Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Moliendo café

Café. No soy gente, al despertar, si no me tomo un buen tazón de café negro, sin azúcar. El café venezolano es el mejor del mundo, y me dice el barista Pietro Carbone, que pasa por contrabando hacia Colombia, país que lo vende como suyo, sólo para posicionarse como una potencia cafetalera, pero con escapulario ajeno. No lo sé. Pongamos que no sea cierto, pongamos por caso que sí lo sea.

Alrededor del café, orbita toda una cosmogonía. Un lenguaje. Una narrativa. Aquello de “vamos a tomarnos un café”, más de una vez ha terminado en un cuarto de hotel, en la taquilla de un banco, en un Smith & Wesson. El café es punto de encuentro, y prisma de desencuentro. No es ni bueno, ni malo. No hay que ponerse sentimental. El café es sociedad, roce, agente de prensa, un gran hombre de negocios.

Grano vistoso, cute, hermoso; si lo miras crudo, ostenta el verde oliva de un insecto. Pero ya tostado, es marroncito, como un compacto pezón de negra. Y si se lo mira ya molido, es un polvo delicioso, aromático, sensual, que no sé por qué razón me recuerda siempre al rapé. Hay quien inhala café. No lo he hecho nunca, porque se me antoja violenta extravagancia. Pero, sí, hay quien inhala café.

La confianza da asco

Un decano del periodismo de petróleo en Venezuela, el maestro José Suárez Núñez, dice que con la fuente, “un café y lo pagas tú”. No es lo mismo el tazón que tomo al despertar, en boxers, preparado en greca, cigarrillo mediante, que el café que puedo tomar, por ejemplo, en Café Arábica, camisa manga larga, cara larga, noche larga; el café es rito, mito, simbología urbana; pero su raíz es sexualidad campesina.

“Una pena de amor, una tristeza, lleva el zambo Manuel en su amargura, pasa la noche –incansable- moliendo café”, legó a la historia patria, el maestro Hugo Blanco –fallecido en fecha reciente-; la rola se llama “Moliendo café”, y es calibrada como la canción más internacional de la música popular venezolana, ahí mismito con temas como “Caballo Viejo”, del maestro Simón Díaz.

Es verdad que en la Colonia, la máxima potencia mundial era Inglaterra, y en América Latina su correlativo era la Argentina; pero nadie podrá negarnos que fuimos los reyes del café y del cacao. Mucho antes de ese excremento del Diablo, que se llama petróleo, nuestra economía giró en torno a ese grano sexy llamado café. Hoy en día es un mercado deprimido; y no se encuentra café en los anaqueles.

De ser potencial cafetalera mundial, los venezolanos hemos quedado en posición de invocar a Juan Luis Guerra: “ojalá que llueva café”. No es secreto para nadie que en Venezuela rige desde hace más de 10 años un control cambiario feroz. El dólar negro pasa de 600 bolívares, y ese es el precio que debe pagar el venezolano por un kilo de café. Lo venden los infaustos bachaqueros, depredadores de mercados de baja extracción, evidencia patética del descalabro nacional.

Acá se puso de moda en los años 80’s, un merenguito que decía: “así es la vida, ya usted ve, un cigarrito y un café”. El venezolano no puede vivir sin el café. Al demonio con el petróleo. Que nos quiten el agua, pero que no nos quiten el café. Carbone opina que lo tomamos quemado, porque no lo sabemos preparar. El café que hoy conseguimos en el mercado negro –o en el anaquel, cada muerte de Obispo- viene ya, de suyo, demasiado tostado. 

Infarto al miocardio

El barista me deslizó que aquello de las cardiopatías asociadas al café no pasa de ser un mito. “Hombre, todo en exceso es malo, pero es mentira que te vaya a dar un infarto por tomar café”, declaró en fecha reciente, a este humilde reportero. Parece que, por la vía contraria, la exótica bebida cura el corazón, en la forma y en el fondo. Pero nos falta cultura; es un asunto gastronómico, sí, pero también de negocios. El lector aguzado sabrá entenderme.

En el cine, por ejemplo, tenemos aquella grandiosa película llamada “Bagdad Café”. Una especie de road movie, de pedigrí melancólico, cuyo personaje central –recuerdo más el soundtrack que la trama- era una negra portentosa, que regentaba un expendio de café, al borde de una carretera. Tarantino podría hacer una peli sobre el café; sazonaría con pólvora. Woody Allen podría hacer la suya también; habría muchos planos con sexos húmedos, camas, sábanas blancas, discordia, maridos y esposas.

Son muchos los romances que, en mi vida, han comenzado con un café. Pero son más los que han llegado a su fin con un café. Chico, el café –en resumen- es diplomacia, paz, oportunidad de consenso. No paro de preguntarme: ¿Por qué Diosdado Cabello y María Corina Machado no se sientan, y se toman un café? Hay que bajarle dos, contar hasta diez, respirar profundo, y conversar como buenos amigos.

Decía la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, que lo único que le gustaba de tener enemigos, era la posibilidad eventual de que esos enemigos, pasaran algún día –pon por caso- a ser sus amigos. Café con eso. Cero mala vibra. El café es amor, cordialidad, respeto, luz, buena onda. Chill. Give peace a chance. ¡Vamos a tomarnos un café!

Hey you,
¿nos brindas un café?