Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Mugabe, mi ídolo

“Los que perdieron las elecciones se pueden suicidar, si así lo desean. Aunque mueran, los perros no se comerán su carne»
Robert Mugabe, 2013

Otro cumpleaños empavado. Cumplí 55 primaveras el jueves y la pasé depre, apenas comí 5 veces… mi único medio consuelo era que venía de un viaje a Bolivia para una cumbre con Evo. La paso bien con él, me gusta que me jalen, pero más pavoso imposible…

La cosa del cumpleaños viene mal. A finales de noviembre 2016 se murió Fidel, o lo que quedaba de él, para ser honestos. Y ahora, justo un año después, renuncia Mugabe, el único otro caudillo insepulto equivalente. «Yo sigo siendo el Hitler de nuestro tiempo…», proclamó en 2003.

¿Y ahora con quién cuenta uno? Con Putin no se puede, demasiado rata, imposible de confiar más allá de que nos dé fiao. Con Raúl, borracho y trastabillando, tampoco se puede. Además, lo suyo es heredado por apellido, no vale igual. Es mejor asumir peleando, venciendo por amor, como en mi caso…

Lo de Mugabe no era sólo la presencia, el caudillo de los diamantes con 37 años en el poder amasando fortuna a resguardo de los escuálidos de Zimbabwe que no volverán, sino además, con 93 calendarios entre pecho y espalda, era el presidente más viejo y con mayor tiempo sin soltar el coroto. ¡Dios, qué envidia!

Por algo negoció, además de lo acumulado que tampoco volverá, un bono de retiro de 10 millones de dólares, más salario vitalicio de $150 mil y otros $75 mil para su primera combatiente, e inmunidad para todos. O sea, no es un Ortega ni una Kirchner cualquiera. ¿Cómo hace uno para lograr algo así?

Mugabe imprimía sus propios dólares zimbabwenses y sobrevivió a una inflación endógena de 89.700 trillones por ciento (en serio), tras confiscar las tierras agrícolas en manos de la minoría blanca y negarse a pagar las deudas con el Fondo Monetario Internacional (eso me lo buscaron en Whiskypedia, yo ni sabía). Imagínate, o sea, ¡ni Fidel ni el barinés! Pero mejor no hablemos de ellos porque se me salen las lágrimas.

Parece que fue ayer cuando Mugabe estuvo en Margarita, en plena Cumbre de los Desaliñados 2016, con yo y mi persona como anfitriones. Ya lo admiraba tanto que quise preguntarle en ese momento cuál era su secreto, pero me fue imposible… tenía que atender a todos los caudillos y chulos por igual, además él se la pasaba roncando sabroso. ¡Qué envidia, grande hasta en eso!

Total que no tuve chance de chismear con él y ahora ya no está en el poder. Pero su legado queda y me da un fresquito saber que su sustituto tiene 75 años, fue su guardaespaldas, jefe del servicio secreto y responsable de varias matanzas. El apellido es impronunciable (Mnangagwa), pero le dicen «el Cocodrilo»… ay dios, ¿cómo será eso? Habrá que ver, pero de entrada me emociona, no lo oculto. Suena grande, gallardo y sinvergüenza, como a mí me gusta, perfecto para un gabinete mío.

Pero no puedo ocultar mi tristeza y preocupación. Esto de ser dictador se está volviendo más obsoleto que una máquina de escribir. Cada vez quedamos menos y el futuro pinta más negro que el propio Mugabe.

Allá en Cúcuta mi abuela decía: «pelao: respete pa que lo respeten». Pero eso ya no lo veo aquí. Los venecos me piden tolerancia y amplitud, pero no me dejan ser…

En medio de la confusión reinante, ¿será que a mí también me pueden ofrecer inmunidad, un bonito por los años de sacrificio y sueldo vitalicio? ¿Con quién habla uno para eso? Háganme a mí una oferta semejante y ya verán. O mejor dicho, ya no me verán…

Hey you,
¿nos brindas un café?