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Moonshinners

Tratar de entender es hacer conexiones. De manera que es a la vez un asunto de escogencias. Escoges qué poner en relación para luego producir conclusiones. Es así que todo juega. Absolutamente todo. A la hora de pensar importa si has comido o no, si dormiste o amaste la noche anterior, si es lunes o viernes, día de fiesta o en la oficina, o quién ganó las elecciones presidenciales, si estás en la universidad o de vacaciones…

El caso es que llegas al aeropuerto de Newark y es difícil establecer conexión… no entre vuelos sino humana. Todo lo haces solo y a través de máquinas, sin hablar con nadie, empezando por el check in, cuando te equivocas de número de reservación y no apareces registrado en la máquina, ¿qué es lo primero que piensas? Que hay un problema técnico, algún error en la máquina, te acercas al mostrador, le explicas a la agente de la aerolínea, ella no te consigue en su pantalla tampoco, pero tú pagaste el pasaje, ¿cómo es que no apareces? La cosa adquiere el tono que da la angustia, ¿quedan puestos en el avión? La encargada te responde que pocos pero que deberías tratar de recuperar tu dinero antes de comprar otro pasaje… O sea que te estafaron. Cualquier cosa es posible cuando el pasaje lo compraste por Internet, sin hablar con nadie y te llegó por email.

Buscas el email, hay un numero 800 en el encabezado, te apuras en llamar, te atiende una máquina, te pone en espera, hasta que atiende un hombre de inglés hindú que trata de entender del otro lado de la línea, del otro lado del mundo, y él te da un nuevo número, el otro número estaba en otro email, ¿fuiste tú el que te equivocaste de número? La empleada de la aerolínea te manda de nuevo a la máquina, vuelves a empezar con los nervios de punta, pero esta vez la máquina reconoce el número, y todo parece volver a la normalidad. La máquina reconoce tu disposición a viajar, tu inversión, tu familia que te espera en cuatro horas en algún aeropuerto… Pero quiere saber más, te pide el pasaporte, lo insertas, no lo lee, lo vuelves a insertar, no lo lee, lo vuelves a insertar, lo lee, sientes un alivio bien parecido a la felicidad, estás legitimado, ahora sí, la máquina te imprime el boarding pass y el ticket de la maleta.

Renovado en tus derechos te vuelves a acercar al mostrador con tus maletas, las depositas en la plataforma que detecta el peso, sudas, el número asciende pero ¡bingo!, no pasa el límite de lo permitido, no tienes sobrepeso, te alivias, todo lo que empacaste se va por una correa mecánica y tú puedes empezar a olvidar el stress de empacar, la angustia por no olvidarte de nada, el tráfico en la vía al aeropuerto… por fin te puedes empezar a entregar a la idea del viaje por placer, olvidada incluso de que entre todo lo que cargabas encima, también está tu vestido favorito, los tacones para la boda de tu sobrina, los regalos de navidad ahora más que nunca para tus amores que esperan en Venezuela, te entregas…

Caminas buscando otro número, el de la puerta de embarque, hasta que llegas a una cola frente a un marco detector de metales, todos entregan el pasaporte, te toca, entregas el pasaporte, sigues la cola, pones tu cartera en la correa rodante, pasas el umbral de un detector, recoges tu cartera, llegas a tu puerta de embarque, hay un restaurante más allá, faltan dos horas para abordar, te mereces por lo menos una cerveza.

Te sientas en la barra, frente a un ipad encendido, ¿beber o comer? ¡Beber! ¿Qué tipo de bebida? Ruedan todas arriba, todas abajo, seleccionas, descubres que lo puedes pagar con tus millas, ¡por fin te van a servir para algo las millas!!!! Entonces buscas entre los whiskys un Macallan de diez años, te piden tu número de viajero frecuente, lo buscas hasta que lo encuentras en tu celular, pero luego te piden una contraseña, ¿de cuándo a acá tú tienes una contraseña de viajero frecuente? Es una trampa. Lo del viajero frecuente y las millas, es una trampa. Los que te dicen que se fueron de vacaciones a Tailandia usando sus millas te están mintiendo. Ya ni rabia te da. No sabes por qué lo intentaste. Con naturalidad desistes del Macallan, y pagas tu cerveza con tu tarjeta, es muy sencillo, solo la tienes que deslizar en la ranura que tienes en la mesa, justo enfrente de donde está posado el cuchillo plateado pero de plástico, supones que por medidas de seguridad, aunque el tenedor es de dientes largos y afilados de metal, con el que podrías perforar la yugular del más pintado. Es difícil siempre entender las leyes de seguridad. Es como una patente de libre ejercicio de la arbitrariedad. Así como que las tarjetas de crédito te las trancan siempre cuando sales de compras por navidad, o cuando estás viajando de vacaciones… los bancos son especialistas en asegurar tu dinero cuando más lo necesitas o lo quieres usar. Como si lo protegieran de ti. Como si lo hubieran gastado y tratan de ganar tiempo antes de tener que devolverlo… ¿será?

Después de la cerveza todo parece más sencillo. Pides una hamburguesa sin pensar en dieta ni salud, estás de vacaciones, y así con la felicidad que dan las papitas fritas, llegas a la hora de abordar. Y aunque no es Easy Jet ni Ryan Air o Jet Blue sino la United Airlines de siempre, la comida la tienes que pagar. Las películas también, negocio redondo de Direct TV. Entonces miras el único programa que te pasan gratis, Los Moonshiners de Discovery Channel. Y aunque no tienes idea de lo que es un moonshinner, no tienes otra opción en la pantalla y emprendes el viaje. Rápidamente entiendes que los moonshiners son los que producen alcohol ilegal en las montañas Apalaches de Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee y Virginia. La serie muestra sus esfuerzos en la producción de licor de arándano, de manzana, de maíz… las técnicas de evasión de la ley, la vida en esas montañas…

Todos usan overall, son rubios originales de la América profunda,  hablan inglés con un acento tan fuerte que a veces son necesarios los subtítulos en inglés para saber lo que dicen, destilan alcohol ilegal, en medio de los bosques tipo Breaking Bad, cientos, miles de galones, gota a gota, y sin permiso. En un vuelo de Nueva York a Panamá ¿lo único que puedes ver en la pantalla encimada a pocos centímetros para tu entretenimiento, es un programa de destiladores de licor ilegal de ojos verdes? No una vez, cuando se acaba, te lo vuelven a poner. ¿Por qué justamente ese programa y no uno sobre las especies de mariposas nocturnas asiáticas? O sobre la gastronomía rusa o los pueblos olvidados después de Chernobyl, o que te permita aprender a hacer una tortilla de papa que te quede cremosita por dentro, o que te muestre las maravillas del último desfile de Gucci… Mínimo algún episodio de las Kardashian… No sé por qué, por aquello de las conexiones que se hacen casi que solas según todo lo demás que flota en el aire y te invade el espíritu, tal vez, veo el programa de los Moonshinners y pienso en Trump. 

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