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Félix J. Fojo - ViceVersa Magazine

Morir joven (Parte II)

La lista de actrices y actores cinematográficos fallecidos en plena niñez, adolescencia o juventud por diversas causas es enorme: Lucille Ricksen, Natalie Wood, Gerard Philipe, Matthew Garber, Sharon Tate, John Belushi, Sal Mineo, Anissa Jones, Heather O’Rourke, Dominique Dunne, James Dean, Robert Knox, Michelle Thomas, Judith Barsi, Heath Ledger, Lisa Robin Kelly, Corey Haim, Jonathan Brandis, Ashleigh Aston Moore, Soledad Miranda, Johnny Lewis, Thuy Trang, Lucy Gordon, Brad Renfro, Brandon Lee (el hijo de Bruce, también muerto muy joven), Michael Cuccione, River Phoenix (el hermano de Joaquín), Cory Monteith, Skye McCole, Chris Farley, Chris Penn (el hermano de Sean), Dana Plato, Paul Walker y Brittany Murphy, por citar unos pocos.

Pero queremos referirnos con más detenimiento, quizás sea un capricho personal, a uno que murió no demasiado joven: John Cazale.

Pregunta de Trivia: ¿Quién es el único actor en la historia de la cinematografía en el que todas, absolutamente todas las producciones en las que trabajó fueron nominadas a mejor película en los Premios Oscar?                                                      

Respuesta: John Cazale.

Sí, estimado lector, leyó bien; John Cazale ha sido el único actor en la historia del cine en el que todas las películas en las que actuó fueron nominadas al Oscar. Un record difícil, muy difícil de emular.                                 

Veamos cuáles fueron esos largometrajes: El Padrino I (1972), La conversación (1974), El Padrino II (1974), Tarde de perros (1975), El Cazador (The Deer Hunter 1978) y El Padrino III (1990). Cuando Cazale actuó en la penúltima cinta se estaba muriendo de cáncer de pulmón y Robert DeNiro, como un hermano para él, tuvo que poner su salario en prenda para que lo dejaran terminarla, pero lo hizo, y la película fue un éxito. En la última producción Cazale llevaba muerto doce años y lo pusieron a trabajar en un cameo con material de archivo.                              

Fue John Cazale un maestro del teatro, incluso del shakesperiano más exigente (En el teatro conoció a Meryl Streep y Al Pacino), y uno de esos hallazgos que cambian para siempre la actuación secundaria en grandes superproducciones. Fue un tipo simpático, aunque no lo pareciera en la pantalla, y un amigo de sus amigos. Fue un factor de equilibrio en el set y fuera de el a pesar de sus un poco extraños papeles de perdedor.

En algún momento han preguntado a los actores, directores y guionistas Robert DeNiro, Al Pacino, Meryl Streep (que fue su novia y estuvo con él hasta el final), Gene Hackman, Francis Ford Copolla, Sidney Lumet, Frank Pierson, Michael Cimino, John Savage, Christopher Walken, Steve Buscemi, Sam Rockwell y Richard Dreyfus acerca de que actor ha influido más en ellos a través del tiempo. Todos respondieron lo mismo: John Cazale. La siguiente pregunta se refería al mejor actor como compañero de plató en filmaciones difíciles. La respuesta, pues claro, John Cazale.

Acababa de cumplir 42 años al morir.

Dejemos el cine y adentrémonos en el complicado mundo de la música. Conozcamos, con el pecho apretado, «El Club de los 27».

Mientras dormitaba o ya inconsciente, probablemente a causa de las drogas duras, en la piscina de su casa se ahogó, el 3 de julio de 1969, el guitarrista y compositor de la banda The Rolling Stones, Brian Jones. Tenía al morir 27 años de edad. Cosas así eran relativamente comunes en aquellos años desatadamente locos de la era de la Guerra de Viet Nam, solo que un año después, en 1970, moría asfixiado por su propio vómito el que ha sido considerado por los especialistas el mejor guitarrista de la música pop, el norteamericano Jimi Hendrix, y tenía también 27 años al fallecer. El mismo año, solo 16 días después de Hendrix, expira en su cama, por una sobredosis de heroína y alcohol, y a los 27 años de edad, la irreverente e icónica cantante norteamericana Janis Joplin. Seis meses después, en julio de 1971, muere, por una insuficiencia cardiaca de etiología muy poco clara, quizás también inducida por las drogas y el alcohol, el cantante de la banda The Doors Jim Morrison. Tenía… pues sí, amable lector, tenía 27 años de edad.

