El bullicio silencioso de la bala no alcanzó a distraer la voz nítida del padre, ni la de sus fieles seguidores. Fue tan rápidamente sagaz y precisa que se deslizó cortando el viento desapercibida. Esta bala traicionera llevaba viajando en el silencio más abismante desde hacía ya tiempo, viajó muda de entre las manos tiritonas de la ultra derecha asustada a las manos frías y expertas de un francotirador avezado. Ese 24 de Marzo de 1980 en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador, un día después de que Óscar Romero dictara una de las más valientes homilías de su vida, acusando al ejército, a la policía y a altas esferas de la alcurnia Salvadoreña de violencia y crimen, la bala se acomodó en el cañón del fusil de largo alcance, ajustó su trayectoria de muerte con una lupa también de alto alcance, se llenó de pólvora la tripa y cuando el gatillo terminante se apretó debajo de ella, ella obediente de sus precursores salió rauda y se incrustó en el pecho del valiente eclesiástico. Sin embargo la bala no logró matarlo completamente, su voz y su obra quedaron vivas para siempre a pesar de la bala insolente y hoy se le recuerda con fervor. Óscar Romero, héroe cristiano y héroe liberal, será beatificado en el Salvador este 23 mayo, al menos así lo anunció Vicenzo Paglia, postulador de la causa de Monseñor Romero.
Si bien la beatificación del padre Óscar Romero es posible pues su obra como hombre de iglesia fue determinante en El Salvador y en el mundo, la población mundial lo recuerda como el justiciero liberal, más cercano a la teología de la liberación que al Concilio Vaticano II. Sin ir más lejos, Romero criticó abiertamente la postura de la iglesia y el gobierno con respecto a los aconteceres políticos y militares que se desarrollaban en el Salvador a partir de 1970. Óscar Romero no pestañeó al señalar el ultraje del gobierno de la década del 70 donde un ejército asesino dio rienda suelta a su vorágine matando y ultrajando a un pueblo desvalido. Romero fue un hombre de palabra valiente, de mente ágil, de una energía notable y de nobleza incomparable. Como parte de su dogma en torno a la fe, Romero se dedicó a instituir un cambio radical en la iglesia Salvadoreña, un cambio que aún se mantiene vigente entre los fieles sacerdotes que han seguido su ejemplo. Mientras la iglesia apelaba a que la reinstauración de la fe en el pueblo y en la juventud debía instalarse por medio únicamente filosóficos, el padre demandó que no se podía trabajar en filosofía sin primero atender las necesidades más elementales de los pobladores de su país. En otras palabras no se le podía hablar de fe a un hambriento sin antes sanar su urgencia. Tampoco se le podía hablar de fe a un pueblo que estaba siendo sometido a todo tipo de ultrajes y violencias sin antes detener a las fuerzas que los maltrataban. Fue tal su inclinación política que en Febrero de 1980 escribió una carta dirigida al Presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, apelando a su criterio moral para que diera término a la ayuda militar estratégica y de material bélico, pues estaba matando a su pueblo. Esto, a pesar de hallar una aparente bienvenida en Roma pues llegó a ser arzobispo de la orden salvadoreña e inclusive mundial que lo consideró como digno competidor por el premio Nobel de la paz de 1979, no encontró buen camino en su país ni a nivel gubernamental, ni a nivel eclesiástico. Fue justamente esta iniciativa rebelde y valiente la cual terminó por dictaminar su muerte cuando el 24 de Marzo de 1980 un francotirador le hirió de plomo el pecho.
