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roberto ponce cordero
roberto ponce cordero

Mujeres mirando a hombres mirando a mujeres

The Virgin Suicides como texto sobre la mirada

Mi escena favorita de The Virgin Suicides, la hipnótica película de Sofia Coppola (1999) basada en la notable novela homónima del escritor norteamericano de origen griego Jeffrey Eugenides (1993), es aquella en la que las cuatro hermanas Lisbon, adolescentes del Midwest estadounidense percibidas como misteriosas y perfectas, o como misteriosas y por eso perfectas, por un grupo de chicos vecinos –vagamente sus coetáneos– que son los narradores plurales de la historia, están castigadas en su casa, sin poder salir, y les envían a estos chicos mensajes por medio de postales y de notas escondidas (son los años setenta del siglo XX, ¡no hay Instagram ni Whatsapp!), pidiéndoles que por favor se comuniquen para romper un poco su aislamiento. Los chicos buscan, durante una semana, diferentes maneras de satisfacer ese deseo y/o de cumplir con la clara disposición: ¿será que vuelan una cometa al lado de la residencia Lisbon, aunque eso pueda despertar la ira de los padres de las hermanas, quienes de entrada son excesivamente estrictos y conservadores y las tienen encerradas, por lo que esa idea puede resultar en un tiro por la culata… duh? Mejor acudir a la tecnología de punta de los años setenta, como caen en cuenta después de una semana de ardua reflexión (son sólo chicos adolescentes, en su defensa): empiezan a llamar por teléfono, después de buscar el número respectivo en la guía telefónica impresa, como corresponde, y a poner temas de pop en sus tocadiscos de vinilo para transmitirles a las hermanas Lisbon, por medio del auricular pegado al parlante, universos de significados y de porvenires u horizontes soñados, así como, más prosaicamente, el inenarrable placer estético de una buena canción. Sin más palabras que las de las letras de los temas musicales seleccionados, ellos les mandan “Hello, It’s Me” de Todd Rundgren y ellas les devuelven “Alone Again (Naturally)” de Gilbert Sullivan; ellos les dicen “Run To Me” con la canción de Bee Gees a las chicas y ellas responden “So Far Away” con Carole King, en un diálogo que, pese a su literalidad inocente y un poco torpe, no pierde un ápice de su sinceridad… y no deja de estremecer a nadie que haya sido chico (en la novela, tenemos también “Where Do The Children Play” de Cat Stevens, “Wild Horses” de Rolling Stones, “Bridge Over Troubled Water” de Simon & Garfunkel y, por supuesto, “You’ve Got a Friend” de James Taylor).

 

 

Y pongo que “no deja de estremecer a nadie que haya sido chico”, con el sustantivo en masculino, de forma plenamente consciente. Sin duda esta escena, esta película, esta novela y esta narrativa en general son capaces de estremecer a personas de todos los diferentes géneros existentes y pensables. Las cuatro hermanas Lisbon, al fin y al cabo, son sólo cuatro porque la quinta, la menor de todas, se suicida al inicio mismo de la narración y, poco después de la escena de marras, las cuatro restantes se suicidan también, en un suicidio colectivo que le da el título a esta obra y que constituye su misterio nuclear: ¿por qué se mataron las hermanas Lisbon?

Pero sugiero que, por la manera como es narrada, la película especialmente –más que la novela– no pretende analizar el enigma Lisbon, o el evento en sí, que igual es analizado ad nauseam por los mismos narradores del texto, los chicos, quienes ahora son hombres de mediana edad que, veinte o treinta años después, todavía no pueden desprenderse de su obsesión por lo sucedido con las hermanas a las que vieron florecer y luego suicidarse. Por el contrario, el verdadero tema de The Virgin Suicides, al menos en su versión fílmica (parcialmente en la literaria también), es más bien la obsesión de estos chicos y hombres por esa feminidad perfecta y evasiva que estaba tan al alcance de la mano y que era, incluso, tan real… sólo para que cuando, por gracia de Dios (y de los castigos domésticos, basados también en supuestas leyes de Dios), por fin se les concede el privilegio de entrar en real contacto con ese ideal platónico, el susodicho ideal, las hermanas, vayan y prefieran matarse.