¿Qué significa esto? Pues… una simple casualidad, ¿no?

Solo que esa simple casualidad ha despertado el interés, el morbo más bien, de millones de personas y los casos de importantes figuras de la música que han muerto a los 27 años de edad, antes y después de los cuatro originales miembros del llamado Club de los 27 se han multiplicado. Y mucho.

Veamos algunos ejemplos.

Todos saben que Kurt Cobain, cantante y guitarrista de Nirvana, se suicida en 1994 y que la formidable cantante de jazz y R&B Amy Winehouse se mata bebiendo botella tras botella de vodka en el 2011, los dos, claro está, a los 27 años.

Lo que ya no tantos conocen es que a los 27 años de edad mueren el compositor brasileño Alexandre Levy en 1892, el músico norteamericano de ragtime Louis Chauvin en 1908, el guitarrista de blues y compositor Robert Johnson en 1938, el pianista de jazz Nat Jaffe en 1945, el saxofonista Bob Gordon en 1955, el cantante de rhythm and blues Jesse Belvin en 1960, el boricua y cantante de tríos y boleros Cheíto González en 1962, el cantante de la banda “Spanky and Our Gang” Malcolm Hale en 1968, el músico de bandas Alan Wilson en 1970, el director y músico de “Dyke & the Blazers” Arlester “Dyke” Christian en 1971, el miembro de “Grateful Dead” Ronald “Pigpen” McKernan en 1973 y el cantante de “Bloodstone” Roger Lee Durham también en 1973.

Y ahí terminamos con esto, ¿no?

De ninguna manera, estimado lector. En 1974 se mata en un accidente de aviación, por supuesto, a los 27 años, Wallace Yohn, cantante de “Chase”, el músico de “The Stooges” David Michael Alexander se suicida en 1975, el compositor y cantante Pete Ham también se suicida el mismo año y el músico de bandas Gary Thain muere en ese mismo y fatídico 1975. Y continuamos. La compositora y magnífica cantante (la compararon y la comparan todavía con Joan Manuel Serrat) Cecilia (Evangelina Sobredo Galanes) muere en un accidente de carreteras en 1976.

En 1977 muere el tecladista de “Triumvirat” Helmut Kollen, en 1978 el cantante de Icewater Chriss Bell, en 1985 se mata en un accidente D. Boon, músico de The Minutemen, en el 89 se estrella con su motocicleta el pianista Pete de Freitas y en 1993 asesinan a Mia Zapata, la cantante de The Gits.

¿Terminamos?                                        

No, no, que va. Kristen Pfaff, músico de Hole muere por una sobredosis de heroína en 1994, Richey James Edwards desaparece sin dejar rastro, claro, con 27 años, en 1995, el tecladista Fat Pat es asesinado en 1998 y el cantante de Lost Boyz Freaky Tah también es asesinado en 1999. El pianista japonés Kami muere de un accidente vascular cerebral en 1999, el cantante español Rodrigo Bueno se va en el 2000, el músico norteamericano Sean McCabe muere también en el 2000, la española María Serrano, voz de Passion Fruit fallece en un accidente de aviación en el 2001, Jeremy Ward, músico de The Facto muere de una sobredosis de heroína en el 2003, también de una sobredosis fallece Bryan Ottoson, de American Head Charge, el mexicano sinaloense Valentín Elizalde es asesinado en Reynosa en el 2006, el trompetista Richard Turner se despide en el 2011 y la mezzosoprano austriaca Nicole Bogner fallece en el 2012 probablemente a causa de un cáncer.

¿Ahora sí terminamos con esta atroz lista, no es cierto?

Sí, por el momento sí. Pero… quien sabe…

¡Solavaya!

Cerremos este breve ensayo recordando la muerte de dos famosos caballeros que, aunque no tan jóvenes al momento de fallecer, se encontraban todavía en la cima de sus carreras (quizás descendiendo ya de ella) y fueron, y siguen siendo, sin la menor duda, dos íconos de la juventud (y de los no tan jóvenes) norteamericana, latinoamericana y mundial: los norteamericanos Elvis Aaron Presley y Michael Joseph Jackson.

