su familia, y era el único responsable de haberlos expuesto al escarnio de la pobreza súbita. A la tía sólo le hizo falta una buena relación con el registrador de la ciudad, para forjar el documento y no tener que compartir la propiedad que también era de su hermano por legado. Porque el padre, hermano de la tía mala, nunca arregló los papeles de esa herencia, de suerte que su mujer y sus hijos quedaron fuera.

No supe cuándo ni de dónde aparecieron el tequila y los chicharrones, pero después del primero, me atreví a entrar en materia: ¿cuándo te metiste a monja?… A los 16 empecé a ir a los cursillos de las teresianas y a partir de ahí pues… ¿No tenías novio? Pregunté tratando de ponerle carne a la historia. Sí, y nos queríamos muchísimo. Pero yo empecé a leer a Santa Teresa: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”. Yo siempre fui muy rebelde, me gustaba hacer mi voluntad.

Palabras mayores, de carne erizada de erotismo espiritual… Sin embargo, insistí: ¿pero nunca quisiste ser mamá, tener una familia? … … ¿Tal vez el novio no se parecía al marido que imaginabas? … Sí… algo de eso pasó… finalmente confesó. Como decía Santa Teresa, “amor saca amor”Y pues, Jesús vino a vivir en mí, pues. “No hay que menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí.”

Entiendo que no es cosa fácil para un hombre ganarle al erotismo místico de Santa Teresa de Ávila. Así terminó aquel noviazgo, por darle paso a 30 años, sin sexo ni caricias, pero de apostolado por el mundo entero. 30 años de hacer el bien sin mirar a quien hasta que las intrigas palaciegas entre monjas la hicieron cansarse y volver a la civilidad con derecho incluso a un par de tequilitas. “Modificador de conductas”, explica un amigo el tequila. Ciertamente, después del primero, apareció la foto de la madre, bella e inteligente… ¿tal vez demasiado bella y demasiado inteligente? La madre era amiga de artistas, asistía a peñas literarias, decía lo que pensaba y si entraba a algún lugar, todos se volteaban a mirarla, era de ese tipo de mujer. Corrían tiempos en que no era fácil acudir a peñas literarias pero sí muy común asistir a los cursillos de catecismo, en una ciudad sumamente católica. Es comprensible que por muy cabeza caliente que fuera la madre, con los años se cansara y cediera, cambiando la peña literaria por el catecismo. Y fue por compartir lo que creía que era bueno, que la madre llevó a su hija a los cursillos y la invitó a leer a Teresa de Jesús. Que la hija se lo tomara tan a pecho como para separarse de los placeres terrenales y decidiera convertirse en monja iluminada, fue una decisión propia que nada tuvo que ver con imposición alguna de la madre. Sin embargo, 50 años después, ella aun no le perdona que compitiera con ella por el amor del padre. Pero, ¿no es la madre la titular de ese amor original sin el cual la hija no hubiera sido hija, consentida del padre?

Yo me constelé, y salió toda la verdad… ¿Y qué es constelarse? Bueno, reconstruir el sistema de relaciones familiares según la relación de fuerzas, así como pasa con los planetas. “Los niños raramente o nunca se atreven a tener una vida más feliz o exitosa que sus padres. Inconscientemente se mantienen fieles a las tradiciones familiares que se han transmitido de forma invisible saboteando así su propia vida y felicidad. Las Constelaciones Familiares son un camino para el descubrimiento de estos lazos y fuerzas invisibles que han ido pasando inconscientemente de generación a generación” Bertold Ulsamer, abogado, sicólogo, que imparte los talleres de constelación por el mundo entero, publica libros, DVD’s, y demás rentables POPs… es decir, el señor vive de constelarle los rollos familiares a los demás.

La metodología consiste en hacer una suerte de representación teatral: el “constelante” echa su cuento y asigna los papeles entre los participantes. Cada uno asume el rol de un miembro de la familia del constelante, y luego entre todos y libremente forman una constelación, dentro de la que se ubica el constelante ad lib. La constelación cobra vida cuando los representantes de cada miembro de la familia del constelante, comienzan a sentir las emociones, los miedos y los deseos de las personas a quienes representan. Hay un facilitador que fuerza a los participantes  a asumir la responsabilidad de sus roles. Y el panorama queda así “aclarado”. Semejante acto de fe, me dejó aun con menos palabras.

Lo que sí quedaba claro es que esta mujer adorable, tenía una propensión al misticismo que afortunadamente ahora la satisfacía constelándose. Podía tomar tequila y quizás terminaría por volver a ver a aquel novio una noche estrellada que le devolviera a la memoria aquellos besos adolescentes… Lo que sí no cambió en nada fue el rol de la madre, culpable de todo lo malo. Ni el del bueno de su padre.

Dejémoslo hasta ahí, en favor de la compacidad de estas líneas. No es cualquier cosa internarse en las profundidades de ese bosque entramado que es la relación madre hija. Freud se quedó corto. Sin decir mas, cualquier madre con hijas sabrá reconocer lo que digo y agradecer mi prudencia. Hablo desde el conocimiento que me dan mi hija y mis hijastras adoradas; por lo que cuentan mis amigas de sus hijas; por lo que han sido mis culpas con mi madre bella, la mas querida… entre mujeres las cosas nunca son simples ni en los casos mas felices.

Un día después, otra mujer apenas conocida de vistas, me contó con la “ligera profundidad” que sólo sucede entre amigos de toda la vida, que su madre era racista y déspota, engreída y egoísta, por decir lo menos. Me volvió a impresionar la crueldad de los adjetivos a la hora de referirse a la madre. Decía que su madre le había hecho la vida imposible, y que todos sus males, ya por supuesto superados gracias a que se fue de la casa materna cuando aun era muy joven, provenían de su progenitora. Aunque no se casó con el hombre equivocado que le escogiera su madre, ya estaba divorciada del de su escogencia… ¿también por culpa de su madre… me pregunto? De voz dulce de largo alcance, sin fisuras en sus nortes, sin miedo a dar y recibir amor, esta valiente mujer huérfana de un hijo, fraguada en el Edipo con el que maltrata a su madre cada vez que la nombra, es madre a su vez. Abnegada y plena mientras su hija pequeña no crezca y le recrimine el abandono del padre, o la acuse de competir por el amor del padre, o la  escoja como culpable de mas de una de sus desgracias.

¿Será por eso que en México, cuando algo está bien se dice que está padre o padrísimo? No faltaba mas, si el padre es todo lo bueno. Con la misma cosmogonía completa el glosario: para decir que es fabuloso, se dice que NO tiene madre; es decir sin madre que estorbe, que moleste, que lo eche a perder. Y si es maravilloso, es de PUTA madre, es decir que la madre es puta, una perdida que no es madre, y ahí es cuando es maravilloso. Y no sólo México sino el continente entero, que aprendió a querer a través del cine mexicano de mujeres que se rendían a la fuerza de la seducción de los machos bien machos, está lleno de mujeres que aman al padre aunque mal pague, mujeres que en muchos de los casos son madre y padre de sus hijos, ¡mujeres padrísimas!

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