María tiene 46 años de edad, 16 de ellos como minera. Nunca ha encontrado nada, ni siquiera una piedra de poco valor. Tiene cuatro hijos y mientras ellos crecen a su lado en la quebrada, María espera que su suerte cambie.
Las mujeres de Mata de Fique, Muzo y Quipama suelen ser menudas y bajas de estatura, pero su imagen de fragilidad no se corresponde con la fortaleza que han desarrollado tras más de 30 años de caminos recorridos cargando sus palas para trabajar en la minería a cielo abierto. Son tan fuertes como cualquiera de sus compañeros varones, y aún más, porque algunas llevan a sus hijos en la espalda mientras remueven la tierra que llega suelta de la mina.
Las mineras de Boyacá buscan esmeraldas en las orillas del río, las famosas gemas colombianas consideradas las de mayor valor en el mundo. Estas piedras le han dado fama mundial a la región, especialmente a partir de los años sesenta, cuando la explotación de esmeraldas se convirtió en un negocio rentable, a tal punto que terminó desatándose un conflicto local en los años ochenta. A partir de entonces las comunidades de la zona donde se encuentran los más importantes yacimientos de esmeraldas en el mundo, vivieron lo que denominaron “la Guerra de las Esmeraldas” o “Guerra Verde”.
Debido a la violencia que existía en la región las mujeres en la minería bajo tierra eran una rareza, hasta ahora. Ellas se han ganado su espacio en el Occidente de Boyacá donde el panorama parece estar cambiando e incluso se está desafiando la leyenda de que “si las mujeres entran a las minas, las esmeraldas se esconden”. Ellas son las viudas de la “Guerra Verde” y se las encuentra en la minería a cielo abierto y en las minas subterráneas.
Marta Sofía Pineda nació en Chiquinquirá y se crió en Muzo. Es una Boyacense con más de 20 años viviendo en el sector minero, donde trabaja como enfermera. Para ella, la imagen que tiene el país de lo que es el sector minero es muy distinta a lo que realmente se vive en Boyacá. “Hablan y hablan de la violencia en Muzo y nosotros ya no tenemos violencia en la región. La llamada “Guerra de las Esmeraldas” ocurrió hace mucho, y los conflictos aislados que han sucedido en los últimos años son secuelas de ese enfrentamiento”.
Marta Sofía probablemente esté en lo cierto, ahora se puede caminar sin miedo por las calles de Muzo y Quipama, y quienes no tienen viejas cuentas que saldar con los capos que aún sobreviven al conflicto, no tienen nada que temer.
Para Méndez, líder comunitario de Muzo, el afán por conseguir riqueza fue lo que inició los conflictos entre los habitantes de la zona, cuando algunas familias quisieron apoderarse de las minas que estaban en las tierras de otros.
Durante años el conflicto se recrudeció y según lo que recuerda Catalina Díaz, una abuela de Quipama que, a pesar de sus 76 años, continúa como minera paleando en las quebradas de la zona, la guerra de las esmeraldas se convirtió en un asunto que “dejó miles de muertos, que no están en los censos ni en las estadísticas, porque en esa época recogían a la gente y se la llevaban a una fosa común. La mayor parte de las familias nunca supieron dónde quedaron las miles de criaturas desaparecidas o que perdieron la vida, porque desafortunadamente los municipios no contaban con los recursos adecuados para darles una digna sepultura”.