El 16 de agosto de 1977 en algún momento de la madrugada, cerca del amanecer, muere físicamente, a los 42 años de edad, Elvis Presley. Para el autor de este ensayo la persona que fallece en el interior del gigantesco y estrafalario cuarto de baño con un trono negro brillante como inodoro, espejos, televisores, teléfonos y ducha circular de tres metros de diámetro de la mansión de Graceland no es Elvis Presley. Y no lo es porque se haya escapado dejando otro cuerpo, como alegan algunos, o por una de esas extrañas teorías conspirativas tan al uso, no, sino porque el Elvis Presley de mi adolescencia y mi juventud (y también el que todavía escucho en discos seleccionados) ya no habitaba aquel corpachón obeso y blando atiborrado de calmantes, analgésicos, antihistamínicos, sedantes, antidepresivos, antibióticos y de cuánto se le ocurra.

Mi Elvis Presley personal no es precisamente el del rock and roll (en realidad el denominado rockabilly, esa fusión de rhythm and blues y música country con tempo acelerado y bailes acrobáticos), aunque eso no quiere decir que no lo disfrutara en su momento, sino el de la dicción perfecta, el de la tremenda y cálida voz de “Love me tender”, “The wonder of you” y el sonido profundamente afroamericano de “Amazing Grace”, que por algo Elvis se crió en el sur profundo y metido en las iglesias. Y por supuesto, esa soberbia Trilogía Americana, sobre todo el “Himno de Batalla de la República” que (por lo menos a mi) eriza los pelos.

Hablar de las causas de la muerte de Elvis Presley es repetir y repetir lo que tantas veces se ha dicho. Obesidad descontrolada, sobredosis de algún medicamento (se encontraron cifras importantes de 16 drogas distintas en su cuerpo), arritmia cardiaca, infarto del miocardio (no parece haber sido esta la causa aunque tenía ya una severa ateroesclerosis coronaria), estreñimiento crónico con impactación fecal (una posible causa de arritmia cardiaca de esfuerzo), esteatosis hepática con daño celular avanzado, hipertensión arterial severa para la que consumía diversos medicamentos y un serio desbalance en sus sistema nervioso acompañado de una depresión crónica.

¿De que murió entonces Elvis Presley?

Pues para mí, murió de éxito. El jovencito amable e inseguro de Tupelo no pudo con tanto, que a veces la gente cree que el dinero y la fama no matan, pero sí, de vez en cuando lo hacen, y cuando lo hacen, lo hacen muy temprano.

¿Y el otro?

Pues el otro, Michael Jackson, de jovencito no tenía nada al momento del óbito, pero lo parecía, o quería parecerlo, que es una obsesión peligrosa.

Al igual que en el caso de Elvis Presley, las horas finales de Michael Jackson han sido relatadas extensa y morbosamente por la prensa y son bien conocidas por el público. Un hombre de una gigantesca energía que le permitió trabajar en los escenarios, los estudios de grabación y los sets de filmación de videoclips (los mejores de la historia de la música en su momento y ahí siguen) desde niño como un galeote, se había vuelto frágil y se estaba viniendo literalmente abajo en los últimos años de su carrera.

Resulta evidente que Jackson no podía con la carga que él mismo se había impuesto para realizar un tour mundial con 50 presentaciones públicas en stadiums y salas gigantescas. De hecho, no pudo terminar ni uno solo de los ensayos previos. Es lamentable decirlo, pero el Michael Jackson en vivo que nos deslumbró alguna vez y por casi cuarenta años ya estaba acabado.

Y él lo sabía.

El que conoce algo del mundo de la música moderna sabe que el subidón de adrenalina al que están sometidos constantemente los artistas de espectáculos de masas es enorme y termina por pasar la cuenta. Y el eterno adolescente, el jovencísimo Michael Jackson en realidad tenía cincuenta años de edad al momento de fallecer.

¿Fue el Propofol, un anestésico mal administrado por un médico irresponsable? ¿Fue la mezcla de benzodiacepinas, calmantes y analgésicos? ¿Fue el insomnio pertinaz y casi imposible de tratar? ¿Fue el lupus eritematoso sistémico que padecía desde hacía años? ¿O fue la suma de todo esto?

Fue la suma de todo y la llama permanentemente encendida de un genio enorme de la música, la coreografía, la danza, la producción artística y el canto que se apagó de pronto. Y cayó, de golpe, en la mañana del 25 de junio del 2009, el telón.

Pero el espectáculo debe continuar.

Y continúa.

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