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Muerte en construcción

En menos de quince días, Manuel Colorado, 36 años, inmigrante mexicano, cayó 19 pies desde el edificio donde trabajaba, en Williamsburg, Brooklyn; Gurmeet Singh, 58 años, inmigrante indio, cayó ocho pisos desde el andamio adosado a la fachada del Hotel Dream en Midtown Manhattan; Lukasz Stolarski, 33 años, se desplomó 110 pies desde el techo de un edificio de oficinas en el centro. Poco antes, Jorge Juca, 29 años, inmigrante ecuatoriano, cayó de una escalera mientras trabajaba en la demolición y obras de renovación en un supermercado en el Bronx. Francisco Quizhpi, ecuatoriano, 40 años, cayó más de 14 pies mientras hacía la instalación de revestimiento de una casa en Far Rockaway, Queens. Claudio Patiño, 32 años, cayó a través de una abertura en el piso de abajo en el 124 de la calle Ridge en el Lower East Side. Carlos Moncayo, ecuatoriano, 22 años, fue aplastado en la remodelación de lo que era el antiguo restaurante Pastis que dará paso a una tienda de Restoration Hardware, en el Meat Paking District…

Muertos que son parte del auge de la construcción en NYC, un frenesí que hace surgir edificios comerciales y residenciales como por arte de magia frente a nuestros ojos, en los cinco condados; o veloces renovaciones que siguen al desalojo también veloz e inadecuado de inquilinos de renta estabilizada para dar paso a los que están dispuestos a pagar mucho más, en el fenómeno de rápida gentrificación que afecta la ciudad con el peligro de despojarla de su alma. Tantos más edificios como muchísimos más heridos y muertos en accidentes en las construcciones, en su mayoría entre los trabajadores inmigrantes indocumentados.

Aparentemente, según reporta un muy documentado artículo reciente del NY Times por David Chen –exhaustiva revisión de miles de páginas de informes de seguridad, notas manuscritas, dibujos, juicios y otros documentos, así como entrevistas con los familiares y amigos de los trabajadores muertos-, las medidas de seguridad en las construcciones dejan mucho que desear, de suerte que muchos de los accidentes mortales habrían sido «totalmente evitables.»

En la mayoría de los casos no se tomaron medidas básicas de seguridad, los trabajadores no llevaban arneses o cascos, -aunque lo exige la ley-, no tenían supervisión, y trabajando bajo presión para aminorar los tiempos, los obreros eran convocados a tomar peligrosos atajos.

Más allá de los accidentes que salen en las noticias, que son sólo una parte entre los que suceden en las construcciones en midtown, ocurren muchos más en proyectos más pequeños, entre trabajadores no sindicalizados, mal entrenados, a manos de contratistas a menudo con prontuario de citaciones por violación de normas de seguridad, en lugares menos notorios de la ciudad.

Según el Departamento de Edificios de la ciudad las muertes entre julio 2014-julio 2015, se duplicaron en relación a los cuatro años anteriores. Mientras los heridos aumentaron un 53 por ciento. Pero los permisos para nuevos proyectos de construcción crecieron sólo un 11 por ciento en el último año fiscal y los permisos para renovación sólo en un 6 por ciento. De manera que no se trata de que a más edificios lógicamente más accidentes, sino que a más construcción, menos cuidado… Que no es lo mismo. Aparentemente la consigna tiene que ver con que en este tipo de negocio, el tiempo es dinero, y una manera fácil de ser más rentable, consiste en reducir las medidas de seguridad.

La disposición del alcalde de Blasio de favorecer la construcción vertical para hacer la vivienda más asequible, y la incertidumbre sobre el futuro del programa de reducción de impuestos lucrativo para desarrolladores, hizo que muchos se apresuraran a presentar nuevos permisos de construcción este año.

Esa prisa, esas ansias de llenarse los bolsillos con urgencia mientras los vientos son favorables, construye la ciudad sobre las espaldas de inmigrantes recién llegados, sobre todo latinoamericanos sin papeles.

