Imagino que la caja en la que se fue para siempre Montse Pecanins, a los 92 años, era de cristal como las que solía fabricar para representar sus teatrines, llenas de muñecas hechas de papel maché o pasta; vestidas de encajes y terciopelos de colores; con pestañas postizas y collares de pacotilla. Hace muchos años, cuando Montse vivía en Nueva York, empezó a hacer estas cajas, las cuales por cierto le salían carísimas. Un día, el pintor inglés Brian Nissen la ayudó con la sierra eléctrica a cortar estas cajas. «Brian es mi marido, mi ingeniero, mi amigo. Brian es todo. Es el hombre que más ha querido a mis hijas y a mi nieto. Todos lo adoran», escribió Pável Granados en su maravilloso libro Teatrines y bataclanas, publicado en el 2013 por el Museo de Arte Popular. Gracias a la beca Guggenheim, Montse y Brian vivieron en Nueva York, más de veinte años. «Soy muy poco adicta a los gringos. No tomo Coca-Cola, no me gustan las hamburguesas, ni los hot dogs. Las banderas gringas me ponen histérica, hablo inglés como Tarzán». Eso sí, Montse y Brian, vivían en un «loft» precioso con una terraza magnífica, en donde empezó a cultivar jitomates. «Me gustaba mucho dar comidas para todos mis cuates. Tuve incluso colibríes que venían a comer. En verano, cada día me tomaba el café en la terraza. Me agarraba una cesta, como si estuviera en el campo. Uno tiene que hacerse metáforas para poder aguantar lo que no le gusta. Después decidí pintar las feas paredes de la casa de al lado, con una escoba y un palo enorme, le puse un pincel y pinté en toda la pared un jardín eterno con buganvilias y glorias y magueyes, y todo el mundo lo veía y me decía: ‘¡Pero qué es esto tan hermoso!’ Me amarraba con una cuerda, porque de mi edificio a otro había como un metro y medio, y pintaba la otra pared. Con una cuerda me amarré, para no irme abajo, porque si me voy abajo, en una de ésas ya no la cuento».
Montse decía que México tenía el color del colibrí, porque «…la gente era blanco, azul y verde. Cuando llegué aquí, me di cuenta de que el cielo era bellísimo, porque es transparente. Pero me parecía que estaba lejos. Porque es un claro bellísimo, pero es lejano». Montse llegó a México, con sus padres y sus hermanas gemelas, Tere y Ana María, a «hacer la América», en los años 50, por eso decía que eran «hijas de la guerra y la posguerra». En esa época nada les gustaba más que ir al Cine Teresa a ver películas de cabareteras. En 1963, «Las Pecas» fundan la célebre galería que llevaba su nombre y que fue como una: «puerta de entrada a un nuevo panorama del arte mexicano, puente de La Ruptura» (Reforma). Entonces las tres hermanas Pecanins, eran muy bonitas y llamaban la atención por ser igualitas y por su forma tan original de vestirse y de peinarse, eran como hippies, pero muy sofisticadas. Muy pronto se convirtieron en la Zona Rosa en una verdadera institución; todo el mundo iba a su galería: artistas, periodistas, escritores y poetas.
Montse se hizo mexicana y adoraba nuestro país: «… yo me considero absolutamente mexicana y catalana, ¡pero absolutamente! Porque de México yo aprendí mucho. ¡Cómo es posible que al mexicano le preguntes: ‘¿Quién es la Coatlicue? ¿Quién es el Chac Mool?’ y no sepa quién es! Aquí hay miles de lenguas. Es una maravilla. Cuando yo llegué aquí en el año cincuenta, el Museo de Antropología estaba en el Centro, tenía uno que quitar el polvo para ver, porque nadie iba. Mi papá compró unas mascaritas sonrientes de Veracruz, porque las vendían por cualquier lado. La gente muy fina le decía: ‘¡Ay! no compres eso que es de mal agüero’. Y ahora, presumen que tienen una colección, por el amor de Dios. Nosotros no sabíamos nada de todo esto. No lo habíamos visto nunca. Todo eso me sorprendió».
Montse Pecanins expuso sus cajas en los escaparates de Tiffany’s, en la Quinta Avenida y en el Rockefeller Center. Durante un fin de año, estuvieron expuestas en el Festival del Café, que es el que rodea la pista de hielo. En esos teatrines se reflejaban los patinadores dando vueltas y más vueltas.
A Montse nunca le interesó ni la fama ni el dinero: «Yo la mayor riqueza que tengo es que tengo buenos amigos que sé amar. Sé querer al prójimo. Lo quiero porque lo quiero. Al que no quiero, soy educada, le digo: ‘Hola’ y ya. Pero tengo un defecto que es amar. Y sé amar de verdad. Nunca he amado a alguien, porque sea importante. ¿Qué es importante? Nadie es más ni es menos. Todo son faramallas que se inventan».
Seguramente, ahora Montse está feliz al lado de la Beba, su hija; sus padres que tanto amó, sus hermanas gemelas y sus sobrinas Betsy y Yani. Desde allá arriba cuida al amor de su vida, Brian Nissen, e imagino que nos pinta, muerta de la risa, un violín…