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Mosca con el feminismo

… sobre todo el que llaman de cuarta generación. Presume de largo alcance, es amplio y diverso, incluyente y de apariencia indetenible, es sobre todo digital. Un feminismo que sin dejar por fuera los temas de siempre, como la desigualdad de remuneración y la violencia doméstica aun vigentes, asume la denuncia de una nueva serie de problemas, como la misoginia en línea, las campañas de desprestigio en las redes por acusaciones sexuales, las violaciones impunes en las universidades, la violación de los derechos de las mujeres en los países en desarrollo… Un feminismo casado con el body positive movement (movimiento del cuerpo positivo, o de aceptación del cuerpo, podríamos traducir), el arma de defensa por excelencia contra la guerra sicológica a la que estamos sometidas las mujeres por la publicidad que impone una estética anoréxica, y que no solamente nos descalifica y roba toda la confianza y seguridad en nosotras mismas, sino que nos tiene sometidas a una dieta constante, al tiempo que consumiendo atuendos sin tregua, buscando completar una imagen que nada tiene que ver con lo que verdaderamente somos. 

Esta tendencia, a manos de millennials, como les corresponde según la cantidad de vida que han invertido en el uso alienado y alienante de la multitud de plataformas de la web, cuentan con unas capacidades comunicacionales casi ilimitadas, verbo y gracia de la web. Súmesele a eso, la fuerza de artistas, creativos, influenciadores sociales y farándula, voces como la de la dramaturga aborigen, Nakkiah Lui, o Lena Dunham, creadora de Girls, Beyoncé, Miley Cyrus, Nicki Minaj o Emma Watson y sus discursos en la ONU a favor de HeforShe… hasta llegar a Hillary Clinton con el renacimiento de Alicia Machado, personalidades todas que prestan su gestión de imagen pública a la defensa de la equidad de género y se autoproclaman feministas.

A este feminismo le roncan los motores, los beneficios son contantes y sonantes: después que cantan, se vende la música, después que denuncian, se suman los votos. Pareciera una fórmula aceptada, que nos brinda la ilusión de que somos cada vez más feministas todos y nadie puede decir que eso es malo… Pero si te tomas un par de minutos para pensarlo un poco más allá, es fácil llegar a la sospecha de que en la misma medida en que se riega, ese feminismo pareciera ser cada vez más inofensivo, importa menos. Convertido en consumo se desactiva su fuerza para cambiar las cosas, asimilado por el enemigo se desconecta de sus verdaderos objetivos.

La nueva campaña de H&M, -la marca multinacional sueca-, bailando al son de la comparsa, sirve el ejemplo en bandeja de plata.

El video “feminista” que lanzó para su colección de otoño, generó 2 millones de visitas en dos semanas. Al son de “She is a Lady” (Ella es una Dama), de Tom Jones -sin comentarios-, sucede una secuencia de mujeres, que vestidas en H&M, rompen todos los estereotipos de lo que significa ser una dama: la boxeadora Fátima Pinto, se admira el cuerpo moldeado por su oficio, en la exuberancia de sus músculos perturbadores, frente al espejo, embutida en un breve vestido negro; la modelo de axilas peludas, Arvida Bystrom, de brazos abiertos, sonríe descarada, esparramada en una cama de sabanas desordenadas; la músico Jillian Hervey, se escarba los dientes con un tenedor, en un restaurante fino, en la mitad de una conversación; la modelo Iselin Steiro, se sienta con las piernas abiertas en un tren con cara de que no le importa nada, y la mujer de negocios exitosa, Pum Lefebure preside una reunión en una sala de juntas, a la macha; la modelo calva Casja Wessberg, Lauren Hutton con sus 72 años, la trans Hari Nef, y las modelos XL, Paloma Elsesser y Katy Syme, también juegan su papel en esta liberación femenina para H&M, elevada a nivel de pantalla gigante en Times Square.