Las consecuencias de los conflictos en el Salvador, que desde 1980 se oficializó como guerra civil en donde murieron y/o desaparecieron más de 75.000 personas, fueron catastróficas. Una de las más horribles secuelas son las conocidas maras salvadoreñas. Las maras, pandillas violentas que desde 1980 se comenzaron a gestar en las grandes urbes de Estados Unidos como respuesta al rechazo y aislamiento al cual fue sometido el multitudinario flujo de huérfanos hijos de la guerra civil Salvadoreña, son el resultado cruel de una guerra sangrienta. Estos movimientos pandilleros se consolidaron en su ímpetu violento en la década del 90 en Estados Unidos y en el Salvador. En 1992, cuando por fin se dio por acabada la guerra, muchos de los principales integrantes de las maras Norteamericanas volvieron a El Salvador huyendo el rechazo del país nortino. Sin embargo, el caos económico reinante y las escasas posibilidades de reinserción de los jóvenes que retornaban, crearon el ambiente propicio para que la mara se ramificara y se volviera no solo más numerosa, sino que una opción a la pobreza y a la marginalidad. Hoy en día muchos de los sacerdotes que hallaron en el padre Romero una nueva esperanza siguen sus pasos y luchan por la rehabilitación de los jóvenes de las maras y de la pobreza aún abismante en el país.
La herencia del padre Óscar Romero, su legado y sus críticas a la iglesia y al poder gubernamental de el Salvador y de Estados Unidos se ha vuelto un emblema inspirador. Y aunque su secretario personal asegura que el padre jamás fue adepto de la teología de la liberación, a nadie le cabe duda que sin haberlo declarado en forma abierta, el padre fue uno de los precursores de este movimiento en América Latina. No hace falta que nadie lo confirme, su legado denuncia su visión irremediablemente.
En Noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en un atentado gestado por el gobierno de Alfredo Crtistiani, cinco españoles; Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita y rector de la universidad; Ignacio Martín-Baró, vicerrector, sacerdote jesuita y académico; Segundo Montes, sacerdote jesuita y director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA; Juan Ramón Moreno, sacerdote jesuita y director de la Biblioteca de teología; Amando López, sacerdote jesuita y profesor de filosofía; y tres salvadoreños; Joaquín López y López, sacerdote jesuita y fundador de la universidad; Elba Ramos, empleada doméstica; Celina Ramos, empleada doméstica, fueron acribillados sin pudor en el jardín por un batallón bajo las órdenes del coronel René Emilio Ponce. El objetivo era erradicar a los seis sacerdotes jesuitas (las empleadas domésticas solo tuvieron la mala suerte de encontrarse en el lugar equivocado en el peor momento) pues según se sospechaba, eran precursores de la teología de la liberación. La amenaza de que la palabra que develara el propio Romero en sus citas dominicales ante el pueblo tomara un nuevo auge era uno de los miedos que más aterrorizaba a Cristiani y a su banda de asesinos. Si llegase a levantarse otro emblemático con la severidad y la asertividad con la que se dirigía al pueblo Óscar Romero, el movimiento de guerra monopolizado por el ejército fuertemente armado y subsidiado por su contraparte Estadounidense, podía tambalear. Por eso, había que matar. El jardín en donde los jesuitas y las dos empleadas domésticas fueron acribillados es hoy un museo. En el jardín se han plantado rosas simulando los cuerpos caídos de los ocho mártires de la UCA, y en una de las salas que solía ser una alcoba, hoy se exhiben las monstruosas fotografías que fueron tomadas después de la masacre. Los cuerpos destruidos por las balas, algunos sin cabeza y otros sin extremidades, son la prueba fehaciente del pavor que el poder exhibe cuando un hombre justo habla de justicia. Al entrar al museo, la afable sonrisa del padre Óscar Romero recibe a los visitantes en un mural inmenso. Sus suaves ojos dúctiles tatuados detrás de los espejuelos y la sutil paz de su presencia penetrante rebosan las miradas de los visitantes. Eso para que no se le olvide al don secretario personal del padre que los mártires de la UCA y Monseñor Romero fueron asesinados defendiendo el mismo ideal.
Y bueno, para los que no lo sepan, la beatificación es el proceso en el cual a un difunto se le concede la tolerancia de que gracias a su intervención, se ha concebido un milagro. Algo así como el trabajo de horas extra que dedican los hombres después de muertos. En mi humilde opinión, el buen padre ya hizo suficiente, a ver si lo dejamos descansar, a ver si nosotros nos damos a la tarea de alimentar nuestros propios milagros, a ver si hasta milagrosamente seamos capaces de sanar tanta injusticia de este mundo perturbado, y a ver si lo hacemos en la memoria de don Oscar Arnulfo Romero.