Según Méndez, el punto más álgido del conflicto lo vivieron los habitantes de las comunidades de Muzo y Quípama, cuando el 11 de octubre de 1989 “una banda de desadaptados agredió a un grupo de gente en la curva de la Virgen, los amarraron, les rociaron gasolina y los quemaron. Luego vinieron a las minas y le dijeron a los empresarios que los habían matado sus enemigos y que vendrían por ellos a hacerles daño”. A partir de ese homicidio un grupo de mujeres de la zona tomó la determinación de hablar con los empresarios, para contarles lo que de verdad había sucedido y proponerles que se organizaran entre ellos mismos para protegerse. Ese fue el comienzo de la pacificación de la zona:
“En ese momento comenzamos un proceso que nos permitió crear un comité central en el que había un contacto directo entre los empresarios y las comunidades de la quebrada. Eso fue muy importante porque desde entonces logramos tomar las riendas de la zona y propiciamos lo que necesitábamos, que nos miraran con respeto y con dignidad. Después de eso, logramos firmar, gracias a la mediación del Obispo de Chiquinquirá, monseñor Álvaro Jarro Tobos, un acuerdo de paz. Pero para los habitantes de Muzo y Quípama la Guerra de las Esmeraldas dejó un estigma que aún no logramos superar, un estigma que no existe aquí, sino en la mente de millones de colombianos que aún creen que la región está llena de asesinos, contrabandistas y narcotraficantes; porque el titular de la “Guerra Verde” todavía vende en los periódicos”.
La mancha que dejó la “Guerra de las Esmeraldas” en el sector los ha mantenido aislados durante años, los sobrevivientes al conflicto, que en su mayoría son mujeres y niños, continúan en la minería a cielo abierto mientras esperan que el gobierno central o las nuevas empresas que han llegado a la zona les ofrezcan empleo o les proporcionen algún tipo de apoyo para salir de la pobreza.
Para llegar a eso hay que cambiar las creencias que se tenían en la región, es por ello que una de las compañías transnacionales que se encuentra en la zona ha incorporado a mujeres en diversos departamentos de la mina, comenzando por las “campamenteras”, es decir las que se ocupan del mantenimiento de los campamentos donde vive el personal. Otras regentan, cocinan y atienden en el comedor. También están las que prestan el servicio de lavandería a los empleados que pasan veinte días de guardia viviendo en la mina. Igualmente hay mujeres en los distintos departamentos administrativos y en áreas técnicas como el Cuarto de Lavado, donde se revisan por última vez las piedras que se extraen de la mina en busca de las esmeraldas. Incluso, es una mujer, quien lidera el proyecto más importante para la empresa en este momento: la excavación de un nuevo túnel de explotación que en cinco años aspira tener más de 3.000 m. de profundidad.
Cuando terminó la “Guerra Verde”, surgieron micro empresas como Confecciones Mona Lisa que ofrece sus servicios de costura a las empresas de la zona para que puedan comprar los uniformes de sus trabajadores a mejor precio. Según cuenta Andrea, una de las fundadoras de la empresa estuvieron más de seis meses preparándose para tener todos los requisitos de ley y lograr que una de las transnacionales las contratara para hacer los uniformes de sus empleados y los de sus hijos para la escuela. “De esa forma nosotros podemos mantener la empresa y además darle trabajo a madres cabezas de hogar, que no tienen ingresos ni recursos pero que saben coser”, explica Luz María.
Para Andrea la solución a los problemas de Muzo no es complicada, pero es necesario que la propia gente del pueblo abandone la idea de la minería tradicional, esa de la riqueza que llega por un golpe de suerte.
Tanto Andrea como sus vecinos, esperan que a partir de ahora, las autoridades locales y nacionales, los organismos de desarrollo social, los medios y empresarios, dejen atrás las leyendas relacionadas con la “Guerra de las Esmeraldas” y se concentren en trabajar junto a la comunidad para mejorar el problema real que les afecta: la pobreza.
Según datos de la Agencia Nacional de Minería en Colombia, en 2013 se produjo un volumen de 2.627.078,22 kilates de esmeraldas. Y las regalías pagadas solo a Muzo durante 2012, ascendieron a más de 95.162.926 millones de pesos. Suficiente para esperar que los planes de desarrollo que las autoridades tienen para la región comiencen a dar frutos. Por ahora, las verdaderas mujeres de esmeralda no son las que recorren las alfombras rojas con las gemas verdes en sus joyas, son otras, con manos negras y cansadas que viven rodeadas de miseria. Esas mujeres de esmeralda conocen el valor de las piedras más que nadie en el mundo, porque para ellas valen tanto que hacen la diferencia entre morir de hambre o vivir con lo necesario.