Cabe decir que la industria de la construcción siempre se ha apoyado sobre los sectores de población mas desfavorecidos: antes eran los irlandeses, luego los europeos del Este, más recientemente… y ahora nos toca a los latinos. Es así como entre los muertos en los últimos dos años, muchos eran especialmente vulnerables debido a su situación jurídica: mal entrenados, pagados en efectivo, siempre con miedo, sin derecho a hablar de las condiciones inseguras, bajo la presión de perder el trabajo pues muchos otros esperan por tomar su lugar… Su delito de haber apostado a una vida mejor los condujo a la muerte. Todo sucede bajo el anonimato, sin derechos, en la oscuridad del enriquecimiento de unos pocos gracias al trabajo de muchos.

El señor Gurmeet Singh, aceptó el trabajo en el Dream Hotel, como último trabajo antes de volver a su India natal definitivamente. Había llegado con visa de turista hace 13 años de un pueblo agrícola cerca de Kapurthala. Ciertamente, su cuerpo regresó a su pueblo para su sepultura.

Después que el Sr. Singh cayó, los demás trabajadores huyeron, y a la contratista responsable de los papeles de seguridad falsos, la falta de inspección, los trabajadores sin arneses ni cascos, se le impuso una multa $ 42.000. Ese era el valor de la vida del señor Singh.

El patrón es siempre similar,  las multas no ascienden a más de

$ 60.000. Digamos que se trata de una pequeña advertencia, una cordial reprimenda, que además la más de las veces los constructores ni siquiera pagan.

Pero a la familia del Sr. Singh no le pareció suficiente y presentó una demanda en la Corte Suprema del Estado en Queens, alegando negligencia. Además por los tres meses de paga que le adeudaban, según declarara una de sus hijas.

El Sr. Khan, contratista responsable, no devolvió las llamadas ni mensajes de texto, y los residentes de la vivienda de Brooklyn catalogada como sede de la compañía, dijo que nadie con ese nombre había vivido jamás allí. Un abogado de su empresa, se negó a responder a las preguntas por escrito, aduciendo que el litigio aún estaba pendiente.

De manera que si bien el accidente del Dream Hotel atrajo una cobertura de prensa, al final el señor Khan siguió adelante en el negocio de la construcción como si nada. Cuatro meses después de la muerte del Sr. Singh, se le concedió un permiso para renovar un edificio de alquiler estabilizado de seis pisos en el Upper West Side.

¿Qué decir de los latinos que mueren y sus familias tan “ilegales” como ellos, no se atreven a reclamar mucho menos demandar? La mayoría de los trabajadores latinos que mueren en la construcción, mueren de la forma en que vivían: anónima.

A nivel federal, la administración de la seguridad tiene sólo 33 inspectores que cubren la ciudad y 66 inspectores en todo el estado. La administración de Blasio, entonces preocupada por la seguridad, planea contratar a cerca de 100 inspectores adicionales de construcción, y está invirtiendo en mejorar la data para lograr identificar y eliminar a los contratistas problemáticos. También elaboraron un nuevo código de conducta para la industria de la construcción. Pero al DOB y el Departamento de Preservación de la Vivienda y Desarrollo, históricamente es uno de los más corruptos. Según los investigadores los trabajadores tienen  también responsabilidad cuando obtienen  tarjetas de seguridad falsas. Pero si

tienen que pagar $ 300 por el curso de seguridad y perder dos días de trabajo, por supuesto que les resulta más fácil y conveniente entonces pagar de $ 25 a $ 80 por las fotos y la acreditación fraudulentas. ¿Cuál es la solución? ¿Indicar en tu documento de identidad, tu escogencia religiosa si es musulmana, a la manera de la marca de los judíos en la Alemania nazi? ¿Detener a los indocumentados… confiscar sus tarjetas falsas… devolverlos al país que los vio nacer pero de donde tuvieron que huir buscando mejores condiciones de vida?

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