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Mujer y cine hoy (Parte II)

La encrucijada del universo femenino ha tenido eco en el cine de la ciudad de la mano de directores y directoras en profunda sintonía con su asunto. Entre los directores, una película que exploró las relaciones de tal complicidad ha sido Sage femme de Martin Provost, con Catherine Deneuve (Béatrice) y Catherine Frot (Claire) en los roles estelares. El entorno médico visto en el film de los hermanos Dardenne, quedó aquí apuntado a través del personaje de Frot, quien trabaja como partera, e indirectamente por el de Deneuve, al estar enferma de cáncer cerebral. De hecho Béatrice vuelve, tras 30 años sin verse, a buscar apoyo de Claire, la hija de un antiguo amante; pero, en una vuelta de tuerca, será ella quien acabará ayudando a la joven a afrontar sus particulares fantasmas.

En la cámara de Provost, los encuentros y desencuentros entre ambas mujeres fueron punteados por la contraposición de paisajes urbanos y rurales, a fin de acelerar o ralentizar el choque de caracteres, e ir construyendo una zona de comunicación donde ambas pudieran quitarse las máscaras, y conducirse de una manera más natural y honesta consigo mismas y con la otra. De hecho el mismo Provost en Séraphine (2008), sobre la pintora Séraphine Louis, y Violette (2013) acerca de la escritora Violette Leduc, ya había demostrado su dominio del género de los women’s films, abordados con un detallado conocimiento de la psicología femenina, siempre acompañado por una cinematografía puesta a realzar las sutilezas del comportamiento de sus heroínas.

En el caso de Sage femme ello se logró contrastando las personalidades de ambos caracteres, en un tour de force hecho de contenciones y profusiones, donde la represión de Claire y la extroversión de Béatrice actuaron como una imagen y su reflejo pues, en el fondo, ambos comportamientos resultaron ser estrategias complementarias de sobrevivencia, dentro de sociedades donde la mujer es siempre vista con sospecha y recelo por el contingente masculino, acostumbrado a imponer una visión del mundo donde ellos serán el centro y ellas orbitarán a su alrededor.

Esta visión quedó completamente descartada en dos de las películas que más comentarios han despertado recientemente: Lady Macbeth y The Beguiled. La primera, dirigida por otro director, William Oldroyd, retomó el personaje shakesperiano en la figura de una Katherine (Florence Pugh) muy distinta a las del film de Martin Provost. De hecho, la joven esposa, encerrada en un castillo de la Inglaterra del siglo XIX y a merced de un padre y un hijo abusivos, no se doblegará a la violencia verbal y física de los hombres, sino que tomará el papel activo, siendo ella quien acabe asesinándolos y disfrutando abiertamente de su amante. Nuevos crímenes y extrañamientos la llevarán a vivir sola e independiente de todos en aquella mansión, logrando Katherine hacerse con esa habitación propia preconizada décadas después por Virginia Woolf, cual aspiración de toda mujer liberada y en control de sus sentimientos.

Una cinematografía minimalista, donde cada objeto tenía un peso específico muy concreto, y el uso de una cámara que privilegió los primeros planos y planos medios de Katherine, hizo más descarnado y denso el espacio fílmico, resaltando la teatralidad de las interpretaciones y los ambientes. De hecho, Oldroyd, quien es director residente del Young Vic Theatre londinense y se ha destacado como director teatral y de ópera, llevó esta experiencia a la película, desconstruyendo el género y privilegiando la pasión sobre la contención, lo cual desafía el molde victoriano donde se ha tendido a encerrar el género de época.

Las grandes panorámicas de paisajes desérticos y agrestes por los cuales Katherine camina sin compañía y decidida, constituyeron el fondo ideal para dibujar el carácter indomable de la protagonista, quien permanece no obstante intocada por las tormentas desencadenadas a su alrededor. La escena final donde, en plano de conjunto, ella se sienta en el sofá, en que tantos momentos de tensión vivió en el pasado, a esperar el nacimiento de su hijo como la continuación más de sí misma que de la estirpe familiar, condensó las preocupaciones más personales de la mujer de aquella época, idealizada por los romances del grueso de la literatura victoriana.

Aquí, sin embargo, Katherine se acercó más bien a las heroínas más audaces y emprendedoras del género, presentes especialmente en las novelas de Jane Austen como Lady Susan; una mujer calculadora y denodada, a la cual Whit Stillman llevó el pasado año a la pantalla en el film Love & Friendship, brindándonos igualmente un personaje lleno de matices y humores, dable de representar a la mujer en toda su complejidad.