El punto no es tanto por qué las hermanas Lisbon se suicidan, entonces, sino qué representan ellas y qué representan sus suicidios para la comunidad masculina conformada por los narradores eternamente desconcertados y melancólicos que –para parafrasear a Joaquín Sabina– añoran eso que nunca jamás sucedió. De hecho, incluso cuando ese algo sucede, se pierde: uno de los narradores del grupo (aunque no uno de los íntimos que tocan las canciones en la escena que suscita estas reflexiones), interpretado por el exquisito Josh Harnett, logra “conquistar” (nótense esos terribles términos bélicos) a la más “cotizada” (nótense esos abominables términos mercantiles) de las hermanas, interpretada por la icónica Kirsten Dunst, pero la abandona sin razón alguna, y de manera absolutamente incomprensible en el discurso de veneración masculina de los narradores de la película, inmediatamente después de consumar su “conquista”. Luego, veinte o treinta años después, cuando en la película se lo entrevista, él mismo no se puede explicar por qué lo hace… como ninguno de los narradores básicamente se puede explicar nada.

Yo sí me lo puedo explicar, creo: una vez que la toca, la contamina, en el mismo discurso de devoción masculinista clásico que tan fácilmente, y con consecuencias tan trágicas, tiende a devenir, ante el menor –supuesto– pretexto, en discursos y en prácticas de misoginia radical y latentemente feminicida (a veces feminicida sin más). Al tocarla, la hizo persona. Pero las hermanas Lisbon no son personas, sino un ideal. El choque entre materia y antimateria o entre discurso y corporeidad lleva al colapso que, en este caso, se manifiesta por medio del abandono irracional y, en otros, por medio de la violencia de género, ya sea sostenida o puntual.

He ahí el dilema irresoluble de la feminidad ideal en el patriarcado, el núcleo de The Virgin Suicides. Las hermanas Lisbon, en la película, no son sujetos reales, mujeres de carne y hueso, cuya tragedia tiene que ser develada o incluso denunciada… o al menos en cierta lectura no lo son. Son, más bien, un símbolo de una feminidad que no existe, ya que, en el momento de hacerlo, transmuta necesariamente en provocación y en inaceptable desafío para el frágil ego de la masculinidad hegemónica, siempre tan al borde de un ataque de nervios. Son una construcción discursiva que genera comportamientos y hechos aterradoramente reales, en muchos casos, pero que no tiene asidero en la realidad ni de la diégesis ni de nada: en The Virgin Suicides, los hombres no tienen idea de quiénes son las hermanas Lisbon sino que están hablando entre ellos, intentando explicar qué es eso que ellos quisieran llegar a conocer y a tocar (¿a “mancillar”?) de ellas pero que están, realmente, creando en el proceso mismo de hablar al respecto. Son bien patéticos, estos chicos… y me identifico. Yo también fui chico en una sociedad patriarcal y creo, francamente, que este filme está dirigido a nosotros, a ellos.

Lo interesante del caso es que esta narrativa feminista de la tercera o la cuarta ola, que pone en cuestión al mismo sujeto mujer y que analiza despiadada pero también cariñosa o al menos comprensivamente la mirada masculina (the gaze), es dirigida por una mujer, Sofia Coppola, quien es sin duda una de las mejores directoras cinematográficas de la historia y creadora de otros grandes textos fílmicos sobre la mirada masculina como Lost In Translation (2003) o Marie Antoinette (2006 [esta peli, en particular, tiene a Dunst también como protagonista y es, en mi opinión, el tesoro escondido de la oeuvre de Coppola]). Así, The Virgin Suicides es una obra maestra del cine y cantera absoluta de posibles análisis desde la teoría de género: película dirigida por mujer (la hija de uno de los directores hombres más aclamados de la historia, para más inri y ya que nos ponemos) y basada en la novela publicada por un hombre que trata sobre hombres que miran a mujeres y mujeres que se matan en el contexto de esa mirada. Los papers académicos al respecto se escriben solos.

En este “mes de la mujer” –como ahora se le llama a marzo, gracias al Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo, ese sí un día establecido y de tradición socialista y feminista–, quizás se trata de un buen texto, The Virgin Suicides, para recordarnos que la lucha continúa, por un lado, pero también que, por otro, el sujeto mujer y el sujeto “varón” que observa son, todos, parte de una inmensa construcción social y que ese, ese es el verdadero enemigo de la lucha que continuará. Smash the patriarchy.

To be continued

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