Este feminismo que se institucionaliza en la sociedad de consumo, estas maneras de ser mujer que se exponen, aspirando al respeto que tiene todo lo que dicta la moda, rápidamente consiguió sobrepasar lo que se esperaba en twitería, el Sydney Morning Herald, el TIEMPO, el Huffington Post y Pedestrian TV, aplaudieron con adjetivos como «impresionante», «alucinante», “exraordinario”,  haciendo realidad el sueño de todo anunciante: la publicidad gratuita.

El portavoz de H&M, orondo y satisfecho, explica: «La última campaña celebra la diversidad, así como las mujeres de diversos orígenes, que son inspiración, alentando a las mujeres en todo el mundo a que asuman su estilo personal y se enorgullezcan de lo que realmente son y lo que representan.»

Tanta simpatía hace olvidar que se trata de una publicidad, con fines comerciales, de venta de productos, y no de una declaración de principios a favor de las mujeres que padecen una sociedad patriarcal. Tratando de poner las cosas en su sitio, digamos que comprar en H&M no te hace feminista, ni mucho menos te hace participar de ninguna acción a favor de las mujeres que viven en situación de injusticia. Muy por el contrario:

A principios de este año, un informe elaborado por la “Alianza Salario Digno” en Asia, denunció que H&M estaba explotando de forma rutinaria a su personal. Basado en 251 entrevistas con trabajadores de la confección, el informe afirma que los empleados de 11 de las 12 fábricas proveedoras de Cambodia, afirmaron que habían presenciado o experimentado la terminación de contratos durante el embarazo. En la India, los 50 miembros del personal entrevistados, dijeron que las mujeres embarazadas eran normalmente despedidas. En un sector laboral, predominantemente femenino, esto es más que un detalle. Sobre todo porque el informe también denuncia multitud de casos de acoso sexual en el trabajo, que son tantos que ya se asumen como rutina.

¿Cómo se combina esto con el loable comercial de H&M, tan feminista?

Para completar, en Turquía, se han descubierto recientemente niños refugiados sirios en sus fábricas, y el informe de “Human Rights Watch” del año pasado, referido a la industria de la confección en Cambodia, denuncia que al personal de la fábrica de H&M, se les obliga a trabajar horas extras, sin paga. Si es verdad que H&M lanzó en 2013, el proyecto “Método de Salario Justo”, extendiéndolo a 20 de sus fábricas en Cambodia, pero la verdad es que el personal de esas fábricas sigue ganando $ 178 al mes, por debajo de lo estipulado como sueldo mínimo en la mediana industria.

Y sin irnos tan lejos como a Cambodia, basta entrar en cualquiera de sus tiendas de Nueva York para darse cuenta de que no hay una sola vendedora XL, y lo que es peor, tampoco se encuentra ropa XL en los anaqueles; según explican, no tienen espacio para ellas.

Así es el feminismo de H&M, -seguramente por recomendación de su agencia de publicidad, Forsman & Bodenfors, responsables de la fábrica del engaño-: lo único que aspira es vender su producción de ropa barata y mal hecha, y si por eso hay que hacerse feminista de video, pues ¡venga el feminismo! Puestos en la situación de tener que vender toneladas de trapos, están dispuestos a cualquier cosa, y si no, que les pregunten a las empleadas del sureste asiático que son las los cosen.

A todas estas, pareciera aun necesario decir que el feminismo es mucho más que una tendencia para el otoño de 2016, mucho más que una mujer curveada cantando en pantaletas o haciendo gestos obscenos, mucho más que atreverse a dejarse crecer los pelos de las axilas, rasparse la cabeza, abrir las piernas en el subway, prenderle candela a las calles y romper los hidrantes al paso. El feminismo es una lucha que ha de ser de todas las mujeres y los hombres, mientras sigamos viviendo tiempos de injusticia institucionalizada, segregacionismo, racismo, violencia y de hambre. Es un asunto serio. Incluso a la hora de comprar las franelas más baratas.

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