Y fue ciertamente The Beguiled, dirigida esta vez por una mujer, Sofia Coppola (premio a la mejor dirección en Cannes) la película donde más elaboradamente pudo apreciarse el amplio registro de lo femenino, desde las distintas reacciones de un grupo de mujeres viviendo en un momento histórico similar al de Lady MacBeth, pero en el sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión.

El encuentro de una de las más jóvenes con un soldado enemigo herido, interpretado con gusto por Colin Farrell, a quien lleva a la decadente mansión donde ellas viven para curarlo, le sirvió a la cineasta para mostrar un crisol amplio de comportamientos, desde la inocencia a la sensualidad, pasando por, una vez más, la represión y la contención.

Martha (Nicole Kidman), la propietaria de la casa sureña, quien planea sobre las demás protagonistas y dirige las labores de tratamiento del herido, será igualmente quien dé el visto bueno para, entre todas, deshacerse del mismo envenenándolo, una vez mostrada la personalidad explosiva del soldado. Edwina (Kirsten Dunst), por su parte, se aferrará a él para obtener placer sexual y huir de aquella prisión a la cual sin embargo está condenada. Carol (Elle Fanning) se adelantará a su tiempo tomando, ella también, el rol activo en el proceso de seducción que acabará desencadenando el drama.

Basada en la novela A Painted Devil de Thomas P. Cullinan, la película fue llevada en 1971 a la pantalla por Don Siegel, con Clint Eastwood y Geraldine Page en los papeles estelares. No obstante esta versión, en palabras de la directora, “me pareció muy rebuscada y pensé en que yo iba a hacerla de manera muy distinta”. Efectivamente, si el film de Siegel objetualizó a las mujeres desde el ojo masculino, aquí ocurre todo lo contrario: es el hombre quien queda objetualizado por la mirada femenina.

Una fotografía que citó la pátina de los daguerrotipos, confirió al film una atmósfera irreal tanto en las escenas interiores, como en los exteriores rodados al interior de la intrincada vegetación semitropical de una región del estado de Virginia. Con ello la directora logró construir un gran vitral de imágenes desleídas por el paso del tiempo y las capas de sentido que, de manera aluvional, se acumulan sobre la historia de las luchas entre el norte y el sur de los Estados Unidos. Unas luchas que no han cesado aún, dada la profunda escisión entre ambas geografías, donde racismos e intolerancias siguen vigentes y, en gran parte, son culpables de lo incierto del panorama político actual.

De hecho fue Detroit de Kathryn Bigelow el film que mejor ha recogido la inseguridad, el pesimismo y el miedo, que el presidente norteamericano —elegido por encima del voto popular que hubiera podido traer a la Casa Blanca a la primera mujer jefe de estado del país— está sembrando a lo largo y ancho de la nación desde su ascenso al poder. Ello, trasladando a un primer plano el incidente que ocurrió en un motel de la ciudad de Detroit durante los disturbios raciales de los años sesenta del pasado siglo.

El abuso y asesinato de jóvenes afroamericanos a sangre fría, por parte de policías blancos que entraron violentamente al motel, se convierte aquí en una alegoría del creciente número de casos de violencia contra los jóvenes de color ocurridos en los últimos tiempos. Esto, sin contar el sustrato racista existente al interior de los cuerpos policiales, evidente cuando interrogan a quienes no responden al patrón ario, pues siempre son tratados con menos respeto y cortesía.

Bigelow, quien con The Hurt Locker (2008) se convirtió en la primera y única mujer hasta ahora en ganar un Oscar por mejor dirección, quizás porque dirige con un lenguaje considerado masculino, creó un tapiz de enorme intensidad emocional, mediante el uso del montaje fragmentario y los grandes primeros planos, donde podía apreciarse en detalle el sufrimiento de las víctimas ante la tortura física y psicológica a manos de la llamada justicia. El hecho de que posteriormente los policías fueran juzgados y absueltos, tal cual sigue ocurriendo en la actualidad, encendió todavía más los ánimos de la población negra, que continúa hoy sometida y humillada a manos de quienes controlan, manejan e imponen. Una situación dable de agudizarse, mientras el presidente siga azuzando los odios, y favoreciendo a quienes discriminan y controlan las armas, como acaba de suceder en la masiva masacre de Las Vegas.

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