Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Monólogos en el diván

Mito: Todos los terapeutas tienen un diván. Es una imagen muy arraigada en el imaginario popular que los terapeutas y psicólogos (porque no son la misma cosa) tienen un diván, pero la usaré para plantearles una escena: Estar frente a alguien del que conoces muy poco o nada de su vida privada y decirle todo aquello que jamás pensaste que le contarías a alguien. De paso, esa persona no es ni un amigo ni un familiar o una pareja, pero te conoce más que cualquiera de ellos.

Para cualquiera que no haya pasado por la experiencia, puede sonar como algo que sólo un loco se atrevería a hacer, y sin embargo es una de las decisiones más sanas que pueden tomarse en la vida.

Cundo yo comencé a ir a terapia, estaba en cuarto semestre de Psicología y lo hice más por un asunto de seguir la recomendación de la mayoría de los profesores que lo planteaban como algo necesario para la formación. Fui al servicio de atención psicológica de la universidad, tomé una cita y esperé el día.

Después de 9 sesiones, sentía que el asunto marchaba muy bien, pero la vida hizo un giro en la trama, y a mi terapeuta le dio cáncer… Ella planeó tomarse 6 meses de reposo para el proceso de la quimioterapia. Por mi parte, yo pensé en esperarla, cruzando los dedos para que no sucediese nada trascendental. Es obvio que ese plan no funcionó y mi vuelta a terapia se precipitó antes de ese tiempo. Con mi terapeuta fuera de la lista de opciones, decidí arriesgarme con alguien más.

La segunda vez fue más complicado todavía. Por un lado, sabía más o menos qué esperar, pero por otro estaba aterrada. ¿Y si no funcionaba tan bien como antes?

Cuando hice mi primera cita con esta otra persona, jugué algo que me “encanta” hacer cuando estoy ansiosa: La ruleta rusa telefónica. Es algo que estoy segura que todos hacemos en algún momento. Consiste en llamar esperando que la persona no conteste y alegrarte cuando no lo hace. Para mi suerte, él me devolvió la llamada y pese a que usualmente su agenda es súper ocupada, tenía cita para la semana siguiente.

La primera vez en terapia, como todo en la vida, es muy extraño. Las expectativas con las que las personas llegan a terapia son tantas como seres humanos hay en la Tierra, pero lo cierto es lo siguiente: El terapeuta es sólo alguien que está para encender la luz de un cuarto donde solías estar tú con sólo una linterna apuntando al mismo sitio desde hacía tiempo. Ni tú ni él o ella sabe qué hay, pero son cosas que necesitan verse para poder seguir.

De repente te cuestionas cómo llegaste a estar ahí, sentado frente a un completo desconocido, formulándote más preguntas de las que estás respondiendo. Sales de la primera sesión con un zumbido en la cabeza y con la incertidumbre de que si en lo que te acabas de meter dará resultado.

Por mi parte, pensé que lo lógico era que estudiando Psicología tendría más herramientas para enfrentar mis propios monstruos y para comprender lo que sucedería en terapia, pero esa no ha sido la realidad. La experiencia me comprobó lo que había escuchado en clases, que suele funcionar al contrario: Tienes más herramientas para justificarte.

Luego de un año y medio de estar metida en todo eso, he llegado a creer que uno de los procesos más desagradables, necesarios y reconfortantes (sí, así de contradictorio) por los que pasa el ser humano es conocerse a sí mismo. Hay quienes lo logran desde lo espiritual, o nacen con una ventaja especial, como el Dalai Lama, pero para el resto de los mortales, la historia es distinta. Es más, me parece que es tan complicado que ni siquiera era una de las tareas de Hércules.

La persona con la que se vive más tiempo es con uno mismo, y puede que parezca obvio, pero para muchos puede ser una pesadilla. Para mí, ir a terapia ha sido la manera más sana de lidiar con ello, y agradezco haber tomado la decisión a tiempo. Los monólogos que he producido “en el diván” con las intervenciones puntuales de mi terapeuta han sido las señales más claras en el camino que he emprendido hacia adentro.

Hey you,
¿nos brindas un café?